Los vacíos del Aló Presidente

Las suspensiones por la causa que sea del programa “Aló, Presidente” provocan un vacío difícil de sobrellevar en los venezolanos, sobre todo en los de oposición. Chavistas y antichavistas se han vuelto adictos al espacio dominical y cuando el mismo no sale al aire, les sobreviene un devastador síndrome de abstinencia. A los bolivarianos la terrible resaca audiovisual les aminora y luego les pasa –o la resignan- al recibir una explicación del MINCI, ya saben lo que pasó. Pero como los opositores no creen de ninguna manera en versiones oficiales, los síntomas del vacío espiritual y radioeléctrico se les prolonga hasta el siguiente domingo, cuando con seis u ocho horas del programa salen del guayabo, en su doble acepción de ratón televisivo y despecho concreto.

Sé de chavistas a quienes el insufrible cuervo del insomnio se les instala en las retinas esos domingos de ausencia presidencial, pero también conozco a escuálidos a dedicación exclusiva que, víctimas del mismo mal, han tenido que ser hospitalizados y sometidos a intensivos bombardeos de cócteles psicotrópicos porque sólo en la penumbra del embobamiento y sueño inducidos, pueden superar la crisis. Para los pacientes crónicos únicamente queda el electroshock que, para ser efectivo, se les aplica cada cinco minutos. Es algo terrible. En el opositor integral la suspensión del programa provoca sentimientos contradictorios: en primer lugar, no pueden satisfacer el masoquismo de ver y oír al “autócrata” y “tirano” que se han inventado y necesitan tener allí para creérselo; en segundo lugar, sienten la dulce y remota ilusión de que si no aparece en pantalla es porque “cayó ya”, “se fue ya”, “lo tumbaron ya”. El aberrante choque del masoquismo sin el placentero castigo radioeléctrico y la lejana ilusión que los anima llega a paralizarlos y los introduce en un tembloroso estado catatónico que alarma, con toda razón, a sus angustiadas familias.

Los medios de comunicación también sufren lo suyo, no se crean. Los del Estado empiezan a dar brincos y a buscar tiras cómicas de los tiempos inmemoriales de “El pájaro loco” o micros antediluvianos de ciudades pérdidas para llenar el vacío. Los medios privados ingresan en el túnel ciego del más brutal desconcierto. Los programas de opinión de radio y TV se quedan sin tema desde la tarde del domingo hasta el mediodía del miércoles, cuando empiezan a coger aire con dificultad. Esos tres largos días los llenan con sesudas especulaciones, juegos de escenarios, teorías extravagantes, conjeturas fenomenológicas, hipótesis y aproximaciones acerca de las insondables causas de la suspensión de “Aló, Presidente”. Sometidos a semejantes esfuerzos, los cerebros se resienten, obviamente.

En los medios impresos, un titular exageradamente bobo en primera página revela que lo metieron a última hora en el espacio reservado para alguna frase del jefe del Estado. Las columnistas disociadas, los opinadores de oficio pomposamente llamados “analistas”, los perdidos anclas de la tele, los insufribles leedores de titulares y los conductores de programas de opinión que no dejan opinar son devastados por el vacío de “Aló, Presidente”. No pueden disimular la irritación con que hablan, vociferan o escriben. En las columnas de prensa el lector capta de inmediato ese tipo de textos incoloros, inodoros e insípidos –gafos, pues- que salen de la computadora cuando se escribe sin tener tema y se insiste en decir cualquier cosa para sufrimiento nacional. Es terrible, se los digo.

Es en la oposición irredenta donde hace más estragos el vacío que provoca en sus almas las suspensiones del programa presidencial. Cuentan los parroquianos que las mañanas del lunes han visto a escuálidos desorientados dando vueltas sin sentido frente a la quinta Unidad. Otros han sido observados rumbo a Plaza Francia, donde se paran horas frente al obelisco como si estuvieran clamando algo sin clamar nada. Algunos prefieren irse a la plaza de la ex meritocracia, donde les da por hablar solos y a veces insultan a algún transeúnte si lleva alguna prenda roja. Este cronista, de verdad, teme que el asunto pueda convertirse en un problema de salud pública. Se le ocurre que cuando se den esas suspensiones se repita el programa de la semana anterior. Aunque no resuelva del todo el problema, pudiera funcionar como un eficaz placebo. La Cruz Roja tiene la palabra.


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Earle Herrera

Profesor de Comunicación Social en la UCV y diputado a la Asamblea Nacional por el PSUV. Destacado como cuentista y poeta. Galardonado en cuatro ocasiones con el Premio Nacional de Periodismo, así como el Premio Municipal de Literatura del Distrito Federal (mención Poesía) y el Premio Conac de Narrativa. Conductor del programa de TV "El Kisoco Veráz".

 earlejh@hotmail.com

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