El robo de justicia

Con esta letanía de la inseguridad (sobre todo cuando se le da alcance y contenido político con el único fin de pretender ganar unas elecciones significando risiblemente que ella no es más que culpa de Chávez, cuando más bien es falta de seguridad como categoría jurídico-social, pero también ética y moral, que al mismo tiempo atiende a la de seguro como lo libre y exento de todo peligro, daño o riesgo, situación que no puede ser aprehendida sino por los seres humanos que son los únicos capaces de poseer juicio para manejarlo y conceptuarlo, aunque el resto de los animales sólo lo intuya) resulta difícil lidiar, de una manera razonada, porque muchas veces es más una percepción inducida por los medios de comunicación en concierto con los políticos normales, lo que no quiere decir, bajo ningún respecto, que no se cometan delitos, y en número desmedido.

Pero por qué existe la inseguridad. Bueno, porque existe el delito debido a que coexisten normas que lo consagran como tal, que lo tipifican como un “acto humano típico, típicamente antijurídico y culpable”, de acuerdo a la doctrina penal dominante (creo). Porque si no fuera así, no pudiera existir. Y por tanto, no pudiera manifestarse la inseguridad. El Código Penal, por ejemplo, no prohíbe matar, sino que llama a castigar a quien lo haga. La palabra prohibido, como cosa curiosa, sólo se menciona una sola vez en el Código Penal; y, prohibir, ni una. El Código Penal entonces castiga determinadas conductas humanas, no las prohíbe. Si no las prohíbe, es porque entonces las considera normales, ¡y es que son normales, desgraciadamente! Si no existiera el Código Penal, los que vieran asesinar, robar, timar, extorsionar, atracar, secuestrar, violar, por ejemplo, lo hicieran como algo completamente normal dentro del humano proceder cotidiano. Y de hecho, en muchas partes se ve como algo normal con Código Penal y todo, porque el humano, en el fondo de su alma, pareciera concebir (y sobre todo aceptar) la maldad como modo de vida, lo cual considero que es lo más devastador de la existencia humana porque obliga a dilucidar entre ser clavo o martillo. Y ahí está el detalle.

Ahora, qué sería lo más seguro como algo que no va más. Bueno, que cada quien anduviera con un policía (o con una policía, para que Vanessa no me apunte) bien aperado al lado, que lo libre a uno de todo peligro convencional. ¿Pero sería esto cierto? ¿No se cometerían más delitos por eso? Vaya, pienso que por lo menos el de adulterio se cometería, aunque para el hombre sería necesario que a su policía la mantuviera como concubina y la mujer por su lado contara con las prodigiosas coartadas que implementara su policiota, si es que no les quitaran sus respectivas vidas por eximentes motivos pasionales.

Entonces esos delitos se investigarían por un funcionario de buena fe que detenta la vindicta pública a la vez que el monopolio de la acción penal. ¿Qué pudiera pasar entonces en esta etapa del proceso? Supongamos que nada, aunque pudieran ciertamente pasar cosas al menos potencialmente condenables.

No pasó nada potencialmente condenable, y pasan por tanto todas las actuaciones a manos del sentenciador. ¿Qué podría pasar entonces en esta última mano? Pues nada: que se hiciera justicia, o no.

Y qué significa hacer justicia. En nuestra cultura occidental, al menos, dar a cada quien lo que le corresponda, según la concepción romana, mientras que el griego Simónides según Platón opinaba, era dar a cada uno lo que le era apropiado, a lo que a su vez llamó, polémicamente, debido…

El juez viene a ser por tanto, y por antonomasia, el buen guardador de esa justicia; pero pudiera ser también -sin que resultara desatinado, justamente por su eventual raquitismo ético- robador de aquello mismo de lo que pudiera ser ese buen guardador. (Alguien alguna vez dijo, con cinismo sin igual, por supuesto, que más vale una cuarta de juez que una vara de justicia). Y esta debiera ser la última escala del delito. ¿Pero quién juzgaría a ese juez robador de justicia? Pues otro juez quizás de su mismo jaez. Y no son los únicos. Los banqueros por ejemplo son diestros en guardar dinero, pero también en robárselo. ¿Usted conoce a algún banquero preso por eso; al menos en Venezuela? ¿Usted considera que pudiera haber un juez o una jueza venido o por venir que resistiera un cañonazo de cincuenta mil dólares? Y entre los que no lo han resistido, ¿habrá alguno preso o presa sin que la MUD bregue guapamente por su liberación? Allí creo que reside la verdadera inseguridad, porque si hay alguno preso, o presa, no pasaría de ser una excepción desnuda. No obstante, creo que hay muchas excepciones en ese pequeño pero a la vez magno universo.

Como se lee en La República de Platón:

-Parece, pues, que el justo se revela como un ladrón, y acaso tal cosa la has aprendido de Homero; pues éste, que tiene en mucho a Autólico, abuelo materno de Ulises, dice de él que «mucho renombre le daban fraudes y robos». Es, por tanto, evidente que, según tú y según Homero y según Simónides, la justicia es un arte de robar para provecho de los amigos y daño de los enemigos. ¿No era esto lo que querías decir? -No, por Zeus -respondió-, pero ya no sé yo mismo lo que decía; con todo, me sigue pareciendo que la justicia es servir a los amigos y hacer daño a los enemigos.

Por mi parte soy del parecer, que en un sistema burgués de justicia, el enemigo es el pueblo, salvo nano excepciones. Y eso constituye un dilema para una auténtica revolución. Por tanto hay que pensar bien. Y no sé si envolver en esto a los escuálidos.

Mis tweest de hoy:

¿Si liberados y fugados incrementan la inseguridad, entonces por qué la MUD boga por tantas fugas y liberaciones?

Si las misses también tienen estrías ¿por qué no habría de tenerlas entonces la Revolución?

canano141@yahoo.com.ar


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Raúl Betancourt López


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