El imperio norteamericano, un coloso con los pies de arcilla

El querer ser grande a como de lugar, llevándose por delante a tutirimundachi, sin importarle la humanidad, o mejor dicho los pueblos del mundo; anti valor este propiciado y financiado por el imperio norteamericano, es una enfermedad que se ha propagado hoy en día en todo el planeta y que debemos combatir en el interior de nosotros mismos y nuestros países. El medio más eficaz no debe ser la violencia; primero, porque serviría al mantenimiento del sistema norteamericano que como ya lo hemos visto, necesita periódicamente una guerra para "mantener la coyuntura económica, y así justificar el daño ocasionado", y después porque su poder de destrucción es considerable. Aunque su ejército sea uno de los más mediocres del mundo, no por la cobardía individual de los soldados, sino porque no están motivados por ningún proyecto, ni por ningún ideal, que beneficie a sus nacionales.

A sus generales sólo les dan como objetivo: destruir.

El discurso de los generales norteamericanos, cuando van a una Guerra inventada por el pentágono o por ellos mismos, sus comandantes en jefe tienen un solo mandato: “DESTRUIR...”.

El otro axioma fundamental del Pentágono es la guerra "cero muerto", es decir, el poder de destrucción sin riesgos, llevada a cabo por bombardeos a una altitud inaccesible para la defensa. Es significativo cómo el Estado Mayor norteamericano sabe que después de la guerra de Vietnam una batalla en tierra contra adversarios motivados por un ideal, los conducirá a un desastre, incluso si la correlación de fuerzas materiales está a favor del atacante. El mito de los "golpes quirúrgicos" está destinado a ocultar el hecho de que por ejemplo, durante la guerra del Golfo sólo el 7 % de la aviación norteamericana estaba equipada de este dispositivo, que pretendía ser infalible, para llegar a objetivos militares, y que el 93 % de los bombardeos se contentan con largar ciegamente sus misiles, destruyendo indistintamente: desde escuelas hasta hospitales, desde fábricas de medicamentos (como en Sudán) hasta aglomeraciones civiles. En Kosovo bombardeaban de tan lejos que confundieron un tractor con un tanque.


Esto no implica ninguna condena a la resistencia armada. La "Intifada" de los palestinos es, desde este punto de vista, ejemplar, a pesar del costo humano. Un pueblo desarmado, sin más que las piedras de su patria milenaria, para desafiar a un ocupante armado hasta los dientes. A pesar de la relación de fuerza de mil contra uno, la resistencia de este pueblo ponía fin al mito de una "tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra". Viejo eslogan sionista retomado aún por Golda Meir. Así, un pueblo demuestra, con su resistencia heroica, su existencia y su fe.

Pero la victoria final vendrá cuando el gigantesco aparato destructor del complejo militar-industrial de los Estados Unidos no pueda mantener ya más en el mundo sus fuerzas mortíferas.

Ahora bien, este coloso con los pies de arcilla tiene un punto débil: la vida artificial de la Bolsa, donde los bancos después de mucho tiempo no cumplen el papel que les corresponde: el de recolectar ahorros para invertir en las empresas productivas de bienes y servicios; en cambio se entregan a una actividad especulativa deduciendo "comisiones" sobre transacciones reales o ficticias, sobre “Valores” que no tienen a veces otra realidad que su cotización en la Bolsa.

Es suficiente que la duda se instale, sobre la solvencia de esos títulos, para que la cesación de pago en cadena se desmorone como un castillo de cartas o un dominó. Los bancos que habían apostado, como en el casino, sobre acciones que vuelta a vuelta se alumbraban y daban beneficios fabulosos e instantáneos, o se apagaban con el mínimo viento de rumores bursátiles, ya que apostaban sobre "especulaciones" (en el sentido financiero pero también filosófico de la palabra) y no sobre una economía real.

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José Antonio Velásquez Montaño


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