¿Siria (Irán), la Polonia de la tercera guerra mundial en el Medio Oriente?

I. ¿Verdad o mentira que Rusia apoya?

A menos de que se trate de una estratagema de las grandes potencias, que silenciosa y arteramente se estarían repartiendo el mundo en connivencia, el apoyo de Rusia a Siria luce audaz y necesario, según se han presentado los hechos.

Audaz porque detrás de los EEUU anda la mesnada europea, emblematizada en la OTAN, y necesario porque ya era hora de hacerle frente a la tan cinica impunidad de los países militaristas y explotadores de petróleo en contra de los más débiles y poseedores de riquezas naturales o geoestrategia.

Siria no figura entre los países poseedores de petróleo, pero medio mundo sabe que eso no es lo que importa. Importa Siria en tanto es puerta de entrada a la mina de hidrocarburos que es Irán, que, sumado a Libia allá en África, constituye, una maravilla de reservorios para paliar tanta crisis; en tanto constituye un rodeo geoestratégico para debilitar y someter, finalmente, a los persas. Se trata de una lógica simple del tipo “tengo hambre-necesito el pan”.

Por supuesto, existen otros elementos reverberando en el paisaje. Siria e Irán son los grandes polos de oposición de Israel en la región, política e históricamente, y, dadas las hostilidades en contra de ambos países, independientemente de que se coronen las acciones con petróleo o no por parte de los aliados occidentales, este último país estaría beneficiándose con una eventual depresión militar de sus enemigos, situación que aprovecharían para establecer su davídica hegemonía en el área.

Aseverar tal cosa no cuesta siquiera una neurona. Un poquitín de historia es palanca para proyectar algunos pasos del futuro.

II. Fin de una fase ideológica y su consiguiente guerra

Inglaterra, Rusia, Francia y EEUU, detrás del remoquete de las siglas OTAN, son los principales camorreros internacionales que actualmente se han quitado la poca máscara que tenían para acometer saqueos descarados. Ideológica y pragmáticamente, de cara al control de sus poblaciones nacionales y en función de su estatus de preponderancia mundial, se hallan en problemas. Viven la crisis y la decadencia. Se revuelven en contra de la necesidad de cambio de los mundos. Intentan perseverar en la perpetuación de la misma sangre asesina y colonial que los ha caracterizado.

Pero ya sabemos que el mundo es cambiante, que el río que utilicé hace una hora para bañarme ya no es el mismo que ahora intento utilizar nuevamente. Sus aguas fluyen, como proclamaba el antiguo Heráclito, siendo la variabilidad el eje de la estabilidad que llamamos forma, mundo y civilización.

Desde Irak, pasando por la descarada guerra contra Libia ─el país más estable de África y hasta superior en proyecciones de desarrollo que muchísimos países europeos─, hasta el sueño de hoy de arrodillar a Irán, el avatar bélico de occidente tiene un sólo nombre: pataleo y necesidad. Son países ─los occidentales, los agresores─ encerrados en sus propias rejas nacionales, entrampados bajo el modus operandi cultural de su ideología diestra y neoliberal de explotar y exprimir a sus masas populares hasta la última gota, bajo los diversos engaños de la oferta consumista de la compra y venta, del confort y la libertad, nociones desmentidos a ciencia cierta en la actualidad. El sueño americano, destrozado a hachazos, parece figurar como el punto de partida para el inicio de semejante resquebrajamiento basal.

El río ha fluido naturalmente y las masas bastante que se han bañando ya. Y se han dado cuenta. Y se indignan y piden a gritos a sus dirigencia nacionales la respectiva correspondencia con las necesidades de cambio del mundo. No más capitalismo a ultranza, no más régimen neoliberal, donde el reinado de la oferta y la demanda suele atropellar canallescamente a esa suerte de subreino que es la humanidad. No más al sistema del 1% sobre el 99, esquema donde el plutócrata hace de las suyas con y sobre las sudadas contribuciones de los tontos habitantes de los países.

