La guerra cultural

Nauhal dice: “­A los pueblos que han padecido el coloniaje, les sobreviene, en el mejor de los casos, un largo y traumático proceso de autenticación cultural (en el peor de ellos, la pérdida definitiva de la identidad y consecuentemente la desaparición: lenguas y pueblos muertos; y en el medio de estas dos circunstancias, está la terrible experiencia de sobrevivir en un laberinto de incógnitas, en donde puede aparecer, y de hecho lo hace como acto regular, lo que se ha dado en llamar, el neocolonialismo, es decir la continuidad de la dominación).

En ese devenir de sucesos postreros al coloniaje, aparece en los pueblos que logran la independencia política (chucuta por demás), una falaz pesadilla, en la cual lo más frustrante es que los eventuales despertares a la independencia verdadera, son parte del sueño, ilusiones que no hacen más que atollarlos en siglos de desvaríos en donde se configura infecciosamente, una y otra vez, el mundo que impuso el colonizador, hasta tanto cuaja el proceso que se convierte en una auténtica revolución que lo conecta de nuevo con sus orígenes (ese proceso contiene en su inmanencia una revolución cultural). La revolución cultural trae otros aparejos que la hacen aún más compleja.

No basta con que estén dadas las condiciones para el logro de la independencia política (y económica, que a la postre pudieran convertirse en otra ilusión), con todos sus factores internos y externos. El que se conjugue un pueblo y su firme determinación a liberarse del tutelaje y la explotación foránea, con la aparición de “el conductor”, único, capaz de interpretar a cabalidad, sicológica y emocionalmente, la energía de esa masa indetenible; es necesario además, que aparezca en el teatro de operaciones, La conducción de los atributos esenciales de los pueblos: un liderazgo intelectual que asume en primer término, el conocimiento de esos atributos esenciales: el origen, la lengua, la explicación del mundo, del universo etc. En segundo término, la defensa: esta tiene que ver con el fortalecimiento del ego nacional, y en tercer y consecuente término, la asunción a la victoria de estos atributos esenciales, conformando la óptima salud de la autoestima popular en la guerra que sobrevendrá. Una labor titánica de carácter épico en tanto que persigue la gloria de los pueblos, en términos bolivarianos.

De estas tres premisas nos adelantaremos en analizar la que concierne a la defensa de los atributos esenciales por ser en el ámbito de la lucha, la más brillante intelectualmente. “La defensa” en este caso no solo tiene la connotación de la “protección” fuera y dentro de las acciones bélicas, sino que comprende con mayor énfasis, el cultivo, es decir, el ejercicio del embellecimiento, su fortificación, la ductilidad con la creación o la invención idiosincrática que además interpreta al pueblo y por lo tanto es popular. Pero antes habría que ahondar un poco más en ese liderazgo intelectual, ese núcleo critico conductor de la guerra cultural. Al igual que en cualquier revolución, debe aparecer en la avanzada, señalando el camino aunque no esté construido, luego construirlo a pesar de todas las dificultades aun cuando se presenten como insalvables porque en el resumen, se tiene la absoluta certeza que detrás de todos los obstáculos esta la victoria final, la que le abre las puertas a la revolución infinita. En otras palabras, debe ser un cuerpo de una sola pieza, sin fisuras ideológicas, inquebrantable, irradiador de la moral del educador, profundamente arraigado con lo ancestral y proyectado como visionario a lo que se elige como destino.

Desde luego, la masa intelectual de una revolución para que esta sea cultural, debe reconocerse en situación de guerra y esa masa no es más que el pueblo todo (Todo intelectual es un propagandista de la cultura a la que pertenece, así como lo son todos sus productos, por lo tanto todo intelectual está conectado y sale en defensa, con sus invenciones, de la superestructura que lo sustenta. Aquello del libre pensador producto del concepto del ciudadano universal devenido en el domesticado ciudadano de la globalización, es otra falacia con la que se pretende ocultar el inexorable nexo del ser con aquello que le ha dado la identidad: la cultura. Lo que deja en el fondo de este drama, las dos condiciones fundamentales que sintetizan la lucha de liberación: dominador y liberador). Ahora bien, la defensa de una cultura o el trabajo cotidiano de un intelectual, artista, cultor, artesano, es decir, el quehacer habitual de un pueblo en general, está apoyado en un arsenal de herramientas que le permiten desarrollar cada vez con mayor profundidad, la tarea de construir y resguardar su identidad. Esas herramientas son una serie de “licencias” que se otorga el hacedor, producto de su creación. La fábula, la mitificación o desmitificación, según el caso, la hipótesis, en fin la intervención de la historia retrospectiva o prospectivamente para la construcción del imaginario escogido. Pero “la conducción” solo es practicable como herramienta de defensa bélica, por la vanguardia, por el liderazgo orientador. Ello nos habla sobre la naturaleza real de toda acción cultural, una acción de defensa y ataque ante la permanente amenaza externa.

