Discurso del niño en la cumbre de gobernantes

 

Señores y Señoras Gobernantes del Mundo

Niños y niñas del mundo uníos

Padres y madres del mundo

Con mucho respeto me dirijo a ustedes, haciéndoles llegar el saludo de todos los niños y niñas del mundo que por vez primera nos juntamos, sin distingo de ninguna naturaleza, para que mi voz fuese la voz de todos y todas quienes aún no hemos llegado a la adolescencia. Pero también queremos que ustedes, que son los que gobiernan el mundo y deciden su destino, nos escuchen, reflexionen sobre nuestras palabras, analicen nuestras esperanzas, se nos tome en consideración como el sector más inocente, y que si miente sólo lo hace por una picardía innata para la piedad, a la hora de determinar el rumbo de la historia humana (muchísimos aplausos dentro y fuera del parque infantil "La luz del futuro”).

Mis compañeros y compañeras de infancia me preguntaron, al momento en que estábamos decidiendo quién nos iba a representar y sería nuestra voz ante ustedes, si yo era capaz de aprenderme de memoria unas pocas cuartillas escritas para leerlas aquí. A mí lo único que se me ocurrió decir, es que en la escuela escuché una vez que un maestro decía hay que “inventar o errar” (muchos aplausos). Y como, por ser niño, pensé que era preferible tenerle menos miedo a errar que a inventar (aplausos), entonces me decidí por decirle a mis compañeros y compañeras: “Inventemos usando nuestra imaginación infantil que si erramos, con nuestra infantil imaginación rectificaremos para volver a inventar y errar menos” (prolongados aplausos).

Nosotros no quisimos que Jaimito fuese nuestro vocero ante ustedes, porque muchos adultos lo han formado en el lenguaje de muchas groserías (risas). Nosotros no queremos groserías, queremos verdades de niños y de niñas, que nos parecen las menos irrefutables por los adultos y las adultas que gobiernan el mundo sin nuestro consentimiento (aplausos).

No tengo idea de cuántos adultos y adultas hayan leído al Premio Nobel de Literatura de 1921, Anatole France. Este dice: “Los niños imaginan con facilidad las cosas que desean y no tienen. Cuando en su madurez conservan esa facultad maravillosa se dice de ellos que son locos o poetas”. Nosotros somos aún niños o niñas y por eso quisiéramos que ustedes, adultos y adultas, pensaran en este momento como si fueran niños y niñas que quieren que los adultos y adultas les entiendan y les tomen en cuenta su visión del mundo que no quieren siga siendo vuestra realidad, y también del que quieren sea una realidad de lo que hasta hace poco les resultaba una utopía (muchísimos aplausos). Nos imaginamos un mundo feliz que no tenemos, pero es lo que deseamos siendo unos niños y otras niñas. Quisiéramos alcanzar la madurez sin que nadie tenga un motivo para que unos sean locos e ignorantes y otros sean cuerdos y cultos, y así tengan que enfrentarse y matarse los unos con los otros porque los otros no se entienden con los unos por intereses económicos distintos (prolongados aplausos).

Cuando nosotros, los niños y niñas del mundo, nos juntamos para resolver de las cosas que debíamos plantear a ustedes,  adultos y adultas que gobiernan el mundo, nadie notó algún gesto de desprecio, algún acto de egoísmo; a todos y todas nos guiaba el mismo sentimiento de la solidaridad y de la ternura, nadie percibió esas diferencias que los pocos adultos y pocas adultas más ricos y ricas del planeta nos inculcan para que nos veamos diferentes, nos tratemos con odio los unos con los otros, para que nuestros padres y madres pierdan condición humana de sentirse también con derecho de dar amor al prójimo, para que unos pocos niños y niñas sean ricos y privilegiados y muchos niños y niñas sean pobres y débiles (aplausos).

A nosotros un día nos dijo un maestro que hubo una vez un señor llamado Roberto Owen, no sé si alguno de ustedes ha tenido conocimiento de su pensamiento y su obra, que era un hombre muy desprendido, que amaba mucho a los niños y las niñas y también a los hombres y mujeres humildes y pobres. Que él quiso crear una ciudad ideal donde nadie viviera la miseria, donde nadie padeciera dolor por necesidades materiales, donde todos y todas tuvieran las mismas oportunidades, y que toda su riqueza la invirtió en tratar de hacer de su ideal una realidad. Nos gustó mucho eso que nos dijo el maestro, que los niños y las niñas se sentían tan felices en las guarderías o en las escuelas que no querían regresar a sus casas, porque ya se habían acostumbrado a quererse los unos con los otros como a sí mismos. Ese es el mundo que queremos, que necesitamos, que ustedes están en el deber de construir para los niños y las niñas, de manera que cuando seamos adultos y adultas y cultos y cultas, podamos sembrar y cultivar mayores progresos para que sean disfrutados por las nuevas generaciones de niños y niñas que nazcan ya con una luz brillando para toda la humanidad.

