En el 81 aniversario de su asesinato

León Trotsky, un revolucionario actual

Recordar la figura de Trotsky tiene sentido a pesar de que quien dedicó sus últimos años a formar unos cuadros capaces y proclamar la Cuarta Internacional para hacer frente a la situación que desembocaría en la segunda guerra mundial, difícilmente podría imaginar el grado de descomposición a la que ha llegado hoy el capitalismo.

También le dolería ver la ex Unión Soviética convertida en la Rusia actual dirigida por los continuadores de la política y con el apoyo de nuevos ricos surgidos del robo de los recursos naturales, servicios, empresas. O ver una China "comunista" convertida en segunda potencia económica capitalista.

Trotsky libró un combate desigual contra la degeneración de la Unión Soviética por una burocracia parásita que convirtió los primeros pasos hacia el socialismo en una horrible máscara de dictadura burocrática. No lo pudo impedir y esa traición, junto a la de la socialdemocracia alemana que se vendió a su propia burguesía imperialista, es la clave del porqué el primer triunfo revolucionario de la clase obrera en octubre de 1917 no tuvo una continuidad.

Trotsky siempre defendió la verdad, aunque fuera amarga. Su valor para decir la verdad sobre la burocracia reaccionaria de la URSS, y en particular de José Stalin, a la clase trabajadora mundial, le costó la vida. Era capaz de decir a sus cuadros y amigos que las derrotas de la revolución que ocasionaba la política de Stalin, lejos de contribuir a alzar las masas contra esos crímenes, las desanimaba y todavía fortalecían más el poder de la burocracia al fortalecer el miedo. Las ocasiones revolucionarias, como la propia segunda guerra mundial, tomaron caminos torcidos bajo el dominio de burocracias arrodilladas a Moscú y ésta ocupada en su propia supervivencia como guía para su política internacional. Pero había que decirlo para comprender que el fracaso de la burocracia no era el fracaso del socialismo.

La globalización capitalista desde los años ochenta empezó creando nuevas condiciones y multiplicando el poder económico, político, mediático, tecnológico, de una minoría de ultrarricos. Frente a ella y su política neoliberal, empezada por Thatcher y Reagan, la burocracia estalinista y contrarrevolucionaria se hundió en Rusia y en los países socialistas. Se cumplió la más negativa de las hipótesis de Trotsky. Con la caída del muro de Berlín los alzamientos en los diferentes países socialistas no fueron suficientes para convertirse en revoluciones triunfantes. Fue la burocracia de esos países quien, convirtiéndose en clase capitalista, aprovechó la misma política internacional de la globalización para imponer un paso atrás histórico.

Hoy la madurez para un cambio de sistema ha sobrepasado las predicciones del gran revolucionario. Nunca la humanidad tuvo tanto poder para acabar con el hambre, con enfermedades, para lograr una longevidad como nunca. Junto a ello también nunca hubo unas diferencias más claras entre ricos y pobres, entre países, nunca fueron tan odiosos los privilegios del hombre sobre la mujer, ni tampoco tan claros el racismo y neocolonialismo.

Pero a pesar de los triunfos técnicos, especulativos, de concentración de poder del capitalismo, lo verdaderamente importante es que esta aceleración desmesurada que está suponiendo la globalización acelera también las contradicciones. Pone a la humanidad, a la clase trabajadora en particular, ante el hecho de que debe tomar conciencia de terminar con este sistema de dominación. No sólo por la crueldad que significa hoy la esclavitud y muerte de millones de personas, producto de la injusticia y avidez de acumulación de unos pocos, sino también porque el capitalismo está acabando con la propia vida de la naturaleza y diversidad especies tal como la conocemos, sin la cual la vida humana no tendrá tampoco su base para subsistir. O acabamos con el capitalismo o éste acabará con la civilización humana.

He aquí pues que los diferentes aspectos de las batallas que hoy libra la humanidad, como derecho a la salud, a una vivienda, a un salario digno, al agua, a energía, a comida, a cultura, a una pensión digna… se entrelazan con la necesidad de poner un alto al robo y destrucción de los recursos, del apoderarse de servicios esenciales. ¡Hay que comer! ¡hay que tener un techo, luz, agua, colegio para los niños! Y ello conlleva la necesidad de seguir por el camino que el revolucionario León Trotsky en su programa llamado "de transición": de la lucha por las reivindicaciones urgentes e inmediatas a la conquista del poder democrático de los trabajadores y pueblos organizados. No importa que eso no se llame de entrada socialismo, ya se aprenderá por el camino…si los socialistas estamos al lado de esas luchas.

