La crisis sistémica de Estados Unidos: De la riqueza a la desigualdad total (I)

Estados Unidos ha sido, y en muchos sentidos sigue siendo, la conclusión del capitalismo moderno, una fuerza económica que ha generado una riqueza material sin precedentes como no se ha conocido antes y no se resigna a dejar de ser el dominante.

 Este modelo ha impulsado la innovación, el crecimiento y la producción masiva, elevando el nivel de vida de una porción significativa de su población lo cual ha sido ampliamente difundido por los medios de comunicación y consumido globalmente.

 Sin embargo, esta narrativa de prosperidad universal es una falacia. La riqueza acumulada se ha concentrado en una minoría, con características de oligarquía, dejando a la mayoría con la sensación de que, a pesar de vivir en la nación más rica del mundo, no son partícipes de esa riqueza, aunque es tal fuerza que los une a ella y no tener competencia interna ideológica que no hay manifestaciones de rebeldía en el país, por ahora. 

Esta es la esencia de la crisis sistémica que atraviesa el país, un problema que va más allá de una simple recesión económica. No es una falla temporal, sino una fractura profunda en los cimientos de la sociedad, que se manifiesta en los ámbitos social, económico, político y emocional.

La concentración de la riqueza ha creado una desigualdad abismal. Mientras los súper ultrarricos acumulan fortunas, la clase media imagen del modo de vida americano, se desvanece o se esfuma y millones de personas luchan por sobrevivir. Esta situación no solo es una injusticia económica, sino que también socava la cohesión social. La falta de una "ternura social" con políticas inclusivas que atiendan las necesidades humanas básicas ha dejado a vastas comunidades marginadas.

Ciudades enteras se ven afectadas por la desindustrialización, la falta de inversión y la desesperanza, mientras que la infraestructura vital, desde puentes hasta redes eléctricas, envejece y se deteriora. El mito del "sueño americano" se ha convertido para muchos en una pesadilla, donde el mérito y el esfuerzo ya no garantizan la movilidad ascendente. 

Esta situación es particularmente visible en las cifras pues se estima que más de 100 millones de personas son pobres o de bajos ingresos y deben ser atendidas por el estado, inmensa cifra asombrosa que refleja la incapacidad de los Estados Unidos con el actual sistema para distribuir de manera equitativa los beneficios que produce. 

Esta crisis sistémica llega a las instituciones. El sistema de justicia penal estadounidense, es un reflejo de la desigualdad. Con una de las tasas de encarcelamiento más altas del mundo, se penaliza la pobreza y el color de piel, perpetuando el ciclo de marginalidad. El sistema educativo está profundamente fracturado. Las escuelas públicas en áreas de bajos ingresos carecen de recursos, mientras que las de zonas ricas ofrecen oportunidades de primer nivel. Esta disparidad perpetúa la divergencia desde la infancia, creando un ciclo vicioso difícil de romper.

El capitalismo en su evolución va exacerbando estos problemas. Así es la financiarización, donde las ganancias se obtienen a través de la especulación y el manejo de activos financieros principalmente en la bolsa de valores, con la externalización de costos sociales y ambientales que generan las empresas pero la paga toda la sociedad incrementando así la riqueza de las elites y deja al Estado con la responsabilidad, mal asumida de atender a los pobres.

Esta es la lógica que ha llevado a la crisis sistémica donde está metido los Estados Unidos, no se beneficia a la mayoría y se enriquece a los pocos que ya tienen. La política tradicional, atrapada en este paradigma, es incapaz de ofrecer soluciones aunque tenga un crecimiento constante en los ingresos del estado y las empresas. En lugar de abordar los problemas estructurales, los políticos prefieren recurrir a soluciones paliativas o, peor aún, a narrativas divisivas que desvían la atención de las verdaderas causas del malestar social. Por ello EE.UU. esta hoy profundamente dividido y dirigido por un presidente fragmentador como es Donald Trump. 

El único sector que parece funcionar con dinamismo es el complejo militar-industrial, como reflejo de una sociedad que ha priorizado el poderío bélico sobre el bienestar de sus ciudadanos. Los vastos presupuestos de defensa, financiados con los impuestos de la población, contrastan con la falta de fondos para la salud, la educación y la vivienda. Este enfoque militarista es un síntoma de una nación que busca en la fuerza externa una solución a su decadencia interna.

La división hoy existente en los Estados Unidos va más allá de la división en clases sociales, inclusive de segmentos en esas clases sociales, va más allá, generada por la búsqueda de riqueza exacerbada por una perdida de la moral personal y social muy parecida a las que presentaron Grecia y Roma antes de desaparecer. No es una crisis coyuntural, podemos estar presenciando el final de una civilización.

 


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Oscar Rodríguez E


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