Hay adultos y adultas que dicen que la etapa más feliz de la vida es la infancia. En nuestra opinión esa es una aseveración relativa e interesada. Si valoramos esa idea en su justa dimensión,  nos atrevemos a decir que eso es un mito romántico exclusivo de la tradición de los privilegiados y no de los empobrecidos. Para unos niños y unas niñas que vivan en la riqueza y donde nada les falte y más bien les sobre, la vida les parece como de una pradera verde, radiante de sol pero fresca por dentro, donde las caricias vienen automatizadas por la riqueza fácil. Por supuesto que allí hay mucha alegría y vida que no se comparte con la mayoría de los niños y niñas que evocan su época sombría, plena de pobreza y de sufrimiento. Una cosa es una visión aristocrática del mundo y otra, es vivirla en la miseria sin aquellas manos solidarias de gobiernos que son indiferentes a los derechos de la infancia, aunque se encubren vanagloriándose de que en la juventud está el porvenir de la humanidad. Ustedes, que antes fueron niños o niñas, deben saber que la vida descarga sus golpes sobre los más débiles, y nadie es más débil que un niño o una niña y especialmente desprotegida por las instituciones de la sociedad que tienen la responsabilidad de hacer feliz a la infancia (aplausos).

Ustedes se hacen la guerra los unos con los otros y, no pocas veces, alegan que tienen el sagrado deber de garantizarle un digno futuro a la infancia y se olvidan, de que la infancia es siempre un presente (aplausos). ¿Creen, ustedes, que a nosotros y nosotras, los niños y las niñas del mundo, nos guste vivir un presente de guerra para asegurarnos una paz en el futuro? No, queremos la paz ya, que nunca más se haga guerra de exterminio del ser humano, porque todos tenemos el derecho sagrado a la justicia, la libertad, la solidaridad, la felicidad y la paz. No existe otro principio rector de la vida por encima de ese (aplausos prolongados).

Nosotros queremos que se nos respete la vida, pero ésta no vale nada si no se respeta el derecho a la salud, a la educación, a la vivienda digna, al trabajo como carga no pesada para nuestros padres, a la libertad de pensamiento y de expresión, y, sobre todo, que nos respeten el derecho que tenemos a divertirnos jugando librao, rondá, semana, pepa y palmo, volando papagayos, bailando zaranda y trompo, es decir, haciendo lo que está permitido a la infancia por su propia autodeterminación.

No sé si ustedes se han dado cuenta que cuando un niño o una niña está volando un papagayo se percibe que la libertad está arriba y la opresión abajo, pero si se suelta la cabuya de la cual está amarrado el papagayo, también se disfruta la libertad abajo, porque no queda ningún indicio de opresión. Pensemos en esa vieja manera de opresión inventada o creada por el hombre cuando enjaula pájaros, que la naturaleza hizo para que gozaran siempre de su derecho a volar y a trinar en completa libertad. Por eso, señores y señoras que gobiernan el mundo, los animales domesticables prefieren vivir entre los suyos que al lado del hombre, que se ha vuelto lobo y no amigo del hombre (aplausos prolongados).

Nosotros mucho nos reímos con Tom y Jerry, porque aunque siempre se anden peleando son buenos amigos, no puede vivir el uno sin el otro, y que en momentos muy tensos y de serios peligros de muerte se ayudan el otro con el uno para resolver satisfactoriamente la adversidad. Nosotros sabemos que sus pleitos son de mentira, son de pura imaginación, y que al final ambos viven en paz. Ustedes creen que si de verdad ese coyote que se mantiene cazando a correcaminos se cayera sin paracaídas al fondo de los abismos cuando fracasa en sus planes apresurados ¿no se mataría? Esa es otra cosa de la imaginación donde en un conflicto entre dos animales nunca se produce la muerte verdadera. Nos gusta mucho  la pantera rosa, porque tampoco se muere aun cuando le suceden cosas graves pero muy graciosas. Los niños y las niñas queremos vivir siempre alegres, que nada nos perturbe nuestra infancia, que nadie haga que tengamos que saltar la etapa de la infancia para que nos hagamos adultos antes de tiempo, que no haya ni un solo incentivo a los vicios que degeneran al ser humano y lo convierten en un degenerado social (aplausos prolongados). Nosotros preferimos a los tres chiflados antes que a Rambo, nos inclinamos por la amistad entre Benitín y Eneas antes que asumir la reacción de un agente 007 para resolver violentamente sus disidencias.

