"…Habrá guerras… Hay que prepararse"

No lo dijo Marx, no lo dijo Engels, no lo dijo Lenin, no lo dijo Trotsky, no lo dijo ningún connotado comunista.  Lo dijo, más bien, un hombre que mucho amó la literatura y jamás se le conoció participación alguna en hechos de violencia social. Tanto fue así, que un día se puso a inventar un nuevo Dios para que éste, quizás en pugna contra el Dios de los ricos y contra el Diablo juntos y sin violencia, hiciera posible la construcción de un nuevo mundo, por él considerado como socialismo. Fue, don Máximo Gorki, el autor de esa famosísima novela “La madre”. Incluso, antes que don Máximo Gorki y con otras palabras, lo dijeron los romanos con aquello de: “Si amas la paz, prepárate para la guerra”. Y, en verdad, los romanos mucho supieron de guerra y muy poco de paz. Si no lo cree alguien, sencillamente, eche una miradita a los textos que hablan del sufrimiento y crucifixión del señor Jesucristo como víctima de un Imperio que gobernó parte del mundo y por unos cuantos años desde Roma sin que jamás pregonara la libertad.

            Lo que es realmente cierto, en lo que no se equivocó don Máximo Gorki es en que, luego de su muerte, han sido muchísimas las guerras que se han materializado en el planeta aunque la mayoría de los protagonistas no se hayan preparado para ellas. ¿Cómo puede prepararse un pueblo desarmado para combatir una invasión de un imperio que cuenta con las armas más sofisticadas y con recursos económicos en demasía? Pues, la historia demuestra que sí puede prepararse y vencer al coloso e impostor. Vietnam es un ejemplo irrebatible.

            Hoy, se discute o se polemiza sobre la guerra. No pocos políticos, incluso de la izquierda en el planeta, creen que los graves problemas económicosociales se resuelven sin violencia alguna, sin necesidad de la guerra o de la insurrección, por las vías de la democracia burguesa, esa que cuando no quiere perder una elección sencillamente empaqueta el resultado en fraude y anuncia como ganador el candidato de su preferencia mientras que los ideólogos del imperialismo capitalista –por un lado- se suman o se abrazan a esa idea siempre y cuando las luchas revolucionarias intenten el derrocamiento del capitalismo. En lo que sí coinciden plenamente todos los que condenan la violencia social, como forma de lucha política en el mundo actual, es en que la dictadura del proletariado ha perdido toda vigencia histórica. Más no así todo el conjunto del proletariado.

            El imperialismo capitalista se ha convertido en el más grande y poderoso hacedor de guerra, violencia de rapiña, terrorismo de Estado,  genocidios por bombardeos, muertes selectivas por encargo. Lo dijo Lenin acusando directamente al imperialismo capitalista de esa perversidad pero también lo dijo Máximo Gorki sin muchas explicaciones políticas o económicas. Gorki no era propiamente un político, era –sencillamente- un extraordinario literato capaz de escribir novelas políticas de altura como “La Madre”.

            Ningún pueblo, en ningún tiempo o espacio, ha hecho guerra por la guerra. Jamás ha dado el primer paso para decretar una guerra. Los pueblos aman la paz tanto como veneran a un profeta o a un Dios. La guerra tiene que ver, en primera instancia, con las clases, los sectores y estamentos sociales, los cuales se desenvuelven en un modo de producción determinado, con contradicciones antagónicas, con intereses –esencialmente- económicos fehacientemente opuestos. Las guerras nacieron para establecer un orden social –especialmente- político que garantice la paz de los de abajo o muchos que producen la riqueza para que los de arriba o pocos la disfruten cómodamente sobre la base de la explotación al trabajo asalariado. Mientras el mundo esté regido por la lucha de clases, por intereses económicos antagónicos, no existe probabilidad alguna que desaparezcan o se extingan las guerras. Ninguna persona que anhele vivir en paz, crear una familia y verla crecer y desarrollarse en armonía, invertir tiempo con amistades y festejar alegrías de vida comunitaria, puede amar la guerra, no escribe estimulando espíritu de guerra pero ante un mundo dominado por pocos y sometido a perversiones de toda naturaleza, es un pecado imperdonable meterle el pacifismo a los pueblos en la cabeza, porque eso es como plantearles la eterna resignación a los males en la Tierra para que sólo en el Cielo el alma viva la felicidad luego de abandonar a ese cuerpo hambriento y enfermo del que, tal vez, nunca quiso separarse o, quizás, deseo prontamente alejarse de él.

             Una pequeña mirada es suficiente para darle vigencia o creencia a lo dicho por  el gran literato don Máximo Gorki. El Medio Oriente es hoy día un escenario de violencia donde tienen sus manos metidas hasta los tuétanos las naciones imperialistas –fundamentalmente- por apetencia de repartirse riquezas económicas para poder dar solución a las múltiples necesidades materiales de lo que se conoce como globalización capitalista salvaje. Cada guerra imperialista lleva el lema: lo ancho para los pocos y lo angosto para los muchos. Pero antes hubo la Segunda Guerra Mundial, iniciada 3 años después de la muerte del eminente escritor ruso. Y luego fueron muchas las guerras que vivieron varias regiones del planeta sin que don Máximo Gorki hiciera algún gesto para incentivarlas.

Ni el capitalismo –en general- y, mucho menos, el imperialismo –en lo particular- ceden terreno sin pelearlo palmo a palmo, sin hacer uso de sus métodos más violentos y, especialmente, de terrorismo de Estado. Todo pueblo, como todo movimiento revolucionario y todo Estado que crea en el aniquilamiento del capitalismo como condición sine quo non para construir el socialismo, deben prepararse para defenderse con métodos revolucionarios, con formas de lucha política que se correspondan con las circunstancias concretas de tiempo y lugar y, además, que tengan un fin (estrategia) revolucionario: el socialismo.

Si la revolución que tiene como sueño hacer realidad el socialismo se pudiera alcanzar, siempre, por los medios pacíficos de la lucha de clases o políticas, las manifestaciones que se producen contra las injusticias del capitalismo fuesen suficientes para que la burguesía hiciera sus maletas y ya viviese, con ciertas incomodidades, en la luna. La teoría del extremo pacifismo fue un invento de los ideólogos políticos del capitalismo para tratar que pasen todos los siglos o milenios que le quedan de vida al planeta sin que el capital, y su inevitable explotación del trabajo asalariado y producción de plusvalía, sufran de convulsiones sociales que le sepulten cabeza abajo.

Hasta ahora, intentar refutar a don Máximo Gorki es como llover sobre mojado o darse golpes de cabeza como la danta para nada avanzar. Quiera el proletariado un día, adormecida la burguesía, se logre el triunfo del socialismo sin necesidad de ningún acto de violencia social. Muchas generaciones desaparecerán en el mundo y eso, seguro, no entrará aún en la lógica de la política de este tiempo. No es mi opinión a ningún llamado de violencia pero jamás debemos creer en promesas burguesas de que la mejor y única vía para lograr hacer realidad los sueños es el pacifismo. La experiencia de 1789 le desmiente y existe mucho material de ilustración que podemos leer o revisar en relación con la famosa y ya tendiente a la caducidad Revolución Burguesa Francesa.



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Freddy Yépez


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