Sólo un diálogo que construya una propuesta viable (aceptada por los dos bloques en disputa por el poder) puede generar una salida a la crisis política que vive Venezuela

Caracas, 4 de febrero de 2019.- La amenaza de una posible invasión militar de los EE.UU al territorio venezolano, ilegal, violatoria del orden internacional, coexiste en este momento con el pronunciamiento de sectores nacionales e internacionales que tratan de posicionar alternativas que intentan promover el diálogo y la negociación entre las partes.

Al día de hoy, por otra parte, la presión ejercida por la Administración Trump y los partidarios internos y externos del diputado Juan Guaidó, de colocar a éste último como presidente (“encargado”) del país, ha ganado terreno (cuenta con el apoyo de más de 30 países europeos, 12 latinoamericanos, EEUU y Canadá, aunque no ha conseguido mayoría en la OEA, en el Consejo de Seguridad de la ONU, la Unión Africana, el CARICOM).

Por un lado, el gobierno del presidente Maduro cuenta con aliados firmes “radicales” (Rusia, China, Turquía, Irán, Cuba, Bolivia), y otros "moderados” o comprensivos (México, Uruguay). Hay además países europeos que, aunque reconocen a Guaidó como “presidente”, sostienen el llamado a iniciar conversaciones entre las partes.

Para el 7 de enero del corriente año está prevista, en ese sentido, la realización en Uruguay de la primera reunión del “Grupo de Contacto” entre ministros de Europa (Alemania, España, Francia, Países Bajos, Portugal, Suecia, Reino Unido, Italia) y latinoamericanos (Bolivia, Costa Rica, Uruguay, Ecuador).

No puede descartarse totalmente la posibilidad de una invasión militar norteamericana pero la paz puede lograrse, con el concurso de países de diversas regiones del mundo, con orientaciones político-ideológicas distintas, que se mueven con rapidez, a veces desde ópticas diferentes, en el campo diplomático.

La aspiración de la oposición venezolana, que oscila entre: conseguir la renuncia del Presidente Maduro a partir de las distintas presiones que ejerce, promover un golpe de facto por la vía de la fractura de las Fuerzas Armadas, o (en el caso de los más radicales), la intervención militar externa, se ha estrellado (hasta ahora) contra la decisión y unidad alrededor del Presidente Maduro, de las Fuerzas Armadas, y el PSUV, además de una capacidad de movilización de calle del oficialismo que se mantiene, aunque dentro de ciertas limitaciones.

El gobierno, por otra parte, enfrenta una crisis económica sistémica, severa, con una contracción de la producción de varios años, una hiperinflación hasta ahora imparable que pulveriza los incrementos del salario mínimo y las bonificaciones sociales que se otorgan periódicamente a los trabajadores y a las familias de los sectores populares; además de una crisis evidente de los servicios públicos (salud, agua, transporte, electricidad, seguridad personal) y protestas sociales frecuentes de empleados y obreros del sector público, e incluso en algunos sectores populares; sin dejar de señalar una importante pérdida de recursos humanos (médicos, profesores, técnicos, obreros calificados) por la emigración masiva a otros países.

En medio de un cuadro tan difícil, el gobierno del presidente Maduro, aun cuando se niega a realizar elecciones presidenciales adelantadas (al argumentar que fue electo en mayo de 2018 (con más de seis millones de votos, en unos comicios en los que la oposición se abstuvo de participar), muestra sin embargo las primeras señales de aceptar el diálogo con el bloque opositor. En efecto, en el acto de masas que se celebró el 2 de febrero en la Avenida Bolívar, Maduro propuso a sus adversarios la realización de elecciones parlamentarias en el curso de 2019. Al día de hoy la oposición no ha fijado un criterio al respecto, pero es una puerta que no debería rechazar de plano, visto que su aspiración de lograr una salida rápida del gobierno no ha logrado hasta ahora tener éxito, en medio de una situación compleja que no consigue controlar.