El Caribe, ámbito geográfico y cosmogónico del homónimo pueblo, así como el resto del continente, tierra de arawaks, incas, mayas, aimaras, aztecas, tiene para el interés colonizador, un significado disminuido o inferior (y acomodaticio según la coyuntura histórica), poética y científicamente expuesto por sus defensores. El Caribe fue para el conquistador, El Pequeño Mediterráneo, aun cuando el mar de los kari´ñas (“anakarinarote”), es tres veces más extenso que el europeo. Alonso de Ojeda intuitivamente en los albores del 1500, hizo defensa de su “ideario”, cuando bautizó al territorio donde llegó, como “La pequeña Venecia”. Venezuela fue un diminutivo, así como lo fue toda la pachamama restante, aun cuando el continente de los caribes y sus hermanos, es diez veces más grande que el continente de donde provenían los conquistadores. Todas nuestras ciudades cuando despuntaban en lo cultural o en cualquier otro atributo, se convertían o aspiraban a ser La Atenas de América o cualquier otra ciudad de la vieja metropolis.

El Caribe fue la garganta por donde nos engulló la fatídica colonia y él recibió en consecuencia, el más feroz de los ataques en la guerra cultural, lanzado nada menos y nada más, que por uno de sus más connotados intelectuales: William Shakespeare. En ejercicio de su exquisito estilo de defensa, deformó la prodigiosa palabra Caribe para sustituirla por la antropófaga, caníbal. Así, no solo elevaron en grado superlativo su condición civilizatoria, sino que además, se absolvieron de todo pecado por el más grande genocidio practicado en los anales del crimen. Colon, de cuyo nombre no se deriva la palabra colonia, como la ligereza haría sospechar, ni viceversa, lo cual solo fue una grosera coincidencia, apeló a la “defensa” de su imaginario, cuando dejó entrever por medio de fuentes imprecisas, en documentos más novelescos y menos oficiales, que la incertidumbre que lo acompañó hasta la muerte, no fue sino un ardid para impregnar de intriga y misterio, las bocas de sus eternas minas. Así, aparecieron testimonios en los que se cuenta que obtuvo la confesión de avezados marinos portugueses y nórdicos que le aseguraron la existencia de las Antillas, pues habían hecho contacto con estas, pero ellos no eran El Almirante del Mar Océano al que se le estaba destinado abrir el camino a las tierras de ultramar.

“Teorías” más austeras ponen a los audaces exploradores caribes que dominaban el Atlántico, venciendo las tristezas más allá del Mar de los Sargazos, haciendo contacto, no solo con Colon, sino con todo aquel que se aventurara más acá del archipiélago de Madeira. Al mar de los Kari´ñas, el Caribe nuestro, y la tierra del continente que lo flanquea, les está reservado ser el escenario de la guerra por la defensa de los atributos esenciales del Abya Yala. De allí surgirán, las más grandes creaciones que nos conectaran con nuestros orígenes. Allí aparecerá la vanguardia que orientará esa gran batalla. Solo allí se desatará el nudo histórico que en el caribe se ató y solo allí podrá ser escrita, en su idioma, la metáfora que luego superará la promesa: “Renovemos en el mundo la idea de un pueblo que no se contente con ser libre y fuerte; sino que quiera ser virtuoso” que es la promesa contenida en estas tierras, la del mundo nuevo”.

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Milton Gómez Burgos

Artista Plástico, Promotor Cultural.

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