La ciudad capital incomunicada, al igual que pueblos y caseríos por todo el estado. Tragedia humana por doquier; casas, carreteras, puentes, cultivos destrozados.
Los ríos Chama, Santo Domingo, Mocotíes, Albarregas, entre otros, arrasaron con furia todo a su paso.
El año pasado, bajo los efectos de El Niño , Mérida sufrió una sequía que mantuvo a la población en tinieblas por falta de electricidad durante meses, con cortes de hasta 12 horas diarias.
Este año, aunque La Niña no se manifestó con intensidad, Mérida sufre varias inundaciones.
Hace sólo un par de años que Mérida perdió todos sus glaciares. La otrara Ciudad de las Nieves Eternas quedó en el olvido. Las Águilas Blancas huyeron despavoridas ante el acoso humano, tras anidar en las crestas más elevadas de las montañas andinas por más de 20.000 años.
Aun así, nos negamos tercamente a acatar la alarma que representa esta tragedia nacional. Rehusamos admitir que no es un fenómeno aislado, sino un síntoma traumático de la crisis ambiental que se propaga con inusitada rapidez por todo el territorio nacional .
El mismo fenómeno que destruyó las masas de hielo que cubrieron las crestas más elevadas de los Andes de Venezuela por cientos de siglos, acentúa también la intensidad y la frecuencia de sequías e inundaciones: el calentamiento del planeta .
No estamos ante un problema local, ni regional, ni casual. Situaciones similares se presentan en otros estados del país y en otros países alrededor del mundo. De las 37 ondas tropicales que azotarán a Venezuela este año, apenas vamos por la novena. La temporada de lluvias en Venezuela apenas comienza. El nivel del majestuoso Orinoco, el segundo río más caudaloso del hemisferio occidental y el tercero del mundo, sólo después del Amazonas y del Ganges, se encuentra a punto de alcanzar un máximo histórico para esta época del año en Ciudad Bolívar. Puede exceder en septiembre la cuota máxima de alerta roja jamás registrada en esa ciudad.
Nos acostumbraremos a la sentencia " nunca antes había visto algo igual ". Las inundaciones y las sequías serán, inevitablemente, cada vez más frecuentes y más destructivas. Vendrán además acompañados por otros síntomas perversos.
Los huracanes que se forman en el océano Atlántico no solo crecen en frecuencia e intensidad. Afectarán cada vez con mayor furia las costas de Venezuela.
El nivel del mar se elevará hasta un par de metros para finales de este siglo, provocando daños inimaginables a la infraestructura costera y expulsando a millones de personas hacia territorios más elevados.
Se desplazarán las tierras de cultivo y se reducirá el suministro promedio de agua superficial.
Nuestros bosques naturales tendrán que aportar millones de toneladas adicionales de agua a la atmósfera. Por cada grado centígrado de aumento de temperatura, la atmósfera exige un 7% adicional de humedad. La tendencia actual es hacia un aumento en la temperatura superficial promedio global de 3°C en los próximos 70 años. Los bosques tendrán que suministrar 20% más de humedad a la atmósfera, lo que tiende a exceder sus límites naturales y conducir a su progresiva degradación a matorralales y sabanas.
Un aumento en la temperatura superficial promedio global de 3°C implica un aumento de 5°C a 6°C en la mayor parte del país, en las regiones más cercanas al ecuador y al nivel del mar. Un aumento de esta magnitud no se ha presentado desde mediados del Plioceno, desde hace al menos 4 millones de años, cuando los humanos no existían y el nivel del mar se encontraba entre 20 y 24 metros sobre el que conocemos.
Venezuela enfrenta una inminente emergencia climática nacional . No desaparecerá porque nos negamos a reconocerla. No podemos ignorarla. Por el contrario, se fortalecerá con el tiempo, será cada vez más elevado y terrible el costo que habrá que pagar, amenazando la habitabilidad misma de la mayor parte del territorio nacional.
Debemos enfrentar esta creciente monstruosidad con determinación y con coraje. Debemos unir esfuerzos y voluntades en defensa del bien colectivo, en particular en defensa de los intereses fundamentales de nuestros descendientes más inmediatos.
Pretender que esta amenaza no existe, o que es algo pasajero, o que es sólo responsabilidad del gobierno, es la traición más repugnante que podamos cometer contra nuestros propios hijos. Si no actuamos de manera concertada y de inmediata, los condenamos a sobrevivir en un planeta hostil para la especie humana.