La paradoja del poder y la sumisión

Formados en la sumisión a un poder exterior, las personas (como sujetos) la internalizan y aceptan, algo que termina por darle sentido, de algún modo, a su propia existencia. Un rasgo característico de dicha sumisión es la actitud de rebeldía que, muchas veces, aflora frente al ejercicio del poder, ya sea porque nos afecte directamente, de forma individual, o porque afecte los intereses y derechos colectivos de algún sector de la sociedad, siendo solidarios. La paradoja que esta relación de sumisión produce es que, al internalizarse, ese mismo poder se manifiesta, en cierto grado, en cada sujeto, en lo que es su ámbito íntimo, el espacio donde labora y en el cargo público que ocupa; aún cuando cuestione su existencia. Existirá, entonces, a partir de esta situación o realidad, un reconocimiento tácito de una operación psíquica y social que nos hace obedecer automáticamente a la autoridad del Estado.

Lo anterior bien podría asociarse a la agresividad criminal que, por otra parte, muchas personas expresan en algún momento de sus vidas, ya sea de manera verbal o de manera física, lo que muchos especialistas consideran que es una manifestación inconsciente de una educación represiva que generará violencia, destrucción y muerte a su paso, sin verse abrumadas por ninguna culpa individual o colectiva. Según lo menciona Amy Goodman en uno de sus artículos, «en Estados Unidos, el país tiene ahora datos y estadísticas relacionados con estos crímenes, que muestran una correlación entre los tiroteos masivos y la violencia intrafamiliar. La mayoría de los hombres que perpetran los tiroteos masivos (los hombres cometen al menos el 97% de esos incidentes) también tienen antecedentes de violencia en el hogar». Así, la misoginia y la violencia de género estarían, de cualquier modo, vinculadas a estos hechos. A pesar de ello, las autoridades lo ignoran, sin aplicación de medidas efectivas.

De acuerdo a lo extraído de sus estudios, Byung Chul Han ha determinado que «el poder tiene formas muy diferentes de manifestación. La más indirecta e inmediata se exterioriza como negación de la libertad. Esta capacita a los poderosos a imponer su voluntad también por medio de la violencia contra la voluntad de los sometidos al poder. El poder no se limita, no obstante, a quebrar la resistencia y a forzar a la obediencia: no tiene que adquirir necesariamente la forma de una coacción. El poder que depende de la violencia no representa el poder supremo. El solo hecho de que una voluntad surja y se oponga al poderoso da testimonio de la debilidad de su poder. El poder está precisamente allí donde no es tematizado. Cuanto mayor es el poder, más silenciosamente actúa. El poder sucede sin que remita a sí mismo de forma ruidosa». Más adelante expone que «Hoy el poder adquiere cada vez más una forma permisiva. En su permisividad, incluso en su amabilidad, depone su negatividad y se ofrece como libertad. (...) el poder disciplinario no puede describir el régimen neoliberal, que brilla en su positividad. La técnica de poder propia del neoliberalismo adquiere una forma sutil, flexible, inteligente, y escapa a toda visibilidad. El sujeto sometido no es siquiera consciente de su sometimiento. El entramado de dominación le queda totalmente oculto. De ahí que se presuma libre».

Esta realidad supone una gran contradicción a la hora de estudiarla, revelarla y revertirla, lo que dificulta la elaboración y puesta en marcha de cualquier proyecto de emancipación que se imponga al tener que lidiar con aspectos del pasado que no se eliminan simplemente con una acción de gobierno o decreto. Para quienes ahora detentan el poder sería más efectivo que las masas tengan y representen la ilusión de ser ellas las que ejercen el poder o soberanía. Así su propia decisión vaya en contra de sus intereses colectivos. Esto se ve reflejado en los últimos años en Estados Unidos y Brasil donde sus gobernantes han aupado actitudes absurdas y en desobediencia al orden legal. Lo mismo ocurre con aquellos que aspiran el derrocamiento de Nicolás Maduro y otros presidentes de nuestra América. A todos se les persuade actuar en función de la defensa de su libertad, estilo de vida o soberanía. Más allá de eso sería exigírseles una explicación para la cual generalmente no están capacitados de dar. En consecuencia, la lucha política, social y económica que se esté librando, tiene que tomar en cuenta esta relación paradójica del poder. Sus implicaciones son muchas y podrían revertir el objetivo trazado.


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Homar Garcés


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