En Cuba: se discute tregua y no paz

Cada clase social, cada Estado, cada Gobierno, cada Partido Político, cada Gremio –para no caer en individualismos- tiene su concepto de paz. Y es la paz que trata de establecer, no la de sus adversarios. Lo que sucede es que hay una realidad histórica inobjetable y en la cual se desenvuelve el mundo –en general- y cada nación –en particular- y se pudiera decir igual o semejante para cada Clase, Estado, Gobierno, Partido y Gremio y que no existe fórmula posible –por ahora- de evitarla, salírsele por la tangente o darle la espalda: la lucha de clases.

Por más que se empecinen en demostrarnos que el marxismo perdió su vigencia histórica; que las ideas de Marx son anticuadas; que debe inventarse una nueva teoría adaptada al siglo XXI, jamás de los jamases podrán borrar, ni con plumas ni con tiros, la siguiente profecía de Marx: “...Por lo que a mí se refiere, no me cabe el mérito de haber descubierto la existencia de las clases en la sociedad moderna ni la lucha entre ellas. Mucho antes que yo, algunos historiadores burgueses habían expuesto ya el desarrollo histórico de esta lucha de clases y algunos economistas burgueses la anatomía económica de éstas. Lo que yo he aportado de nuevo ha sido demostrar: 1) que la existencia de las clases sólo va unida a determinadas fases históricas de desarrollo de la producción; 2) que la lucha de clases conduce, necesariamente, a la dictadura del proletariado; 3) que esta misma dictadura no es de por sí más que el tránsito hacia la abolición de todas las clases y hacia una sociedad sin clases...”

 ¿Qué sería, entonces, la paz para la burguesía y para el proletariado por limitarnos a las dos clases fundamentales del modo de producción capitalista? Para la burguesía sería: un orden social donde las clases y sectores explotados y oprimidos se resignen –con el mayor pacifismo posible- al régimen que les explota y oprime. Para el proletariado sería: un orden social donde todas las clases y sectores explotados y oprimidos se emancipen para siempre de todo régimen de explotación y opresión, es decir, de la esclavitud material y espiritual. Esos son los dos conceptos esenciales de paz en el capitalismo y, por eso, son contradictorios de manera antagónica. Pero el capitalismo no puede vivir las veinticuatro horas de cada día sumido en un conflicto insoluble, cayéndose a golpes sin descanso los unos con los otros, mordiéndose la cola los otros con los unos, rasgándose la piel los unos con los otros, cayéndose a tiros los otros con los unos y cada segundo dándole sepultura a sus muertos prometiendo nuevas venganzas. Precisamente por eso nace el Estado, como ese instrumento que situado por encima de la sociedad tiene por misión garantizar un orden social para defender los intereses –esencialmente- económicos de la clase dominante. Por eso dice Engels, que “Como el Estado nació de la necesidad de refrenar los antagonismos de clase, y como, al mismo tiempo, nació en medio del conflicto de esas clases, es, por regla general, el Estado de la clase más poderosa, de la clase económicamente dominante, que, con ayuda de él, se convierte también en la clase políticamente dominante, adquiriendo con ello nuevos medios para la represión y la explotación de la clase oprimida”. De allí Lenin llega a la siguiente conclusión: “El Estado es una máquina para mantener la dominación de una clase sobre otra…”. Lo único que debe agregarse es que los marxistas plantean que el Estado se extingue con el elevado desarrollo de la fase socialista y en la segunda –que Marx denominó comunista- desaparece por completo todo vestigio del derecho burgués. Tal vez, ninguna persona de esta década del siglo XXI llegue a comprobarlo por ser ya un cadáver totalmente descompuesto cuando se ice la bandera del comunismo en el planeta. Dios no tiene el poder para garantizarle vida eterna a nadie pero tampoco las ciencias.

Si aceptamos esas verdades, necesariamente, tenemos que terminar creyendo que en el capitalismo no existe paz verdadera, esa que se expresa en la emancipación del mundo, esa que no requiere de Estado para cumplirse, esa que hace a todos los seres humanos iguales en oportunidades, esa que se caracteriza por una auténtica justicia y una solidaridad sin fronteras ni limitaciones humanas. Esa paz no es la que se está planteando en Cuba entre el Gobierno colombiano y las FARC. Sería una inocentada poner las esperanzas en ese género de paz cuando hoy más que nunca en Colombia –en particular- como en el mundo entero –en general- tiene más vigencia la lucha de clases y de ésta –queramos o no reconocerlo- depende el destino de la humanidad.