Por otra parte, sectores de la izquierda que no apoyan al gobierno de Nicolás Maduro al mismo tiempo que rechazan a la oposición, proponen un referéndum consultivo (previsto en al artículo 71 de la Constitución Nacional) a través del cual el pueblo decida si quiere la relegitimación de todos los poderes públicos (elecciones generales), como una alternativa al impasse político existente.

No obstante, en estos momentos esa alternativa no cuenta con el respaldo de ninguno de los dos bloques políticos más importantes, lo que convierte a este planteamiento en un gesto simbólico, al menos por ahora.

Es conveniente tener presente lo obvio. Un proceso de diálogo y entendimiento sólo puede concretarse si las partes aceptan un método o propuesta convalidado por todos los factores de poder involucrados. Es la forma de salir del impasse en que nos encontramos.

El país está sumido en una honda crisis económica y política, la situación puede agravarse aún más, lo que resulta inquietante para los que, en general, queremos la paz, como es el caso de la mayoría abrumadora de los venezolanos más allá de sus opiniones políticas ( en nuestro caso, desde la perspectiva de una democracia profunda y de justicia social, de vigencia de los derechos humanos, en un marco de pluralismo político y económico, al lado de los movimientos sociales), lo que implica en toda caso convivir con el diferente.

En medio de la difícil situación existente creemos que la fórmula de adelanto de las elecciones parlamentarias puede ser un primer paso para rearticular la sociedad venezolana.

Las parlamentarias, en principio, están previstas para finales de 2020 o comienzos de 2021, un lapso bastante corto pero que en las circunstancias actuales luce muy lejano.

Para la oposición, el adelanto de estos comicios puede constituir una vía expedita para relegitimar (de ganar, lo que parece factible) la Asamblea Nacional, que por decisión del TSJ se encuentra actualmente en situación de “desacato”.

Ahora, el gobierno debe proporcionar a la oposición ciertas garantías: primero, la reconstitución de la correlación en los cargos directivos del Poder Electoral, de modo que ninguna de las partes tenga mayoría (lo que se traduciría en 2 directivos para cada bloque y un quinto miembro seleccionado por las partes de común acuerdo); en segundo lugar, la apertura del Registro Electoral para nuevas inscripciones; en tercer lugar, que la habilitación o posible cambio de dirección de los centros de votación responda sólo a criterios técnicos, mutuamente aprobados, y no a eventuales ventajas para cualquiera de los factores políticos que concurran al proceso; en cuarto lugar (tal como lo señala Enrique Ochoa Antich), que el llamado que hace el gobierno a la convocatoria adelantada a elegir la Asamblea Nacional, no obedezca a un ritmo impuesto unilateralmente por el sector oficial.

Es claro que, bajo este escenario de comicios parlamentarios adelantados, la insistencia de la oposición en presentar al diputado Juan Guaidó como presidente no tendría espacio, aunque podría considerarse que ese sector político tuviese, temporalmente, la posibilidad de conservar esa carta en la mano, mientras los dos bloques construyen con lujo de detalles, bajo consenso, y el acompañamiento de países que propicien la paz, la ruta hacia la elección de los diputados. Un primer paso de avance, como dijimos, para destrabar la situación.

Se trata, en suma, de crear condiciones para la paz, evitar una eventual guerra civil, así como la injerencia militar de la potencia norteamericana, que dejaría una impronta que inclinaría la balanza a favor del polo conservador por décadas y retrasaría la posibilidad de avanzar hacia un mundo multipolar, por ende más seguro. Aun en el caso de que la guerra no tuviera lugar, el país necesita consensuar alguna políticas de transición que ninguno de los sectores en pugna está en capacidad de asumir si excluye a los demás.

Proceso de transición en el que, además de esos dos bloques, deberían participar las organizaciones gremiales y populares que así lo soliciten, para exponer puntos de vista que esos dos sectores posiblemente dejen por fuera.
 

