¿Ya para qué?

El dilecto amigo Rodrigo Llano necesitó 24 años para revelar la tramoya electoral del Partido Liberal en 1985 que llevó a su candidato Virgilio Barco a la Presidencia en 1986.

Dice el dirigente político, Ramón Elejalde, en su columna del diario El Mundo de Medellín (02 – 11 – 09), que Llano, en una conferencia dictada en Pereira, reveló que el liberalismo tomó la decisión de utilizar las encuestas para inflar a Barco que por entonces apenas tenía una favorabilidad del 1,5 por ciento, frente al 45 de Gómez Hurtado y el 37 de Galán. La manipulación fue subiendo a uno y bajando a los otros hasta que Barco, como por arte de magia, superaba de tal forma a sus dos contendores que hizo expresar al ex presidente López su famosa sentencia: “Si no es barco… ¿Quién?

Tal vez esto de Llano debió haberse denunciado antes, y quizás, aunque sea 24 años después, merece una explicación del director del Partido Liberal, el ex presidente César Gaviria, ya que se trata de una muy grave acusación hecha por quien ostenta hoy en día el cargo de Veedor Nacional de esa colectividad.

Mientras esperamos a ver dónde cae ese globo, podemos pensar que igual tramoya usó en el 2002 el hoy presidente Álvaro Uribe, cuando su encuestadora de bolsillo empezó a inflarlo desde el 12 por ciento frente al 40 de Serpa. Igual que en el caso Barco, que hoy se soporta en una muy confiable infidencia histórica, Uribe alcanzó a Serpa, lo sobrepasó y siguió de largo, hasta lograr un triunfo arrollador en primera vuelta.

Recientemente me ocupé también del tema en el editorial del periódico El Satélite de Sabana Centro que tengo el honor de dirigir desde Tocancipá. En la ultima edición (la No. 16) se dice: (…) “Impulsado por los medios de comunicación otro fenómeno se encumbra en el escenario de la democracia moderna: las empresas encuestadoras. Nadie cree en ellas, pero todos las contratan para saber cómo van”.

Resulta muy difícil cuestionar las encuestas, pues, en mi opinión, ellas no son mentirosas sino tendenciosas, que son dos cosas distintas como cualquiera podrá entender sin mayor esfuerzo.

Si puedo explicarme, pienso que las encuestas siempre dicen la verdad, o al menos algo que se le parezca. Sus realizadores buscan las personas y los escenarios en donde se puedan dar los resultados que persiguen. Este ejemplo probablemente nos haga más claro el tema: si yo comparo la imagen de Uribe contra la de Petro en Medellín, barre Uribe; pero si llevó los mismos contendores a Zipaquirá, barre Petro. Si Uribe sabe eso y Petro también, entonces gana el que más plata tenga para pagar encuestas tendenciosas que para muchos, yo incluido, podrían tener algún juicio de valor pero no legal.

En ese mismo editorial que cito parece que lo tengo más claro: (…) “El fenómeno de las encuestadoras puede llamarse de “arrastre”, un término muy conocido en política que hace que el que más votos tenga se lleva a los demás. El “arrastre” en las encuestas hace que a quien ellas den como puntero en cualquier elección popular, los electores, especialmente en la franja de opinión y los indecisos, tiendan a sumársele por aquello de que siempre es mejor ganar que perder, algo que dejó de ser perogrullada a partir de la famosa frase de Maturana, “perdiendo también se gana”.

Quizás necesitemos más debate para ‘desencriptar’ el tema de las encuestas. Lo que preocupa de momento es que ahí están y esas son las que venden ante los electores a los candidatos, y con más veras si se trata de un candidato-Presidente, pues, no sólo puede pagar con creces sino también, lo que resulta más preocupante, cobrar por ventanilla.


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Octavio Quintero


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