Cuando nosotros vemos las imágenes de niños y niñas muertos por las balas de los soldados o por bombas lanzadas desde los aviones y nadie asume la responsabilidad de esos crímenes de lesa humanidad, nos indignamos y quisiéramos ser adultos o adultas gobernando el mundo para ponerle fin a la violencia, y que los autores intelectuales y materiales de esos crímenes paguen su delito. No entendemos el por qué siendo la mayoría de la humanidad conformada por los pobres y las pobres, se dejan imponer tantas injusticias y desigualdades que a quienes más golpean es a nosotros y nosotras, los niños y las niñas, porque somos- como se los dije anteriormente- los más débiles del género humano (aplausos prolongados).

Cada niño o niña infeliz en la tierra es un pecado de los adultos y las adultas que gobiernan el mundo, que no saben ponerse de acuerdo, que se disputan el poder, que han hecho de las fronteras una razón de diferencia y de odio entre los pueblos, porque así mejor gobiernan los más poderosos, los más ricos, los más avaros, los que más hacen la guerra, los que más matan niños y niñas en el mundo (aplausos).

No crean ustedes, señores y señoras que gobiernan el mundo, que en nuestra fase infantil y de ingenuidad no nos damos cuenta de las cosas malas que se hacen, de los sufrimientos de la mayoría, de los privilegios de la minoría, de los niños y las niñas que van a la mejor escuela porque todo lo tienen y de los que van a las aulas insalubres porque nada tienen sino la miseria de sus padres para vivirla y recordarla a cada instante. ¿Creen ustedes que los niños y las niñas de familias muy pobres no sufren el dolor de sus padres? ¿Creen ustedes que los niños y niñas de los barrios pobres no notan la diferencia de vida con los niños y niñas de urbanizaciones de ricos?

Ustedes, que son los gobernantes del mundo,  saben muy bien que diariamente mueren en el mundo miles de miles de niños por diversos motivos, pero nosotros les preguntamos ¿qué hacen ustedes para evitarlo? ¿Cuánto se invierte en garantizar a la mujer una preñez saludable, un parto en condiciones dignas, en la salud de los recién nacidos, y cuánto se invierte en material bélico? ¿Piensan ustedes, a la hora de tomar decisiones políticas y económicas, cuántos niños y niñas se acuestan sin comer, cuántos no van a la escuela, cuántos abandonan la primaria, cuántos se dedican a la mendicidad, cuantos ejercen la prostitución, cuántos son superexpltados en el trabajo, cuántos trafican o consumen drogas, cuántos se hacen delincuentes, y en qué sectores es de donde más surgen esas dolorosas realidades?

Los invitamos a que reflexionen, pero esto pasa porque ustedes vean con el ojo clínico del corazón lo que nosotros los niños y las niñas percibimos con los ojos: la cruda realidad de una mayoría de nosotros y nosotras que vivimos en la miseria social, que convivimos prácticamente sin esperanza de una vida digna y justa, y que somos los que más sufrimos de los rigores de la violencia social en sus diversas expresiones (¡justicia, justicia!, gritaron los niños y niñas y muchísimos adultos y adultas en el parque infantil).

Todos los niños y las niñas del mundo tenemos en común el mismo interés por la alegría y vivir en amistad y solidaridad como sentirnos tan cómodos en la casa como en la escuela, en la calle como en el parque. Nos gusta el agua limpia y una alimentación gustosa, nos agrada que nos traten con amor y que no nos asusten, que nos respeten nuestros espacios para divertirnos en nuestro propio humor, deseamos una educación que no nos altere las etapas del conocimiento. Pero se han preguntado ustedes ¿cuántos millones de niños y de niñas vivimos eso sólo como un sueño y no como una realidad que ustedes tienen el deber de crearla?

Ustedes, por los niños y las niñas y por ustedes mismos, deben hacer todos los esfuerzos posibles por rescatar los valores más sagrados para el ser humano, esos que garantizan una vida con dignidad y justicia. ¿Cuántos niños y niñas mueren en el mundo por causas prevenibles como esas enfermedades intestinales, respiratorias, anemias y desnutrición?

