Pero sin Dios, por favor...

Cada vez que pienso en la religión, o mejor dicho, que constato la existencia de gente que cree en la existencia de Dios, o en algún Dios, me tengo que pellizcar para ver si no estoy soñando. Poco importa cuántos millones de creyentes existan en el planeta, ni que éstos sean el 99% de la población mundial (que no es el caso, afortunadamente): no puedo dejar de sorprenderme, de estrujarme los ojos.

Vaya circunstancia para nuestro cerebro la de tener allí, enfrente, o más bien POR DOQUIERA montones de individuos que creen, afirman, suponen, vindican la existencia de un ser, de una causa que lo creó todo... ¡excepto a sí mismo!

Algo así como un origen sin origen, una creación sin creación.

Sin embargo, esa misma gente que incluso moriría por defender la existencia de tan ilógica y huérfana entidad no tiene ninguna experiencia, en su vida diaria, de nada que se parezca a semejante falacia. No tiene referencias de ese tipo: nada que encuentra a su paso constituye un ejemplo de falla en el sistema lógico-causal. Lo hechos, de los más corrientes a los más inusuales, se producen unos a otros y dependen entre sí en tal forma que no es posible concebirlos ni entenderlos sin ver en ellos una constante, equilibrada e interactiva relación de causa-efecto.

¿Por qué Dios estaría por encima de esta constante que vemos en cada cosa? ¿El creador de todo cuanto existe, podría prescindir él mismo de su propia existencia?

El argumento teológico esencial, es que el Universo sólo puede existir gracias a la existencia de un creador. Pero si toda existencia necesita, en última instancia, de un creador, ¿la existencia de Dios no necesita también de uno? El argumento que utilizan los teológos para afirmar la existencia de Dios (a saber, que nuestra existencia supone la de un creador) resulta que de pronto, así nada más, ex-nihilo —y más que curiosamente— no puede ser utilizado para explicar la existencia ese mismo Dios...

Mmm... ¿dónde estará el escalón perdido para montar de categoría, y no ser afectado por sus propias leyes?

Hay que tener en cuenta que hay otras posibilidades lógicas, y que no es necesario romper la cadena causal de la existencia, como ocurre invariablemente mediante el propósito finalista introducido por los teólogos. Ésta puede ser, como en el caso del tiempo matemático, también infinita. Lo que tendría que haber entonces es una infinidad de Dioses sucesivos, creadores los unos de los otros; lo cual equivale a decir, simplemente, que no hay ni puede haber ningún Dios absoluto: sólo una creación infinita, continua, sin verdadero DIOS.

O, lo que es lo mismo, una EVOLUCIÓN universal, continua, eterna (sin principio ni fin).

Sea como fuere, el creyente común no tiene bases empíricas para sustentar su creencia en Dios. No puede probarnos la existencia de una entidad capaz de trascenderse a sí misma, de superar su propia existencia. El verdadero creador de dicha entidad es, en realidad, el creyente mismo, quien, como es de esperarse, cree en su obra. De hecho la ama y la defiende tanto como a su propia vida (lo cual explica por qué a pesar de no poder demostrarnos que no es suya, sigue creyendo en ella y trata de imponérnosla).

Dicha creación, dicho Dios, como representación del mundo es la negación misma de todo cuanto conoce y ha conocido en la vida el creyente desde su primera infancia; ella contradice lo que ha visto y sigue viendo a diario: la concatenación de los hechos, la interdependencia entre las cosas, el racionalismo implícito de todo cuanto existe, sin punto de ruptura...

Lo único «sobre-natural» que podemos encontrar en la vida y ante todo en los seres humanos, es el esfuerzo que intelectualmente el creyente está obligado a hacer para justificar su creencia en el milagro. Esfuerzo que consiste en negar el mundo tal como efectivamente lo conoce y experimenta todos los días. Sin saberlo, su Dios es una «salida» brusca, delirante y peligrosa de la realidad, un escape psicótico a su verdadera y real existencia.

Las personas que viven en dicha creencia, son un ejemplo cabal de disociación mental. Que hablen del bien, del amor y otros valores morales positivos es irrelevante frente a lo incapacitadas que están para reconocer el mundo sobre el cual quieren aplicar esos mismos valores. Y es aquí que quería llegar: no puede haber real socialismo por CARAMBOLA...

¿Me explico?

xavierpad@gmail.com


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Xavier Padilla


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