Pero un conflicto bélico no puede ser eterno ni en una nación –en particular- ni en el mundo  -en general-. La economía decide, pero la política dirige. En el caso colombiano el conflicto político armado lleva ya –mínimo- medio siglo echando tiros, produciendo muertes, abriendo y cerrando sepulturas, poniéndole algunos paños tibios a algunas causas que lo generaron. Varios diálogos se han producido con diversos gobiernos para buscarle una salida política concertada o negociada entre el Gobierno y la insurgencia. Algunos dieron resultados escuálidos, parciales sin que se pusiera coto a causas que lo originaron.

En verdad, debe reconocerse, el diálogo –hasta ahora así lo creo- más serio que se haya producido entre el Gobierno colombiano y –por lo menos- las FARC es el que se está llevando a cabo en La Habana (Cuba). Sin embargo, muchísimos obstáculos, para hacerlo fracasar, han sido denunciados por la insurgencia, partidos políticos, organizaciones civiles,  organismos no gubernamentales, personalidades, gremios colombianos y hasta por el mismo Presidente Santos que cada vez que puede tira un zarpazo para ver si las FARC caen en sus maniobras o trampas como lo que ha sucedido en Ocaña (Norte de Santander), donde asesinan a dos campesinos, reprimen a centenares de campesinos que protestan exigiendo se respeten sus derechos humanos y entonces el Gobierno colombiano los criminaliza como terroristas dejándose manipular por la insurgencia y le pide a las FARC que jueguen limpio, que cumplan con su palabra, como si ese movimiento insurgente fuese quien organizó la protesta y no es consecuencia de las políticas erradas y elitescos del Gobierno al servicio de la oligarquía.

¿Qué paz se busca en Cuba desde el punto de vista de la realidad aunque el Gobierno colombiano y otros no lo reconozcan?: un largo período en que no haya guerra para poder el Estado cumplir –sin violencia opositora- su papel de guardián de los intereses económicos de la oligarquía tanto colombiana como foránea mientras que las FARC buscan un período que sin guerra les permita activar en la política con oportunidades de alcanzar –mediante trabajo político de masas y procesos electorales- logros en la dirección del Estado. En fin: un período histórico en que no haya guerra verdadera pero tampoco paz verdadera. Esta será sólo posible cuando el socialismo ice esa bandera en la más elevada de las cimas del planeta anunciando que nunca jamás habrá causas para conflictos sociales.

La estrategia política del Gobierno ha sido muy clara para tratar de obtener una larga ventaja en el diálogo. Lo hace con las FARC –como primera fuerza insurgente colombiana- por separado creyendo que de producirse un acuerdo que ponga fin al conflicto político armado entre ellos, el ELN estaría obligado a firmar cualquier papel sin siquiera tener derecho a exponer sus ideas. Piensa el Gobierno que si no lo hace se extingue en pocos meses por efecto de aislamiento total de la sociedad colombiana y del mundo. El Gobierno ya está enterado de la Cumbre realizada entre las FARC y el ELN en las montañas de Colombia donde, entre otras cosas, dicen que “Cualquier solución al conflicto interno de nuestro país por las vías del diálogo, pasa por la ineludible necesidad de adelantar conversaciones con toda la insurgencia colombiana”.

El Gobierno, por otro lado, ha tratado de evitar que la sociedad civil colombiana intervenga directamente en el diálogo, esto solicitado por la insurgencia. En los últimos días el Presidente de Colombia ha hecho serias manifestaciones que evidencian una intención de rompimiento del diálogo pero la presión internacional y nacional, las demostraciones serias y reales dadas por la FARC de querer paz con niveles de justicia materializados en beneficio del pueblo colombiano, dejarían muy mal parado al Gobierno colombiano si se sale de la tangente y pone punto final al diálogo.

En fin: mientras exista capitalismo todo diálogo como todo acuerdo de paz será un período en que no haya guerra verdadera pero tampoco paz verdadera. Quien así no lo entienda, cree erróneamente que tiene en sus manos un poder celestial para hacer lo que le venga en gana, sin oposición, en la Tierra.



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Freddy Yépez


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