En la medida que ustedes nos resuelvan nuestras necesidades, en esa misma medida se van reduciendo las causas de la violencia extrafamiliar; en la medida que ustedes vayan resolviendo las necesidades de nuestros padres, en esa misma medida los niños y niñas seremos más felices que antes. Una compañerita, Andrea Vilar, de México y con sólo 9 años de edad, me solicitó que les dijera a ustedes, que “vivir sin salud es como una camisa sin botones, como un árbol sin hojas, como una televisión sin control remoto o como un dedo sin uña”; y lo mismo me insinuó Yaretzi Pérez de 6 años de edad,  para que les diga que “aprender a leer y escribir sirve para aprender de todo” (muchos aplausos). Ustedes están obligados hacer un mundo apropiado y digno para la infancia, y nosotros a disfrutarlo limpia y sanamente (aplausos).

A nosotros nos gusta tener voz propia, porque tenemos nuestras propias percepciones y nos formamos visiones del mundo que con mucha frecuencia ni siquiera pasan por vuestra imaginación. El señor  Kofi Annan, que fue secretario general de la Organización de Naciones Unidas, dijo: “Son los niños y las niñas quienes, en su desarrollo individual y su construcción social, darán forma al mundo futuro; es a través de ellos como podrán eliminarse los persistentes ciclos de pobreza, exclusión, intolerancia y discriminación en beneficio de las generaciones futuras”. Sin embargo, nosotros así lo notamos, ¿qué hace la ONU para condenar a los que hacen guerras de exterminio social para esclavizar pueblos enteros, y donde los niños y las niñas se convierten en las víctimas más sufridas de la esclavitud social? ¿Qué hizo el señor Kofi Annan y ustedes, por detener esa guerra que todos los días nos muestran las horribles imágenes de niños mutilados y  de niñas desfiguradas por las bombas que lanzan, especialmente, estadounidenses e ingleses en Irak, en Afganistán o donde quiera que se pronuncie un pueblo por su libertad? ¿Hasta cuándo nos ofrecen un futuro digno si se mantiene un presente indigno?

Queremos que entiendan que nos gusta componer canciones y cantarlas, poesías y declamarlas, anécdotas y contarlas, escribir cuentos y ser cuentacuentos, describir paisajes pintándolos, reírnos de las cosas que dicen los payasos sin que se burlen de nosotros, no nos gusta que le echen mucha grasa al palo encebado (muchas risas), nos agrada competir en los columpios sin más premio que divertirnos por igual, es decir, participar en todos esos juegos que conservan una sana distracción de tiempo inmemorial. Lo que si no nos agrada son esos cuentos donde un lobo se come a una persona, o donde alguien tenga que matar a otro para quedarse con lo que no le pertenece.

Aristóteles, hace más de 23 siglos, prestó mayor atención a la educación de los niños y las niñas que muchos mandatarios que en la actualidad ni siquiera se dignan averiguarlo, y eso que se hacen llamar grandes estadistas de la historia. El era quien decía que bueno es aquello que nos apetece a todos. ¿Acaso una vida feliz no nos apetece a todos y todas los que vivimos en la tierra? (aplausos).

Seguramente muchos de ustedes se han inspirado en Rousseau para tener una concepción de mundo y de gobernabilidad. Pero cuántos de ustedes se han detenido a reflexionar en eso que parece una elucubración  del eminente enciclopedista, cuando expresó: “… me imagino a un niño de diez o doce años, sano, fuerte y bien desarrollado, sólo nacen en mí pensamientos agradables. Lo veo brillante, vehemente, vigoroso, despreocupado, absorto en el presente, regocijándose en su vitalidad. El único hábito que se le debería permitir adquirir es el no contraer ninguno, prepararlo para el reinado de la libertad y ejercicio de sus posibilidades…” ¿Cuántos de ustedes disfrutaron de haber vivido de esa manera? ¿Y si lo hicieron por qué nos lo niegan a nosotros? ¿No se dan cuenta, como sí lo hizo Rousseau, que nuestra naturaleza es originariamente buena y libre de pecado?

Permitan ustedes que nosotros y nosotras, los niños y niñas del mundo uníos, pongamos, sin que nos repriman,  en acción nuestros sentimientos generosos y se darán cuenta que en ninguno de nosotros o de nosotras encontrarán ningún rasgo de mala intención.