ANEXO: CONSIDERACIONES FINALES

La trama de los factores condicionantes y el curso vertiginoso de los eventos nos llevan, más allá del artículo que hemos escrito, a señalar algunas variantes acerca de la evolución posible de la crisis:

a) La hoja de ruta del “presidente encargado” Juan Guaidó (“cese de la usurpación, gobierno de transición y elecciones libres”) para sacar al gobierno del presidente en ejercicio Nicolás Maduro, no ha seguido (hasta ahora) el curso predeterminado por los factores de la oposición, nacionales y extranjeros, que lo apoyan. El que esa hoja de ruta se dé, depende de la capacidad del bloque retador (opositor) para conseguir, en primer lugar, la renuncia de Maduro, una cuestión que a su vez depende (sobre todo) de la probabilidad que la Fuerzas Armadas continúen respaldando (ó no) a este último.

b) Para Guaidó y los factores que lo apoyan, el cumplimiento de sus objetivos pasa de modo imprescindible por la fractura militar. La cohesión o división del mundo militar depende, a su vez, del curso general de las cosas, pero especialmente, de la valoración que el país (y los propios militares) hagan acerca de la factibilidad de una invasión norteamericana, ¿se producirá esta? Nadie lo sabe con exactitud, pero si los militares venezolanos estimaran que ese escenario es inminente o altamente probable, podría suceder (aunque no hay seguridad de eso) que las Fuerzas Armadas se conviertan en mediadores internos del “madurismo”, a favor de una transición pacífica para evitar lo peor. En este caso, el sector gobierno podría pasarse (incluyendo a Maduro, los civiles y el PSUV) al escenario del diálogo y el acuerdo nacional. Tendríamos, en ese caso, el escenario de una hoja de ruta “opositora-madurista”.

c) El reconocimiento a Guaidó como “presidente” de Venezuela ha ganado tanto aceptación como rechazo entre los países del orbe. Estados Unidos, Canadá y la casi totalidad de los países europeos (es decir, aquellos que tienen más peso económico y militar en el planeta) reconocen a Guaidó. Aunque la Unión Africana, por ejemplo, reúne más de cincuenta países, el respaldo que los mismos brindan al presidente Maduro cuenta poco en el marco de las estrategias e intereses del mundo “occidental”. Es una situación desequilibrada e impropia, pero es una realidad de poder en el mundo actual.

d) Rusia y China respaldan abiertamente al gobierno de Maduro pero se autolimitan, restringen ese apoyo al espacio diplomático, no pueden ir más allá. EEUU lo sabe y juega con ese elemento a su favor.

e) En el supuesto de que el primer elemento de la hoja de ruta de Guaidó –renuncia de Maduro- se cumpliera (a la luz de lo señalado en el literal b), ¿cómo haría la oposición para que el segundo componente de esa hoja de ruta –formación de un gobierno de transición- se desarrollara de acuerdo a sus expectativas? ¿Qué criterios emplearían para designar el gabinete de ministros, ante la posibilidad de que los militares se constituyan en garantes de una transición compartida?

f) Podría suceder que el espacio de diálogo (ó Grupo de Contacto) constituido por países europeos y latinoamericanos (que tienen entre sí diferencias respecto a la relación con el gobierno de Maduro), y que se reunirán el 7 -2-2019 en Uruguay, se convierta progresivamente en un factor decisivo, que puede derivar en que el tercer componente de la hoja de ruta de Guidó y la oposición –“elecciones libres”- se reconfigure de un modo distinto, en un escenario que ni la oposición ni el “madurismo” controlarían plenamente.

g) En cualquier caso, de haber elecciones –parciales o totales-, la reformulación de la integración del Consejo Nacional Electoral sería imprescindible.

h) La salida que plantea la “Plataforma para evitar la guerra y el Referéndum Consultivo”, que sea el pueblo quien decida si quiere la renovación de todos los poderes públicos, tesis que presenta la izquierda no madurista, podría, a pesar de ser expresión de una corriente minoritaria, constituirse en una salida “salomónica”, si el acuerdo llegara a pasar por una (posible) transición pactada.

Hay muchos elementos en juego, cuentan las individualidades, la subjetividad, es difícil pronosticar el curso seguro de los acontecimientos, lo que exige en consecuencia colocar la mayor diversidad de opciones sobre la mesa.


 



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César Henríquez Fernández


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