La era del ta’barato dame dos

Las exaltaciones oficiales de aquel entonces contrastan con la fría observación del dictamen oficial del Ministerio de Sanidad: La salud pública del país significa la salud del pueblo, y es casi imposible que las masas estén sanas si no disfrutan, hasta lo más bajo de la escala social, por lo menos de un bienestar mínimo. Deslumbrado por los guarismos de las estadísticas, que bailan ante sus ojos en el “Progreso de la Nación”, el ministro de Cordiplan exclamaba con acento de verdadero éxtasis: Desde 1973, la renta imponible del país ha aumentado ¡en un veinte por ciento! Este es un hecho tan sorprendente, que casi es increíble…

¡Pero tan embriagador aumento de riqueza y de poder, se hallaba restringido exclusivamente a las clases pudientes!

Si queréis saber en qué condiciones de salud perdida, de moral vilipendiada y de ruina intelectual ha sido producida por las clases laboriosas ese “embriagador” aumento de riqueza y de poder, restringido exclusivamente a las clases poseyentes, examinad la descripción que se hace en el último informe sobre la sanidad pública del país de esa época. Comparad el informe de la comisión donde informa: hombres y mujeres, constituyen un grupo de la población muy degenerado, tanto desde el punto de vista físico como desde el punto de vista moral e intelectual; que “la degeneración progresiva de la población de menos recursos es inevitable y, que los niños enfermos llegaran a ser padres enfermos. ¡Y quien no se ha estremecido al leer la paradójica declaración de los medios de comunicación, ilustrada por los datos demográficos oficiales, según la cual la salud pública del pueblo ha desmejorado considerablemente, por hallarse reducidos al alimento más miserable, y que la mortalidad infantil había aumentado.

Insistimos en estos hechos, “tan sorprendentes, que son casi increíbles”, porque Venezuela estaba a la cabeza de Latinoamérica por los inmensos ingresos de la renta petrolera. Y en verdad, si tenemos en cuenta la diferencia de las circunstancias locales, vemos los hechos venezolanos reproducirse, en escala algo menor, en los otros países hermanos del continente. En todos ellos “el aumento de riqueza y de poder, restringido exclusivamente a las clases poseyentes”, ha sido en realidad “embriagador”. En todos ellos, lo mismo que en Venezuela, una pequeña minoría de la clase trabajadora ha obtenido cierto aumento de su salario real; pero para la mayoría de los trabajadores, el aumento nominal de los salarios no representaba un aumento real del bienestar, muy inferior, que el aumento del coste de los alimentos. Por todas partes, la gran mayoría de las clases laboriosas descendía cada vez más bajo, en la misma proporción, por lo menos, en que los que estaban por encima de ellos subían más alto en la escala social. Y esto ha llegado a ser una verdad incontestable para todo entendimiento no enturbiado por los prejuicios y negada tan sólo por aquellos cuyo interés consiste en adormecer al pueblo con falsas esperanzas, ni el perfeccionamiento de los medios de trabajo, ni la aplicación de la tecnología a la producción, ni el mejoramiento de los medios de comunicación, ni las nuevas colonias, ni la emigración, ni la creación de nuevos mercados, ni el libre cambio, ni todas estas cosas juntas estaban en condiciones de suprimir la miseria de las clases laboriosas; al contrario, mientras existía la base falsa, cada nuevo desarrollo de las fuerzas productivas del trabajo ahondaba necesariamente los contrastes sociales y agudizaron más cada día los antagonismos sociales. Durante esta embriagadora época de “progreso económico”, la muerte por inacción se ha elevado a la categoría de una institución social en la capital de Venezuela. Esa época está marcada en los anales de nuestra historia por la repetición cada vez más frecuente, por la extensión cada vez mayor y por los efectos cada vez más mortíferos de esa plaga de la sociedad capitalista que se llama crisis comercial e industrial.

El pueblo venezolano posee elementos de triunfo: el número. Pero el número no pesa en la balanza si no está unido por la asociación y guiado por el saber. La experiencia del pasado nos enseña cómo el olvido de los lazos fraternales que deben existir entre el pueblo y que deben incitarnos a sostenernos unos a otros en todas las luchas por la emancipación, es castigado con la derrota común de nuestros esfuerzos aislados.

“Comprender es perdonar, se ha dicho. Y esos miserables necesitan comprender para perdonar el que se les humille, el que con hechos o palabras se les eche en cara su miseria, sin hablarles de ella”.

¡Yanquis Go Home!

¡Libertad para los cinco héroes de la Humanidad!

Hasta la Victoria Siempre ¡Venceremos!

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Manuel Taibo


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