Queremos un mundo donde ningún objeto nos provoque celo, envidia y menos discrepancias violentas; no queremos que ningún niño o ninguna niña sea objeto de abuso o de burla por los adultos o adultas; no queremos rencillas para que unos se sientan superiores a los otros; no queremos jamás presenciar actos de agresividad que nos eduquen en el ejercicio de la violencia social; queremos que triunfen el respeto, la amistad, la ternura, la alegría, y la solidaridad para que la vida alcance la cima de la felicidad humana.

Cambiemos el mundo de la guerra, de la miseria y del dolor, por un mundo de juegos, de flores, de amigos y amigas, de payasos y cuentacuentos, de pájaros haciendo piruetas en el aire, de ardillas que se confundan con nosotros en las plazas públicas, de delfines enseñándonos a conocer y amar el mar, de padres y madres sintiendo que todos los niños y niñas del mundo son sus hijos e hijas, de estrellas bailando con luceros y de luceros que nunca dejen en completa oscuridad el atardecer, de sol dorado y luna de oro, de pradera verde y riachuelos que nunca se encrespen ni se contaminen. Queremos que el mundo sea como un huerto florido sin manos que depreden las flores, sin que ningún árbol se sienta herido en sus venas, y que ningún adulto ni ninguna adulta nos obliguen hacer las cosas que sólo ustedes pueden y deben hacer. Preferimos que descubran nuestro ingenio en lo que creamos por nuestra propia inspiración (muchísimos aplausos).

Antes de finalizar quiero contarles que una noche, antes de dormir, me puse a jugar con la fantasía y decidí hacerme un árbol para pensar más racionalmente que el hombre, pero éste había inventado la sierra y me descuartizó para vivir sobre las astillas de mi dolor;  luego me hice delfín para que me trataran y me quisieran como niño, pero el hombre había inventado el circo para explotarme como payaso; y posteriormente, me transformé en Dios para gobernar el mundo haciéndole el bien, pero el hombre había inventado su diablo para con el poder mágico de su dinero despojarme de mis milagros (prolongados aplausos).

Queremos, señores y señoras, que nos dejen gobernar el mundo por un día para hacer nuestra guerra con soldados de golosinas, para que nuestros decretos de paz jamás sean violados por los adultos y adultas del mundo entero (estruendosos aplausos). Queremos mucho pensar para menos imitar (aplausos). No nos gusta que nos clonen adultos o adultas siendo niños o niñas (risas y aplausos). Recuerden ustedes que Jean Paúl Sartre dijo: «Nacemos, vivimos, morimos, sin que por ello dejen las estrellas de moverse y las hormigas de trabajar».

Quiero terminar mi discurso con las palabras de Gabriela y Audry y que pronunciaron en una sesión especial a favor de la infancia: “Ustedes nos llaman el futuro, pero también somos el presente. Esta es la voz poderosa de todos los niños del mundo. Cada niño es extraordinario. Cada rostro es un milagro. Es único. Diferente y similar. Humano e insustituible. En su mirada la humanidad se ve, y él ve a través de las otras miradas, el mundo. Donde el principio fundamental es el derecho a la dignidad

Muchísimas gracias (estruendosos aplausos y gritos de ¡Vivan los niños y las niñas del mundo! ¡Que los niños y las niñas gobiernen el mundo y que todas las guerras, entonces, sean de caramelos y o de balas de la muerte!)

Epílogo

La algarabía y la alegría de los niños y niñas opacaban todo movimiento de los adultos y adultas dentro y fuera del parque. Ni siquiera los murmullos podían escucharse. Parecía como si el mundo se hubiese transformado con tan sólo un discurso de un niño y con la aprobación del sol, de la luna, de las aguas y las estrellas, de las flores y los delfines y de los duendes  inocentes que no asustan a la infancia, porque los cuentos son bien contados por los cuentacuentos. Había como un revuelo de pájaros que aún gozan de libertad. El orador era paseado en hombros de sus compañeros y compañeras de infancia. Su voz era única por todos y todas. Millones y millones de adultos y adultas parecían también que habían vuelto a la infancia, se sentían incondicionalmente representados en la voz y en la palabra del niño.

Para la historia fue un día excepcional en que pronunció como una breve alerta: “Adultos y adultas que gobiernan el mundo: ustedes tienen la palabra. No defrauden a los niños y las niñas que cifran sus esperanzas de redención en ustedes. No olviden que se los dije, y no me gusta repetirlo”. 



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Freddy Yépez


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