La mala conciencia contra Bolívar, no cesa

Un artículo-mini biográfico escrito en 1858, Marx lo dedica a Bolívar. Es de hacer notar que durante su estancia en Inglaterra, Marx escribió en la New American Cyclopedia, entre otros varios artículos, algunos sobre las “revoluciones liberales” en la América Hispana, porque además fue corresponsal del New York Tribune, desde 1852 hasta 1861.

Y esta mini biografía Marx la dedica más que todo no tanto a narrar con objetividad la Revolución de Independencia Venezolana, sino más bien a desacreditar a su gran estratega político y militar que fue el “liberal” Simón Bolívar. Allí Marx, basándose quizás en la información parcializada que llegaba de Venezuela a Europa, y mediante interpretaciones a lo mejor mediatizadas, analiza los hechos históricos y la personalidad de Bolívar inserta en todos ellos.

Pretende significar, por ejemplo, que la plaza de Puerto Cabello cae por un acto de cobardía de Bolívar. Que Miranda, cuando se encontraba dormido, es entregado por Casas, Peña y Bolívar a Monteverde, quien lo remitió a Cádiz para que muriera sujeto con cadenas, bajo la excusa de que había traicionado a Venezuela con su capitulación de La Victoria. Que su entrada triunfante a Caracas, Bolívar la hace entre “doce damiselas vestidas de blanco y ataviadas con los colores nacionales, elegidas todas entre las mejores familias caraqueñas”, él con la “cabeza descubierta y agitando un bastoncillo en la mano”, y prácticamente para proclamarse dictador, crear “la `Orden del Libertador´, formar un cuerpo de tropas escogidas a las que denominó `guardia de corps´ y rodearse de la pompa propia de una corte”. Además, que, como la mayoría de sus paisanos, era incapaz de realizar un esfuerzo de largo aliento y que su dictadura degeneraría pronto en anarquía militar en la cual los asuntos públicos más importantes quedaban en manos de un entorno predilecto que devastaba las finanzas públicas para luego recurrir a medios infames para restaurarlas. Que luego de salir de Carúpano rumbo a Cartagena, y a fin de disculpar su huida, publicó una memoria de descargo además colmada de frases campanudas que se conoció como el Manifiesto de Cartagena. Que una vez llegado a Jamaica, divulga una nueva arenga en la que se presentaba como la víctima de alguna camarilla o “enemigo secreto” y escudaba su fuga ante los españoles tal como si se trataba de una dejación del mando efectuada a modo de patrocinio de la paz pública, documento que se conoce como la Carta de Jamaica. Sostiene que Piar se refería a Bolívar como el “Napoleón de las retiradas” y que por eso Bolívar lo quería fusilar. Que Bolívar convoca al Congreso Anfictiónico de Panamá para tratar de convertirse en dictador de toda Sudamérica. Que en vez de mandar ejecutar a Santander, por pretender asesinarlo, lo hace más bien con Padilla, dizque, por ser negro, ofrecía menos resistencia y que al final le tuvo miedo a Páez. Y una cosa curiosa es el decir, que estando de retirada en San Pedro Alejandrino, Bolívar fallece “repentinamente”…

En fin, pretendió Marx poner al Libertador como un hombre frívolo e incapaz, como un pusilánime y hasta como un cobarde, y además, como con una vocación irresistible de dictador (empeño por demás harto contemporáneo que esta vez pretende endilgársele a un eficiente bolivariano por parte de España, Washington, y de los inefables anti bolivarianos patrios).

Pero cuando ratifica Marx esa intención no sé si aviesa de infamar a Bolívar, es cuando se refiere a un retrato que de él hace un tal Ducoudray-Holstein, un general franco-alemán que sirvió en Francia en tiempos de la Revolución Francesa, que fue agregado al Estado Mayor Bonapartino y que apareció en Cartagena de Indias en 1814. He aquí este retrato: "Simón Bolívar mide cinco pies y cuatro pulgadas de estatura, su rostro es enjuto, de mejillas hundidas y su tez pardusca y lívida; los ojos, ni grandes ni pequeños, se hunden profundamente en las órbitas; su cabello es ralo. El bigote le da un aspecto sombrío y feroz, particularmente cuando se irrita. Todo su cuerpo es flaco y descarnado. Su aspecto es el de un hombre de 65 años. Al caminar agita incesantemente los brazos. No puede andar mucho a pie y se fatiga pronto. Le agrada tenderse o sentarse en la hamaca. Tiene frecuentes y súbitos arrebatos de ira, y entonces se pone como loco, se arroja en la hamaca y se desata en improperios y maldiciones contra cuantos le rodean. Le gusta proferir sarcasmos contra los ausentes, no lee más que literatura francesa de carácter liviano, es un jinete consumado y baila valses con pasión. Le agrada oírse hablar, y pronunciar brindis le deleita. En la adversidad, y cuando está privado de ayuda exterior, resulta completamente exento de pasiones y arranques temperamentales. Entonces se vuelve apacible, paciente, afable y hasta humilde. Oculta magistralmente sus defectos bajo la urbanidad de un hombre educado en el llamado beau monde, posee un talento casi asiático para el disimulo y conoce mucho mejor a los hombres que la mayor parte de sus compatriotas."

