Leonardo da Vinci: La última cena

En el mundo del arte, de la pintura, concretamente, nos encontramos con varias obras que han impactado a las sociedades en sus diferentes tiempos motivando escritos de opiniones, expertos y aficionados, que han desarrollado y aún son motivo de discusión no solo sobre las técnicas sino sobre el significado del pensar que podrían haber tratado de expresar sus autores. Generalmente, la cultura global repite y reitera obras que van más allá de lo conocido como, a título de ejemplo, ese polémico cuadro de Pablo Picasso, Guernica, cuadro de gran formato que ha sido motivo de "conciencia culposa" para la sociedad hispana como solo hay que conocer su ubicación en el museo Thyssen para poder sustentar nuestra agresiva aseveración previamente descrita.

Pero nuestro escrito no es un escrito de un crítico de arte, nada más errado, no somos sino simples observadores de expresiones pictóricas en diferentes museos, excepto, claro, el museo de L´Hermitage, cuando la burocracia soviética consideró inapropiada nuestra presencia en Leningrado en considerando que suscribíamos la tesis de Teodoro Petkoff. Es decir, el arte es política y como política debe confrontarse tanto con las tesis filosóficas temporal-históricas como y sobre todo con el status quo más cuando ese status quo se expresa, como diría don Rómulo Betancourt, en sus conocimientos como "…con una cuarta de profundidad…".

Pero así es la Historia y la Historia del Arte y, en consecuencia, no nos debemos alterar por decisiones que provengan de los intereses temporal-históricos de subjetividades conceptuales y alienaciones dogmáticas y/o, simplemente, del 15-y-30 de cada mes.

Por ejemplo, las realidades que se confrontaron durante el Renacimiento entre el Papado y los florentinos fueron de tal intensidad que produjeron, probablemente, las reflexiones de un analista del Poder, Macchiavello, visionario de la Política quien es solo comparable con Sun Zu.

Pero esos sub-conjuntos conformados por el arte, la política, el poder y la estética, generalmente, sustentan sus expresiones en "el pueblo" pero dirigen sus mensajes hacia el "pueblo culto" aún y considerando que "el pueblo llano" si percibe e intuye las realidades que se exponen en el formato propuesto para su disfrute intelectual.

Por separado, esos, los cuatro paradigmas expresados más arriba, son, en última instancia, los que representan a la cultura de la hermenéutica, es decir, "lo intranscendente convertido en transcendente" como lo podemos percibir disfrutando de "El jardín de las delicias" de aquel holandés, Jheronimus Bosch, el Bosco en sus tiempos históricos.

Algo complejo sí así se quiere considerar pero es inevitable que en toda sociedad deberían convivir las expresiones conceptuales en praxis de esos cuatro conceptos: el arte, la política, el poder y la estética sobre las bases fundamentales de la antropología filosófica en tanto y cuando esas cuatro expresiones se sustentan, inevitablemente, en el "ser creado" como "ser social" porque sino que expresa un pintor, un escritor, un filósofo, un político sino son sus propias confrontaciones con los espacios sociales donde pululan sus treces cotidianas.

Sigamos con los ejemplos sí se nos permite. Una muy respetada amistad de mis sinceros respetos, es un fanático, sí se nos permite ese calificativo, del poeta andaluz, don Federico García Lorca, quien, en sus profundidades, expresó sus angustias ante escenarios dantescos de persecuciones y guerra civil. Pero, también, sí se nos permite, generalmente, poco se conversa sobre aquellos indescifrables poemas escritos en Nueva York, por ello y a pesar de ello, sencillamente, "fue fusilado". Es decir, el Poder no aceptó la estética poética quizá por ignorancia aunque, probablemente, por lo significativo que expresaba la conciencia del poeta. Pero también debemos recordar aquella intelectualidad que, desde el bando de la dignidad humana, se confrontó y combatió el fascismo-falangista que representaba Francisco Franco Bahamonde; intelectualidad que dejara en sus realidades sus inobjetables y dramáticas ideas en expresión real de protesta como lo hiciera Pablo Picasso, Miguel Hernández y aquel chileno, Pablo Neruda, que tanto mencionamos en incomprensión profunda de lo significativo de su estética en realidad histórico-libertaria.

Es cierto, camaradas y camaritas, no es un escrito para "la masa" sino para "el Poder", para la burocracia que se auto-denomina como culta-cultísima. Es para "la Política" porque es la política el paradigma fundamental para las políticas culturales en considerando que imponer un corsé y/o un apropiado "cinturón de castidad revolucionario" son y representan, sencillamente, una praxis política más cercana a la Inquisición que a las propuestas de Walter Benjamin.