Como si se respirara un aire apocalíptico, de descrédito respecto del sostenimiento del sistema, de fin del ilustrísimo contrato social que sólo ha servido para disfrazar la apetencia de unos pocos sobre la totalidad. Hoy las masas hambrientas y desprovistas de seguridad social están en la calles tambaleando las bases del poder político (que no militar) de quienes les hincan los ijares. Como si “No más engaño” fuese la consigna.

Y ya vemos las consecuencias. Se cae el sistema y los amos del mundo (doce o trece apellidos) se apretujan por unas cuanta bolsas más de oxígeno, eufemismo de petróleo, como sabemos, para aparentar, calmar, dar empleo, mantener, engañar, prometer, en fin, para alargar un poco más su esclavismo sobre la idiotez del mundo. La inmensa infraestructura industrial del mundo está cimentada sobre tal recurso, sobre el cálculo proyectado de cambio en sus contabilidades a cincuenta o más años, momento cuando presumen el cese de la operación comercial del planteta. Pero, como se ve, las masas no han resistido y parecen apresurar los cálculos, pidiendo soga tanto para el modus vivendi neoliberal como para su soporte ideológico-político, a saber, la derecha política con su sui géneris modo de gobernar. Una queja, un grito, un nomás, una revolución espantosa, como nunca vista contra las casta dominantes, de sesgo globalizante.

La consecuencia directa: la guerra, como es la costumbre, pues, como ha ocurrido siempre que los poderosos han sentido tambalear sus bases hegemónicas, mandando al campo de combate (engañados con el cuento de la cultura y el patriotismo) a los más pendejos, a ese 99% de tontos de los que viven, según estilo de gobierno y dominio capitalista y diestro. Poquísimas guerras de las que en el mundo han sido están exentas de semejante motivación. Allí está la historia con sus páginas para atestiguarlo; y está Marx y su filosofía, con sus pinzas y bisturíes, para las necesarias demostraciones y comprensiones.

III. ¿Guerra mundial, sempiterna guerra Fría, o una nueva versión tensa de la crisis de los misiles cubanos?

La paz de Siria luce de muy difícil sostenimiento. Es un travesaño de la escalera que conduce a Irán, el coloso del petróleo necesario. Viene Occidente con su voracidad, en pos de su bolsa oxígeno, de la necesitada prórroga que su sistema e ideología políticos le pone en los pasos. En el menor de los impactos, viene a sembrar la desestabilización en las adyacencias persas, al modo de Colombia respecto de la América sureña toda, por ejemplo, o al modo de Corea del Sur respecto de la del Norte, o de Taiwán respecto de China, o Turquía y Polonia respecto de Rusia. Es el cuento: si no hay la conflagración inmediata sobre tierra Siria, la hay dosificada, de invasión a cuenta gotas, de desestabilización, informática, mediática, de manejo de la opinión pública, etc. Y es cuestión de tiempo si se considera que la necesidad ─como sea que es occidental─ tiene cara de perro.

La reacción rusa (la otra cara de la moneda en el juego de fuerzas que confluyen sobre el dominio del mundo), si no es parte de una pantomima teatral para finalmente despojar a Irán a través de Siria, en solapada connivencia, siendo en consecuencia el poder opresor del mundo uno sólo a fin de cuentas; podría concretarse en dos vertientes: (1) terminada la pantomima rusa del disimulo, se retira del teatro de operaciones y Siria finalmente caería, pero retirándose Moscú con la dignidad fraguada de ser el equilibrio y contrapeso mundial de la camarilla occidental; (2) de ser sincera la reacción rusa, preocupada por sus intereses geoestratégicos y existencia propia ante el avance arrollador y conquistador de Occidente, estaríamos ante una situación de dura tensión entre las potencias, de tanta intensidad como la que se generó con la crisis de los misiles cubanos en el siglo pasado.