Pues bien, si nos pusiéramos a cavilar ahora acerca de lo que es el pasado, no sé cuál cierre pudiéramos hacer. A mi se me ocurre de pronto -y sin mayores razones para ello, que no sean mis torpes especulaciones- definirlo como el recuerdo documentado de todo lo que ha existido en realidad, y de todo lo que no; y concebida la realidad como una mera voluntad de representar lo que creemos que vemos. Y lo peor es que esas dos orillas pudieron mantenerse aisladas para siempre, sin que el humano hubiera dejado de pastar como cualquier semoviente de hoy. Pero el hombre con el tiempo se empeñó en comunicarlas, acosado más que todo por el escozor de su inteligencia (sin precedentes hasta hoy), así como por la acuciante curiosidad de saber quién es, y de dónde viene. Y para eso construyó un puente que unió esas dos orillas que lucían pacíficamente paralelas e impasibles: La Historia, que bajo la duda de que sea una ciencia, me atrevería a definirla más bien como un compendio de chismes a gran escala, porque que lo que yo veo que ocurre, tal vez no sea lo mismo que esté viendo otro de lo mismo que está ocurriendo. Y de allí se generan todo género de afirmaciones. No sé si me explico. Pero dejémoslo hasta aquí.

Y lo que ocurre con los llamados personajes históricos, es que permanecen allí, insubstanciales, convertidos en bronce. Pero hay otros personajes históricos cuyo empeño o empresa fue tan descomunal, que la humanidad los siente como si estuvieran vivos. Así veo que es el caso de Bolívar, no obstante que el esfuerzo que han hecho por 200 años las fuerzas contrarias a su esencia, es considerable. Porque Bolívar no fue imaginable ni nunca predecible, porque fue más bien contradictorio en su accionar y en su pensar con lo que fue su origen. Porque Bolívar fue un rebelde brillante e impenitente, siendo un legítimo mantuano. Y así murió: mantuanamente pobre. Y ese fue su magno pecado. Porque si él hubiese correspondido cabalmente en su accionar y en su pensar, a lo que era su inconfundible origen, no lo hubiesen vilipendiado ayer, ni lo malmiraran hoy; más bien hablaran de su epopeya, los anti bolivarianos de siempre, hasta con reverencia pedante, como es y ha sido su hábito.

Y he aquí una prueba de ello. Leí en el Tiempo de Bogotá, del 13 de los corrientes, que acaba de ser publicado en español el libro, justamente de aquel Ducoudray-Holstein, “Memorias de Simón Bolívar y de sus principales generales”, libro editado en Boston en 1828 y traducido del inglés por un tal Juan Carlos Vela Correa, que según es uno de los “libelos más críticos acerca de la vida y personalidad del caraqueño, escrito por alguien que convivió dos años con él y que no guarda nada debajo de la alfombra”.

Dice la crónica de El Tiempo que “Abunda el autor en análisis sobre estrategias militares articuladas por parte de Bolívar, a quien llega a considerar un ignorante. Señala cinco momentos de la vida del héroe en que se dejó dominar por la cobardía y abunda en datos sobre su desenfreno amatorio, apuntándolo como un inconveniente para la vida militar eficiente. Lo que no explica Ducoudray es cómo este 'disoluto' se impuso sobre sus contemporáneos y comandó la gesta independentista (…) En relación con la cobardía aludida por Ducoudray, la verdad es que Bolívar murió en una cama en Santa Marta y no en el campo de batalla, como la mayoría de los guerreros. Y algo de verdad debe haber, pues casi nadie lo destaca por el arrojo de sus acciones militares personales, sí las hubo, sino por sus estrategias y genio desconcertantes (…) En cuanto a los amoríos bolivarianos, Ducoudray describe con desesperación cómo un ejército entero tuvo que esperar cuatro días en Los Cayos a que Bolívar se saciará con Pepa Machado, para poder zarpar. Esto enardeció al general, para quien semejante conducta era inadmisible, mientras que para Bolívar era costumbre (…) Antes, tuvo oportunidad de relatar cómo se perdió la plaza de Puerto Cabello, en 1812, por el mismo motivo: los furores amatorios de Bolívar por la señorita Machado (…) La traducción de este libro al español es un aporte importante, y pasa a formar parte de la batería crítica bolivariana. Me refiero a las obras del coronel George Hippisley (Narrativa de la expedición a los ríos Orinoco y Apure, en Sur América, 1819), de José Domingo Díaz (Recuerdos de la rebelión de Caracas, 1829), la entrada "Bolívar" en la New American Cyclopaedia de Charles Dana, escrita por Carlos Marx en 1858, entre otras (…) En el capítulo final, Ducoudray intenta un resumen de la personalidad del héroe: "Los defectos predominantes de la personalidad del general Bolívar son ambición, vanidad, sed por el poder absoluto e indivisible y una gran disimulación. Es muy astuto y entiende a la humanidad mucho mejor que todos sus coterráneos; él, hábilmente voltea cualquier circunstancia a su propia ventaja y no escatima ningún esfuerzo para ganarse a aquellos que le pueden ser útiles".

Así es que no sería apurado asegurar que Marx, para elaborar su artículo sobre Bolívar, en gran parte se basara en el libro de este Ducoudray-Holstein y que su proverbial falta de acuciosidad investigativa, en este caso, no se pusiera de manifiesto. Pero habría que entender que lo escribía contra un “despreciable aristócrata liberal”, un hombre que quizás el único acontecimiento que consideraba realmente revolucionario, hasta entonces, era la Comuna de París.

¿Y saben quién escribió esa felona crónica para un diario anti bolivariano como es El Tiempo de Bogotá, hoy reforzado en esa bajeza por el Grupo Prisa? Pues un historiador venezolano mentado Rafael Arráiz Lucca, a quien a lo mejor ningún diario venezolano se atrevió a publicársela… (¡Y vaya lo que esto significa en estos tiempos!).

No conozco en verdad a semejante historiador, pero me lo imagino un muñeco de torta y además cachupín…

Pero menos mal que el tribuno Juan Carlos Loyo, pistola al cinto, vindicó verbalmente al Libertador en el Fuerte Caribay…


canano141@yahoo.com.ar


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Raúl Betancourt López


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