El insomnio del imperialismo

Sábado, 04 de abril de 2020.- El sociólogo y economista norteamericano, de origen alemán, Gunder Frank, estudioso de la economía mundial, decía que el concepto de “imperialismo” daba cuenta de una realidad existente desde hace 5.000 años, que ha convivido con diversos sistemas económicos, políticos y religiosos.

Los imperialismos, antiguos y modernos, tienen sin embargo rasgos básicos comunes: frentes de expansión y avasallamiento (combinados con estrategias de moldeamiento o domesticación), destrucción física de los cuerpos de sus adversarios (cuando resulta “inevitable”), expoliación de recursos, así como la creación de formas del discurso (doctrinas jurídicas ad hoc diseñadas por sus intelectuales, marcos “civilizatorios” fundamentados en valores “autoevidentes”) e, incluso, la construcción de esquemas de “alianzas” en las que pueden acordarse ventajas compartidas con sus socios sometidos, aunque subordinadas siempre a esquemas de metrópoli-satélite o centro-periferia.

Si bien hay que aclarar que estas alianzas pueden adoptar diversas modalidades (como la que se observó por ejemplo en el siglo XX, cuando EEUU favoreció el fortalecimiento económico de algunos países asiáticos como Corea del Sur, a cambio de una subordinación geopolítica y militar total).

En otras palabras, el imperialismo es una condición dentro de la que coexisten las naciones, frente a la cual los pequeños o más débiles estados a menudo tienen que autolimitarse, aplazar aspiraciones de autonomía, o utilizar las contradicciones existentes entre las diversas potencias imperiales para intentar caminos propios.

De este modo, los imperialismos responden a una lógica dura, de la que hasta ahora aun en medio de grandes luchas y sangrías, no ha podido prescindir la humanidad, aunque ciertamente los países imperiales declinan, son reemplazados eventualmente por otros, o sobreviven bajo formatos diversos frente a nuevas metrópolis emergentes.

El caso del imperialismo estadounidense corresponde a una realidad bastante reciente (unos 170 años); la estrategia que emplea no es la misma en los diferentes espacios en los que interviene, pero su lógica no responde a “motivaciones” o intereses volubles sino, como en los casos de potencias anteriores, a una exigencia irrefrenable de expresar y consolidar, por diferentes medios, una posición de dominio.

Freud decía que los humanos nos encontramos bajo el influjo de “pulsiones” que no son educables o que no conseguimos modificar por la simple manifestación de la fuerza de la voluntad; al poder (de modo general) le ocurre igual, pero a los poderes imperiales la “pulsión” de sojuzgar obedece a un “designio” del que en verdad no pueden defenderse.

Los imperios son, en ese sentido, esclavos de una estrategia que no los deja dormir en paz.



César Henríquez Fernández
03/04/2020



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César Henríquez Fernández


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