Paraguay, donde ganó la esperanza (I)

Después de la eucaristía en la que participó acompañado de su homólogo venezolano Hugo Chávez, el electo presidente de Paraguay con la sencillez de quien ha vivido en el vecindario, se escabulló del público para una capilla privada que hay junto a la iglesia. Eso me permitió escuchar de él algunas anécdotas misioneras de su tiempo en Ecuador. Luego dimos inicio a la reunión con el grupo de sacerdotes y pastores de otras iglesias que habíamos sido invitados a participar de la reunión.

Fernando Lugo es uno de esos personajes atípicos que, desde su condición de cristiano y obispo, tuvo el atrevimiento de vivir una experiencia eclesial distinta a lo que han sido los esquemas tradicionales de una diócesis. Es la impresión que deja cuando, este hombre de 57 años, cuenta su experiencia de vida. Ahora bien, eso tiene un precio, el des-precio, que generalmente llega desde la misma institución.

Al referirse a su pasado como sacerdote, afirma que “muchos padres quieren ser obispos” sin embrago, apelando a un decir paraguayo nos confiesa: “esa calentura no me llegó”.

Cuando recuerda sus años como misionero y docente en Ecuador se le ilumina el rostro y, una sonrisa acompaña con detalles su narración: “seis meses trabajábamos en el conuco, deshierbando, sembrando, labrando la tierra y seis meses que dedicábamos a la formación de las comunidades”

Un cura distinto.

Quienes fueron sus amigos y alumnos en Guaranda (Ecuador) lo recuerdan como un cura distinto. Casi nunca lo vieron con sotana. Andaba en moto, tenía la barba larga y usaba una boina. Tocaba la guitarra y cantaba canciones no solo religiosas sino de la cultura popular. Vivía con los campesinos y la gente de los barrios a quienes servía.

Recuerda que cuando lo eligieron candidato para obispo hizo un serio discernimiento y concluyó que no debía aceptar, que era mejor seguir viviendo su vida sin el compromiso episcopal. De hecho, ya para ese momento le habían investigado su vida y los testimonios confirmaban que era un sacerdote apegado a la sana doctrina de la Iglesia. No obstante su negación, un amigo suyo compañero de formación que hoy también es obispo, le convenció para que aceptara el encargo.

Es así como Lugo se convierte en obispo de su lar nativo, el pueblo sufrido y digno de San Pedro del que proviene, y que lo vio crecer.

Su formación como religioso de la congregación del Verbo divino le formó para la predicación del Evangelio y la inculturación entre las diferentes culturas. Esa nota distintiva lo marcará por el resto de su vida. Por eso Monseñor Lugo al llegar a su diócesis, decretó como idioma oficial de la misma el Guaraní, lengua originaria indígena que es la más hablada en la región. De ahí que si un sacerdote quería venir a colaborar con el obispo de San Pedro Apóstol como misionero, se las tenía que haber con el aprendizaje del Guaraní. Así se profundizaba en una Iglesia local misionera el proceso de inserción, que había comenzado con Monseñor Oscar Pérez Gárate, su predecesor. Cuando Lugo llega ya era una diócesis fundada en comunidades eclesiales de base que él se encargará de consolidar. Eran seiscientas cincuenta comunidades y cuando finalizó su servicio como obispo ya sumaban mil trescientas.

Dos opciones

Una vez posesionado como obispo sintió que tenía dos opciones: vivir como príncipe o vivir con la gente como uno más del pueblo y eligió esta última. Por eso el palacio episcopal nunca fue habitado por él, los viernes acudía allí para atender requerimientos de algún documento u otros asuntos de tipo burocrático-eclesial. Pero su vida transcurría en una casa humilde como la de sus campesinos. Además no usaba signos clericales que le confirieran privilegios. Eso hizo levantar muy pronto las críticas por parte de algunos obispos y clérigos paraguayos quienes sostenían que Lugo no atendía a sus feligreses porque no vivía en el palacio. Lugo no era que no atendía a su gente sino que vivía con ella, que es lo más evangélico de una acción pastoral.

Muchas veces lo acusaron de conspirador y hasta guerrillero. El cuenta una anécdota entre muchas, que le ganó este apelativo: una vez llegó a una comunidad y la gente no estaba en el lugar donde celebraría la misa. Ese día toda la aldea estaba acompañando a un grupo de campesinos sin tierra que habían decidido tomarse una finca abandonada. Y el obispo, sin dudarlo, se fue allá también a estar con los campesinos que, por justicia, reclamaban un pedazo de tierra y se quedó con ellos toda la jornada. .

El hoy presidente de El Paraguay ante la pregunta de uno de los presentes, sobre si le había sido desgarrador el momento en que abandonó el ministerio episcopal, respondió que no había sido traumático ya que él vivió para su gente y esa gente no lo abandona, lo sigue acompañando, y añadió “no me costó renunciar porque no me sentía apegado al anillo, al báculo o a privilegios. Me sentía libre, nuestra primera vocación, como dice San Pablo, es a la libertad”

La diócesis de Monseñor Lugo era una verdadera iglesia particular que vivía la autonomía de las primeras comunidades, hoy reafirmada por el Concilio vaticano II. Era una Iglesia atípica como él mismo la describe. No había reuniones de clero sino de comunidades eclesiales donde los laicos y laicas eran los protagonistas de la vida eclesial. Los sacerdotes eran veinte mientras que los laicos animadores de las comunidades eran más de ochocientos. La institución eclesial en su gran mayoría era contraria a este modo de proceder, en cambio las comunidades eclesiales de base estaban con él y apoyaban su proyecto pastoral. No obstante las críticas, en la página Web de la Conferencia Episcopal de El paraguay se puede leer esta nota: “Monseñor Lugo está considerado como uno de los obispos más comprometidos con la realidad campesina” ( cnf. http//www.episcopal.org.py/

Crisis de liderazgo.

Paraguay como todos los países de América Latina sufre una crisis de líderes creíbles y el pueblo ya está cansado de ensayar cada vez que hay elecciones presidenciales. Podríamos decir que la vida de muchos pueblos latinoamericanos transcurre entre el estruendo de las campañas electorales y posteriormente un silencio cabizbajo producto de la decepción, porque aquel líder que eligieron ayer con esperanza de cambio, hoy les genera una frustración enorme.

Es por ello que el pueblo paraguayo veía en el obispo Lugo una figura carismática. Pues dada su trayectoria de compromiso, era el único capaz de aglutinar el descontento de un país con 62 años de monopartidismo gobernante. Y así, el 17 de diciembre de 2006 el pueblo le consignó más de cien mil firmas pidiendo que aceptara ser candidato presidencial. Le argumentaban que si había dedicado 36 años a la misión como sacerdote y religioso por qué no dedicarle ahora cinco años a su país, que no deja de ser un servicio a la construcción del Reino. Y afirma Lugo que, después de discernirlo mucho, un pensamiento del Papa Pío XI vino a clarificar lo que sería su decisión: “La política es la expresión más sublime del amor” (continuará en la segunda parte).


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Numa Molina S.J.


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