-Dios los bendiga-

¿Cuáles son los mejores soldados del mundo?

 “Dios bendiga a nuestros soldados, que son los mejores del mundo”, pidió Bush antes de lanzarlos sobre el territorio iraquí. Dios, que aún sigue viviendo de puro milagro, apenas pudo decir sin que Bush lo escuchara: “No bendigo criminales, porque sería como contradecir a Jesucristo, quien mandó a desenvainar espadas para combatir tiranos y villanos”. Bush, por supuesto, jamás se enteró que Robespierre dijo en una oportunidad que a los pueblos no les gustan los misioneros con bayonetas. Sólo unas pocas semanas antes de entregar el gobierno a Obama, Bush reconoció –aun cuando contaba con “los mejores soldados del mundo”- que no estaba preparado para la guerra que hace más de un lustro declaró a Irak guiándose, tal como también lo reconoció, por informes falsos de la CIA que lo engañaron.

 “Los mejores soldados del mundo”. Si Carl von Clausewitz viviera, seguramente, aprendiendo de las terribles y macabras enseñanzas de Bush, terminaría perdiendo la razón y elucubrando, diría que la política debe subordinarse completamente a la guerra y no lo contrario, siendo ésta una continuación violenta de la primera. Ahora es posible creer en eso que dice Facundo Cabral en una canción, que si Napoleón hubiese ido a Waterloo con la ayuda de los soldados estadounidenses, jamás hubiera perdido esa batalla. Sin embargo, “los mejores soldados del mundo”, sin ayuda de Napoleón, fueron derrotados en Corea, en Nicaragua y en Viet-nam. Y nadie dude que “los mejores soldados del mundo” están corriendo con la misma suerte en Afganistán reconocida ya formalmente su derrota en Irak.

 Cualquier nación, con el poderío bélico que posee Estados Unidos, entraría en cualquier guerra obteniendo éxitos militares en sus primeras embestidas. Atacar, primero, desde al aire con bombas de destrucción masivas e incluso lanzadas desde aviones no piloteados por el soldado sino por botones electrónicos, es una ventaja inicial imposible de combatir con éxito por las fuerzas de la resistencia que deben buscar en sus refugios su seguridad de salvación física. Pero una guerra de invasión no se limita ni la decide el sólo hecho de bombardear y destruir una región. Para consolidarla, para materializarla, hay que hacer entrar o desembarcar tropas en tierra, en la región usurpada. Es allí donde la resistencia cobra su vigencia y coloca a su disposición no sólo el apoyo de una población y la solidaridad internacional, sino también el conocimiento del terreno, la ventaja de los factores climáticos, geográficos, geológicos y, lo que resulta extremamente importante, el factor de la sorpresa para el ataque. No es la cantidad de muertos y lesionados por la violencia la que decide el triunfo de una guerra. Es la política quien dirige al fusil y no lo contrario.

 “Los mejores soldados del mundo” hacen sus guerras basándose en los genocidios, las masacres, las torturas horripilantes, las violaciones a todos los derechos humanos e incluso los sexuales, destruyendo las fuentes de energía, de alimentación, de producción, volando puentes y deteriorando las vías de comunicación, estableciendo cercos de hambre y sed y, además, desinformando a la opinión mundial colocando a las víctimas como victimarios y a éstos como las inocentes víctimas de tropelías inventadas e inexistentes.

Los mejores soldados del mundo” cuando creen que todo en tierra está completamente arrasado es que se deciden a penetrar o desembarcar en el territorio invadido o destruido. El terrorismo de Estado es su forma de lucha política fundamental para establecer y consolidar la conquista, para imponer su régimen de esclavitud que les garantice el saqueo de la riqueza ajena no para ellos, sino para los grandes amos o magnates del capital financiero. ¿Es o no es así? Nadie mejor que el general estadounidense Smedley Butler puede testimoniar de esta gran verdad. Dice: “... Pasé treinta años y cuatro meses en servicio activo como miembro de la fuerza militar más ágil de nuestro país: la Infantería de Marina. Serví en todos los grados, desde segundo teniente hasta mayor general... Contribuí a que Méjico, especialmente Tampico, quedara disponible para los intereses petroleros norteamericanos en 1914. Ayudé a hacer de Haití y Cuba sitios adecuados para que los chicos del National City Bank obtuvieran utilidades... Presté mi contribución en la purificación de Nicaragua para la Banca Internacional de Brown Brothers en 1902 y 1912. Saneé a la República Dominicana, para los intereses azucareros norteamericanos en 1903. En China, en 1927, me ocupé de que la Standars Oil no fuera molestada... En todos estos años me dediqué, como dirían los muchachos de la trastienda, a un estupendo negocio. Se me compensó con honores, medallas, promociones. Cuando pienso en ello, me parece que habría podido hacer algunas sugestiones a Al Capone. Lo más que éste pudo hacer fue operar sus ilícitos negocios en tres distritos de una ciudad. Lo infantes de marina operábamos en tres continentes (Tomado de “Garrote y dólar” de Gallegos Ortiz).

 “Los mejores soldados del mundo” son, simplemente, gendarmes, los custodios, los guardaespaldas de los grandes inversores de las armas para las guerras. Lo que sucede, históricamente demostrado, es que las armas no son un factor decisivo en las guerras; no son los soldados –ni mejores ni peores- el factor decisivo en las guerras. Son las causas sociales cuando son abrazadas por los pueblos como ideales propios, el factor que alimenta el espíritu, la convicción, la voluntad, la conciencia y la fuerza de las masas o de los pueblos para decidir las guerras bajo una dirección capaz de sintetizar correctamente las realidades objetivas y subjetivas del momento y del lugar. El nazismo, por ejemplo, no podía triunfar ocupando el mundo ni que los Estados de Estados Unidos, Francia e Inglaterra se hubieran sumado al propósito de Alemania. Sencillamente lo hubiera confirmado la historia posterior a la Segunda Guerra Mundial: los pueblos de Estados Unidos, de Francia y de Inglaterra hubiesen derrocado a sus gobiernos para que el nazismo no se estableciera en todo el orbe terrestre. Así de sencillo. Si los millones y millones de esclavos no se hubieran sublevado contra el esclavismo, la clase feudalista no hubiese tenido oportunidad de triunfo. Lo mismo tuvo validez para la burguesía que hubiera quedado enclaustrada en utopías de no haber sido por los campesinos, los artesanos, los pequeñoburgueses y los obreros que querían liberarse de las tropelías del feudalismo. Lo que sucede es que los esclavos como los campesinos nunca llevaron en su entraña el embrión de un nuevo modo de producción, pero, en cambio, el proletariado. Por eso, sin éste la causa del socialismo no tendría ningún sentido histórico.

Todas las armas del planeta Tierra en manos de “los mejores soldados del mundo” lo único que podrían conseguir es alargar la miseria y el sufrimiento de los pueblos por más tiempo, pero tarde o temprano éstos se rebelarán aplastando con sus brazos fuertes a todos sus enemigos juntos o por separados.

Demás está decir que “los mejores soldados del mundo” (los estadounidenses) merecen, junto a los soldados israelitas, el Premio Nóbel de la Paz, pero como resulta poco dinero para ser repartido, en partes iguales, ante tantos soldados, es preferible que se sintetice otorgándoselo a Bush y a Olmert, para que mitad y mitad lo inviertan en alguna obra de “caridad” comprando armas y sean entregadas a los muñequitos creados por Walt Disney para que también se maten entre sí. No, mejor sería crear un Premio Nóbel del Genocidio, y nadie podría disputárselo a los antes mencionados.



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Freddy Yépez


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