Nosotros, las focas tarifadas, llamados así por quienes, modestamente se autodenominan la gente pensante de este país, no dejamos de asombrarnos con la capacidad de estos seres superiores que, en medio de una crisis crónica de furor antichavista, tragan gustosos desde peras al horno hasta violadores de mujeres policías al grito de ¡bestias somos todos!, y siguen tragando grueso con sus nuevos y flamantes diputados: uno que ronca, otro que pía y otro que toca la sinfonía… perdón me fui…
Ismael García vociferando de espaldas, Ricardo Sánchez jugando al payaso gafo de una clase siempre repetida, Julio Borges, vía twitter, destilando su frustración capilar y su falta de hombría con chistes que no dan risa sobre la melena de la diputada Varela. El patotero Marquina, y su cobarde espaldero, nunca mejor dicho, Eduardo Gómez Sigala. El platanazo dominicano de William Dávila. María Corina Machado oscilando entre la furia pétrea y el llanto sobreactuado de quien finge interés por el bienestar de un pueblo que nunca le interesó.
Y van a la Asamblea Nacional a lanzar preguntas teledirigidas cuya respuesta no importa porque siempre estará Globovisión para decirle a la gente que piensa que piensa que su vida es una ruina, culpechavez, a pesar de que las fotos que cuelgan con sus Iphones en Facebook digan todo lo contrario.
Y cada sesión una sorpresa que no sorprende, la negación obstinada de lo innegable, la insensatez de los políticos de oposición que florecen en la locura y el cinismo con la anuencia de sus electores que, por oponerse a Chávez, terminan clamando “Mazuco somos todos” o, como la mayoría de los que conozco, callando pero otorgando, que si bien no es lo mismo, el resultado es igual.
Y a mi le da cosa porque, presos en la intolerancia que ellos mismos cultivaron, hoy no dicen ni pío, por no perder el glamour, y por el terror que supone ser blanco del desprecio que suelen dirigir a quienes no nos dejamos llevar por “cantos de ballenas”.