En alguna ocasión, tiempos pretéritos, en sencilla conversa con una otra amistad por aquellos lares brumosos, una amistad caraqueña y de tradición revolucionaria familiar y culta, conversábamos, curiosamente, sobre el arte y la política. Nos que somos fanáticos de aquellas expresiones pictóricas rusas de principios de la Revolución Bolchevique como fue la estética pragmática del arte industrial, expresión de una fuerza no solo política sino también estética, la confrontábamos con las diferentes expresiones artísticas que se dieron en aquellos temporales momentos de la Revolución Cubana de importante impacto mundial. Nos consideramos en la vehemencia de la conversa que para Fidel Castro Ruz iba a ser de necesaria alta Política tener que dialogar, dialécticamente, con esa realidad cultural y las realidades inevitables del propio proceso revolucionario más en considerando esa realidad geográfica que significa ser una nación isleña. Mi interlocutor, en expresiva respuesta, consideró, en su análisis, mis errores conceptuales cuando se sustentó con sus argumentos en lo real-significativo que representaba el propio proceso revolucionario-socialista cubano. En fin, el Poder siempre dice la última palabra, inevitablemente.

Pero entrémosle al trapo, saquemos del tintero nuestros pensares sobre "La última cena" de Leonardo da Vinci. ¿Quién no ha disfrutado de "La última cena" en sus diferentes representaciones excepto, claro, en directo, observando ese fresco en permanente deterioro en la abadía de Santa Maria delle Grazie donde residen los monjes dominicos de alcance casi-recoleto? ¿Quién no ha disfrutado de la tesis conspirativa y, por supuesto, de la película que expresa la Política de las catatumbas dogmáticas? Pero, nos preguntamos, también, sobre qué es más famoso, mejor, qué conocemos más aunque no mejor, el cuadro de "La Gioconda" o el fresco de "La última cena" y, claro y por supuesto, sus propias y particulares historias temporales y personales del pintor. Nos explicamos.

En Londres solíamos, al menos, una vez por semana, de ser posible, escaparnos de las objetivas realidades circundantes, para entrar en la National Gallery a disfrutar, pacientemente y sentado, de "los girasoles" (jarrón con catorce girasoles) de Vincent Van Gogh (disculpen la innecesaria redundancia). Cada trazo, su intensidad, cada color, cada angustia expresada expuesta en esa pintura; sus intensidades eran y, of course, son incomparables, son los trazos de un hombre que penetró su propia alma y la expuso en sus colores, en su luz, en su estética y en sus enigmáticos mensajes. ¿Produce el cuadro de "La Gioconda" esa misma intensidad espiritual? Para nos, sintiéndolo, no sentimos esa misma intensidad aunque sí una profunda confusión no sobre la sonrisa, su mirada, la forma estética de sus manos cruzadas, su pelo, la luz sobre su cara, sino sobre el fondo de la pintura que nos ha obligado, permanentemente, el preguntarnos que quiso transmitirnos Leonardo da Vinci con aquel misterioso paisaje.

"La última cena" es, en nuestras consideraciones teológicas, la más trágica y profunda expresión de la tranquilidad de Aquel que conoce su propio e inevitable destino, su fin necesario, la importancia de la transcendencia de su muerte, el impacto necesario de su importancia real ante las realidades en praxis cotidianas de la Política, es decir, su confrontación real con y ante el Poder, es decir, ante la militante soberbia del político castrado por sus propias miserias, del burócrata envidioso, del intelectual mediocre, del político sin moral ni ética como lo expresaran los propios miembros del Sanedrín ante lo inevitable-trágico e independientemente de lo teológico-conceptual referido a "la libertad" como decisión última personal.

Pero "La última cena" también expresa y representa la esperanza de la salvación, del futuro, de la hermandad y la unidad, del coraje y de las decisiones difíciles, es la comunión de la Verdad y sus verdaderos discípulos de aquellos que no lo traicionaron, de aquellos que continuaron con la transmisión de sus enseñanzas, de los contenidos de sus mensajes, de aquellos que iban a ofrecer sus cotidianidades despojándose de lujurias, debilidades humanas, tentaciones, de falta de compromisos, de intereses personales y ajenos, de traiciones, de pecado, en última instancia. Es, sencillamente, lo significativo de "La última cena".



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Miguel Ángel Del Pozo


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