Algo genial del extinto Nikita Kruschov

El mundo político, tal vez, recuerde a Nikita Kruschov mucho más por haber denunciado al régimen estalinista en el Congreso del PCUS realizado en 1956 que por sus grandes verdades y gestos solidarios con otras naciones del planeta.

Quizás, muy pocas personas en este mundo actual conozcan una anécdota maravillosa y genial del extinto gobernante de la extinta Unión Soviética lo cual obliga, por lo menos, a los revolucionarios latinoamericanos y caribeños a sentir admiración y respeto por él independiente del juicio que se haga sobre su obra y pensamiento.

Nikita y Fidel se conocieron en Estados Unidos cuando ambos asistieron a un evento de las Naciones Unidas. La delegación cubana, encabezada por Fidel, recibía el rechazo para hospedarse en todos los hoteles privados de ricos fervorosos partidarios del capitalismo y adversarios terribles de la Revolución Cubana en New York. Un negro, Larry Woods, era el dueño del hotel Theresa, situado en el barrio Harlem habitado por hombres y mujeres de raza negra despreciada por las cúpulas blancas que han gobernado a Estados Unidos, aceptó gratis y orgulloso que Fidel y su comitiva se hospedaran en su hotel. Desde la llegada de Fidel al hotel Theresa siempre de día y de noche estuvo rodeado de muchísimas personas que mostraban su admiración y solidaridad por el gran líder revolucionario cubano. Todo eso sucedió en 1960. Woods desafió peligros y represión, pero eso no le importó. El decía: “El odio a los negros en mi región era tan grande que me vi obligado a emigrar hacia el Norte, donde si hay discriminación no llega al límite infrahumano de Carolina del Sur”.

En Estados Unidos, los negros eran víctimas de la represión incluso antes de nacer, en el propio vientre de una mujer negra o en el propio semen de un hombre negro. Miles y miles de vidas, muchísimo sudor y demasiada sangre ha costado a la raza negra en Estados Unidos conquistar que se le respeten algunos de sus derechos humanos. Todavía, en la entrada del siglo XXI, la discriminación racial sigue siendo un grave dilema que jamás el imperialismo resolverá a favor de la redención de la humanidad. En Europa igualmente el racismo está teniendo un empuje como síntoma que el imperialismo no se ha deslastrado de sus rasgos de nazismo.

Para Nikita Kruschov el líder cubano era un revolucionario heroico que había derrotado a un tirano en las propias narices del imperialismo estadounidense, que era su amo y señor. Esa era su idea. Nikita visitó a Fidel en el hotel Theresa y hablaron de muchos tópicos de la política internacional, de Cuba y de la Unión Soviética. Nikita salió muy contento de la entrevista. Fidel prometió visitar a Nikita ese mismo día en el hotel donde se hospedaba la delegación soviética en un lugar privilegiado de la ciudad.

Lamentable (y fue mejor así porque sin ese lamento no se hubiera producido la anécdota que narraré), Fidel no pudo llegar a la hora convenida para la visita. Eso hizo que un periodista se le acercara a Nikita y le preguntara: “¿No se siente usted como una novia a la que han dejado plantada en la puerta de la Iglesia?”.

 Nikita lo observó detalladamente y con mucha educación le respondió: “Yo nunca he sido novia. Fidel vendrá”.

El periodista persiste como la fiera que no se da por vencida y quiere asirse del trofeo de garantizar la presa entre sus dientes y garras para dormir con el estómago harto de carne, le pregunta de nuevo: “¿Es cierto que Castro es comunista?”.

Nikita lo vuelve a mirar y con un movimiento leve sonrisa de sus labios, le responde con una genialidad política e ideológica. Le dice: “No lo sé, lo que sí sé es que yo soy fidelista”. El periodista se quedó con los crespos hechos como suele, efectivamente, quedarse la novia en la puerta de la Iglesia cuando el novio deserta a tiempo y no asiste a la ceremonia matrimonial.

Por lo demás, Nikita ha sido uno de los poquísimos gobernantes en este mundo que casi no le paraba bola a los protocolos, porque para los comunistas, según él, eso no tenía mucha importancia. En cambio, para los capitalistas, el protocolo es como una religión incrustada en la diplomacia sin la cual la relación entre naciones carece de sentido. Por eso, para los comunistas, la diplomacia debe ser pública y no privada como la capitalista. Vele recordar que en la primera delegación diplomática de la Rusia revolucionaria que viajó al exterior cuando Lenin fue el Presidente del Gobierno de los Comisarios del Pueblo, estuvo integrada por un alto miembro del Gobierno, por un obrero, un campesino y un soldado. ¡Viva la diplomacia pública! ¡Abajo la diplomacia secreta! ¡Viva el socialismo! ¡Abajo el capitalismo!



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Freddy Yépez


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