Teniendo
en cuenta estos antecedentes, ¿a quién puede importarle la primaria
republicana de Iowa? ¿Cuáles son las razones por las que la prensa
mundial le otorga tamaña trascendencia a un show mediático
como ese, despojado de toda sustancia democrática? Basta leer las declaraciones
de los candidatos republicanos, a cual más retrógrado y reaccionario
exaltando los valores tradicionales y patrioteros de la derecha norteamericana,
para comprobar la profundidad abismal de la crisis política de ese
país. Va de suyo que las opiniones de los candidatos demócratas, comenzando
por el propio presidente, no modifican en lo más mínimo este diagnóstico.
Tal vez lo empeoren. El disparate de los candidatos republicanos, exhaustos
luego del ejercicio democrático llevado a cabo en Iowa, llegó tan
lejos como para que varios de ellos -especialmente Michele Bachmann,
la (frustrada) esperanza del Tea Party que cosechó un número irrisorio
de votos- fulminaran con sus críticas a Obama por … ¡ sus políticas
“socialistas”! Se nota que esas gentes, aspirantes todos ellos
a heredar el trono imperial de la Casa Blanca, no tienen la menor idea
de lo que están hablando. En su majestuosa mediocridad no se dan cuenta
de que si hay algo que impidió (¿o sería más preciso decir “postergó”?)
el hundimiento del capitalismo estadounidense fueron las políticas
del tandem Bush-Obama que efectivamente pusieron en práctica un socialismo
muy del agrado de la burguesía: socializaron las pérdidas de los grandes
oligopolios financieros e industriales y las redistribuyeron meticulosamente
en el conjunto de la población. Mientras tanto, los principales CEOs
de esas corporaciones afectadas por el “socialismo” de Bush-Obama
seguían ganando, una vez pagado los impuestos, más de diez millones
de dólares anuales como recompensa por sus brillantes negocios.
Reflexiones estas, en suma, acerca de la total intrascendencia de estas primarias -y las que les seguirán en las semanas siguientes, incluyendo un par de ridículos “super martes” que ya provocan la estudiada excitación de la prensa norteamericana y sus voceros en la periferia- que pueden extenderse sin forzar ningún razonamiento a las elecciones presidenciales de los Estados Unidos. Porque, como dicen algunos de los (pocos) politólogos críticos que hay en ese país, ¿a qué viene tanta cháchara con elecciones en las cuales nada se elige y con presidentes que nada presiden toda vez que el “gobierno permanente” que realmente detenta las riendas del poder en sus manos: el complejo militar-industrial y sus aliados, no ha sido elegido por nadie, no debe rendir cuentas ante nadie, ni mucho menos podrá ser removido por el sufragio popular? No importa lo que el pueblo elija, ni el mandato que le otorgue al candidato electo, porque los que verdaderamente mandan lo hacen en virtud de realidades mucho más proteicas –los millonarios negocios y negociados hechos bajo la complaciente mirada del gobierno y de una dirigencia que depende de los donativos de los oligopolios para financiar sus ambiciones políticas- que las débiles señales producidas por el proceso electoral. Además, a diferencia del “populacho” desinformado e impotente que en proporciones cada vez menores acude a las urnas, la clase dominante imperial sabe lo que es bueno para Estados Unidos y lo que hay que hacer en cada momento. Parafraseando aquella vieja fórmula de mediados del siglo pasado que decía que “lo que es bueno para la General Motors es bueno para Estados Unidos” sus personeros hoy saben que “lo que es bueno para el complejo militar-industrial es bueno para Estados Unidos,” por lo menos para una dirigencia que piensa exclusivamente en acrecentar los beneficios y perpetuar los privilegios de ese 1 por ciento contra el cual se levantaron los indignados del Ocupemos Wall Street. A esa clase dominante del imperio el veredicto de las urnas, sea en las primarias republicanas o demócratas, o en las elecciones generales, le tiene absolutamente sin cuidado. Su inserción en las articulaciones decisivas del aparato estatal norteamericano no está sujeto a escrutinio o control público alguno, y su dominio sobre la clase política y los grandes medios de comunicación la colocan a salvo de cualquier contingencia surgida en el terreno electoral. Lo único que le preocupa en relación a las primarias y las elecciones es seguir alimentando la ilusión popular de que el país es una democracia, evitando que la masa de la población llegue a pensar que el régimen político imperante no es una democracia sino una abyecta plutocracia. Sabe que de persistir esa creencia su dominio será poco menos que inexpugnable. El problema es que la ilimitada voracidad de esa burguesía y la super-explotación a que somete al propio pueblo norteamericano más pronto que tarde podría romper el hechizo y dar inicio a un proceso de movilización y radicalización de imprevisibles consecuencias. Por eso hay que presentar al anodino ejercicio que tuvo lugar el pasado martes en Iowa como si fuera una vibrante prueba de la salud democrática de Estados Unidos. Una mentira, no piadosa, sino maléfica hasta el tuétano.
* Una versión abreviada
de esta nota fue publicada en el diario Página/12 de Buenos
Aires el día 5 de Enero de 2012.
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