No se esconde para nadie que Rusia y China (ésta la mayor potencia económica mundial en breve) mantienen una alianza política y militar y constituyen, de hecho, el único contrapeso a los EEUU y su camarilla europea. Después de tantos Irak, Afganistán, Libia, etc., han finalmente reaccionado, Rusia dotando a Siria de uno de los mejores sistemas de defensa aéreo (los misiles S-300) y de radares, y desplegando buques de guerras en las costas sirias a efectos de disuadir los bríos belicosos de la OTAN. Ha declarado Rusia que ya es suficiente el papel de su perfil de brazos caídos ante el comportamiento imperial de los EEUU y Europa y considera que Siria es una “línea roja” cuyo ataque no tolerará.

Sin embargo, aparentemente, no ha habido disuasión alguna. EEUU ha respondido que la interferencia de Moscú no alterará sus planes y accionar en defensa de sus intereses, y ha desplazado su enorme portaaviones G. H. W. Bush (moviéndolo de su papel permanente en el Estrecho de Ormuz) hasta las costas Sirias , donde también anclan los buques rusos. Todo un desastre, entrecruce, reflejo y luminoso escándalo de la lucha de intereses de los poderosos del mundo.

IV. ¿Siria como la Polonia del Medio Oriente, punto de honor desencadenante del combate? ¡Quién lo díría!

Para retomar el razonamiento que conduce a las potencias europeas y a los EEUU hacia la guerra, envueltos en la crisis, escúlquese el destino en frases como estas: “la suerte está echada”, “lo que es ha de ser”, una histórica y otra, quizás, de invención propia, pero ambas relativizadas por los aires de la guerra y la predeterminación.

Si la pervivencia de todo un conglomerado ideológico y de una pila de países sostén depende de la toma de un pequeño territorio y su petróleo (primero Siria y a la final Irán), no habrá Rusia ni China que valgan hacia ese objetivo. Independientemente de si la toma comporta una bolsa de oxígeno como prórroga existencial y no el salvamento estructural de su modo ideológico de vida, lo que importa es el tiempo que gana la plutocracia mundial para idear otros mecanismos de dominio sobre las masas. La necesidad obliga, que es como decir, la supervivencia es ciega, instintual, no negocia y vive. Y en medio de tal empuje, por supuesto, estará comprometida la paz del mundo, ese mismo que hoy pide cambios y al mismo tiempo anda amenazado por conflagración tan dantesca como precio. Si no hay la guerra ni la toma energética de los recursos de otros, las potencias se deslizarían mucho más rápidamente hacia la parte crucial de sus crisis, sin mucho oxígeno confortable para sus castas dominantes; y si la hay, igual se van al diablo con sus bajas y gastos, pero dispondrán al menos de la posibilidad de reconfigurar geopolítica y energéticamente el mundo para, como se dice en Venezuela, “pescar en río revuelto”, lo que en otras palabras puede significar realizar un borrón y cuenta nueva para sus problemas.

O el Medio Oriente es el punto donde las civilizaciones se confrontan y el mundo acaba, por decirlo de algún modo, o es la circunstancia donde se toman las decisiones para un cambio de rumbo imperial, apuntándose el armamento hacia otras latitudes con riqueza, geoestrategia y petróleo, como, por ejemplo, América Latina, de más fácil acceso, desde el punto de vista militar.

No dejará de ser curioso, en el eventual marco de una guerra de grandes dimensiones, que resulte ser Siria la especie de Polonia pre-segunda guerra mundial, la misma del punto de honor que no se toca, la misma que sugiere un colmo de los colmos al ser atacada, como manifestó una voz rusa en días pasados. En escritos anteriores sobre el tema, quien escribe había reservado ese triste destino a Venezuela, la Polonia de América; pero, mirándolo más analíticamente, hay menos inconveniente que un aliado como Rusia y China desplieguen buques defensivos en una costa del Medio Oriente que aquí en las aguas atlánticas o pacíficas de Suramérica, sobre las que pende, “providencialmente”, la égida imperial estadounidense, en el entendido de que América es para los americanos y constituye, de hecho, su zona de influencia.

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Oscar J. Camero

Escritor e investigador. Estudió Literatura en la UCV. Activista de izquierda. Apasionado por la filosofía, fotografía, viajes, ciudad, salud, música llanera y la investigación documental. Animal Político https://zoopolitico.blogspot.com/

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