La evolución reciente de la guerra en Ucrania ha colocado a las élites europeas feudales, antisociales, aferradas a viejas estructuras de poder ante un conjunto de decisiones políticas que no estaban preparadas para enfrentar. Los resultados del conflicto, sumados al nuevo papel que asumen los Estados Unidos en un mundo en reconfiguración, las han puesto en modo de supervivencia política. Ucrania y Europa corren en paralelo la misma suerte, mientras más tarde Ucrania en firmar el fin de las hostilidades más perderá, la derecha fascista europea mientras más tarde en reconocer lo insostenible de la situación que creó más perderá con riesgo de desaparecer.
Los líderes europeos se encuentran atrapados entre dos opciones: aumentar drásticamente el gasto en defensa y la producción militar, con el costo fiscal y social que ello implica, o aceptar una posible derrota de Ucrania, lo que representaría un fracaso geopolítico de enormes proporciones.
La derrota, además, desmontaría la narrativa de estas élites de presentarse como salvadoras frente al "monstruo ruso". De allí que muchos líderes prioricen el protagonismo político para no asumir la pérdida inevitable de apoyo electoral que acompañaría un reconocimiento de la situación. Esto revela la insinceridad en la toma de decisiones, incluso cuando la información disponible es clara.
La brecha entre los datos objetivos y la acción política muestra la real dimensión del problema. Implementar políticas basadas en la realidad material, escasez de recursos financieros, dependencia tecnológica, industrias limitadas, va directamente contra la supervivencia del fascismo y la derecha europea, que no tiene nada que ofrecer a Europa solo una guerra que como la de ayer también pierde. No habrá revancha histórica fascista.
Al matematizar la situación y obtener la presentación del conflicto en datos de 2025, se observa que la presencia o ausencia de Estados Unidos altera de forma decisiva la ecuación. En el escenario actual, Ucrania recibe 201,7 millardos provenientes de Europa y 130,6 millardos de Estados Unidos. Esto ha permitido sostener el esfuerzo bélico, aunque con limitaciones. Europa supera a EE. UU en volumen total al incluir asistencia a refugiados; en materia estrictamente militar, la superioridad de Washington es clara. Estados Unidos está cómodo, toda guerra bien lejos de su territorio.
Cuando se elimina la variable estadounidense, el panorama cambia de manera abrupta. La retirada de la ayuda de EE. UU genera un déficit crítico, especialmente en sistemas de armas y municiones los cuales son suministrados casi exclusivamente por los del norte de América. Si bien Europa podría compensar parte del vacío financiero aumentando, según cálculos muy optimistas, entre 0,12 % y 0,21 % su PIB anual, el verdadero obstáculo es material, industrial y logístico. El suministro y la inteligencia militar que aporta EE. UU no pueden ser reemplazados. Matemáticamente, con EE. UU el sistema de apoyo funciona; sin EE. UU no.
Además hay una variable oculta en esta guerra con la cual no se contaba para dominar a Rusia y la expansión hacia ella, como son los costos unitarios crecientes. Al introducir esa variable la ecuación es más restrictiva para Europa sin la participación de Estados Unidos, pues la inflación, la escasez de insumos y la necesidad de tecnología cada vez más avanzada elevan el costo unitario de los equipos militares exponencialmente, de cientos de dólares por un dron básico hace tres años a decenas de miles por ese mismo dron pero ahora desarrollado con sistemas perfeccionados.
El inicio de la guerra fue barato para todos, inclusive para Rusia, y Ucrania contaba con los arsenales heredados de la Unión Soviética, ahora vaciados y cuya utilización no hizo exigente el suministro masivo de armas del imperialismo colectivo. Al agotarse el armamento soviético la situación cambió radicalmente y aunque los europeos y Estados Unidos han vaciado también sus arsenales de armas viejas, ya se agotaron y se necesitan nuevas, abundantes y muy caras, características de una guerra industrial. Europa no tiene dinero. No puede más. De ahí viene el plan de utilizar los depósitos rusos en sus bancos. El fascismo europeo quiere que la propia Rusia le pague su supervivencia.
En un escenario con apoyo conjunto, el presupuesto total es lo suficientemente grande para amortiguar parcialmente este aumento. Pero sin Estados Unidos, el numerador de la ecuación se reduce mientras el denominador sigue creciendo, disminuyendo la cantidad de equipo que pueden adquirirse. Europa podría cubrir parte del déficit financiero, pero no puede compensar el incremento de costos y la falta de capacidad industrial.
Ucrania ha podido continuar la guerra gracias a la unión de todos los imperialismos más el apoyo incondicional de Israel. La salida de EE. UU crea un déficit que, enfrenta limitaciones imposibles de superar. Este apoyo representa para USA, una de las naciones vencedoras del fascismo y nazismo en 1945, su colaboración con ellos.
La situación de Ucrania se volverá insostenible sin esa respuesta masiva, algo para lo cual Europa no está preparada ni políticamente dispuesta. El fascismo será nuevamente derrotado en los mismos terrenos donde se dieron las batallas decisivas de la II Guerra Mundial como fue la batalla de Kursk, perderá elecciones y ya no podrá levantar cabeza por siglos y ojalá los obsoletos reinos y las opresivas noblezas europeas también puedan ver esta vez su muerte natural.