Hoy el llamamiento a que las mujeres ocupen su papel de aquel programa de transición no es un deseo sino una realidad que se está cumpliendo de una parte a otra del globo. La lucha feminista y contra la violencia machista se organiza cada vez más y consigue no sólo hacerse oír, sino también consigue leyes, condenas a hombres criminales, son una potencia con la cual los propios gobiernos y medios de comunicación han de contar. Y cada vez más apuntan al corazón de la bestia: el dominio del patriarcado en las estructuras del Estado capitalista actual.

También el llamamiento a la juventud tiene su expresión en las movilizaciones que, desde Latinoamérica, Hong Kong o Europa, enfrentan el caciquismo, regímenes opresores o democracias burguesas caducas, exigiendo cambios políticos, democráticos, económicos, como único medio de poder subsistir frente a las actuales políticas neoliberales.

Un aspecto de esa lucha de la juventud tiene hoy particular importancia para toda la humanidad: los jóvenes, incluso los muy jóvenes, son quienes lideran la lucha contra el calentamiento global. Si la humanidad no consigue reducir rápidamente su nivel de emisiones de gases, la comunidad científica plantea escenarios muy difíciles para la vida de la humanidad para las próximas décadas. Situaciones de hecatombe y dramáticas. Pero el cambio que hay que hacer tras más de doscientos años de explotación salvaje de los recursos minerales y fósiles, sólo puede hacerse si también se hace un cambio drástico en los consumos, en la movilidad, en la alimentación, en el vestir…

Estamos pues ante la necesidad de un cambio "de sistema", no ante un apaño. Eso lo dicen ya millones de personas conscientes. Si sigue la destrucción de la naturaleza y los modos de producción y consumo actuales nuevas pandemias seguirán. Ningún "capitalismo verde" puede resolver los actuales retos de la humanidad. Hay que orientarse pues de manera consciente y lo más planificada posible hacia un sistema socialista en el que el bien común esté por encima del bien privado, en el que la existencia digna sea asegurada junto con la salud, la cultura y la participación democrática. Hay suficientes inventos para hacer eso. Con un reparto equitativo de la riqueza la totalidad de la población mundial puede vivir feliz, sin penalidades y gozar de harmonía con la naturaleza. Para ello hay que quitar el poder a quienes hoy lo detentan pues son los responsables de un crecimiento sin límite, alocado e imposible, en un planeta que tiene límites físicos y que cada vez los tenemos más cerca y a la vista.

Recordar a Trotsky hoy es útil también porque, además de su ideología revolucionaria, nos enseñó el método para construir el futuro. El papel del análisis estratégico, de formular las distintas hipótesis, y de la táctica revolucionaria dentro de ella para acelerar la maduración y la conciencia. Nos enseñó que la lucha por la unidad, por el frente único ante al enemigo común, es clave para ir ensanchando fuerzas capaces de reemplazar a los actuales dirigentes y enfrentarse a las fuerzas reaccionarias, a la represión legal del Estado o la más disimulada de los medios de comunicación.

Hoy estamos en otra situación: la pandemia ha puesto sobre la mesa la necesidad de un cambio de rumbo, de una transición hacia otro sistema. Sin embargo, estamos aún lejos de tener organizaciones, partidos, sobre todo una Internacional, preparadas para ese cambio. Habrá que tejer alianzas amplias y diversas con una mente muy abierta, capaz de integrar todos los aspectos y luchas a los que no hemos dedicado tanta atención en las décadas anteriores, pero que ahora son claves por el contenido y por la masa crítica que tienen. Y, en medio de las batallas por imponer los cambios necesarios, tratar de construir un partido político nacional e internacional revolucionario que sirva para nuestros días. Aprender de las derrotas es la clave de las victorias.



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Alfons Bech

Militante obrero, y revolucionario marxista. Miembro de de la CCOO, la federación sindical más grande de España. Activista político de L?Aurora y EUiA.

 albech12@gmail.com      @alfonsbech

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