Resuelto el enigma de las Torres Gemelas

La ridícula farsa que trasciende de la noticia sobre el asesinato de
Osama Bin Laden permite dar entero crédito a la versión de que la
guerra contra el terror que desató la élite del poder de Estados
Unidos contra el mundo ha sido una gran mentira de principio a fin.
Insulta la inteligencia humana que se pretenda hacer creer que el
hombre más buscado por la potencia militar tecnológicamente más
avanzada del planeta viviera tranquilamente, con su esposa y algunos
hijos menores, en una mansión de Abbottabad, muy cerca de Islamabad,
capital de Pakistán, un país que es estrecho aliado de Washington, a 3
kilómetros de una importante academia militar.

Mucho más cuando se informa que fue baleado, desarmado y solo, por un
comando especializado estadounidense transportado en helicópteros que
asaltó su morada, cuando pretendió resistirse al arresto, y que su
cadáver había sido lanzado al mar porque presentaba un aspecto muy
desagradable y podría servir para nuevas amenazas a la seguridad de
los Estados Unidos.

Cuando, el 2 de mayo de 2011, el presidente Obama informó que Estados
Unidos había llevado a cabo “una operación que mató a Osama Bin Laden,
líder de Al Qaeda”, se cerraba el capítulo final de una de las más
repugnantes simulaciones de la historia.

No cabría calificar de comedia una tragedia que costó la vida,
inicialmente, de unos tres mil civiles estadounidenses y luego las de
no menos de un millón de pobladores de países del Medio Oriente
–hombres, mujeres, ancianos y niños, en asimétrica venganza contra el
pretendido autor intelectual de aquella barbarie.

Aún si se aceptara que el ataque del 11 de septiembre hubiera sido
obra de un fanático, es inaudito que la venganza contra un individuo
lleve a la ocupación de dos naciones independientes que ni siquiera
albergaban o eran patria de aquel malvado terrorista, a un costo de
varios billones de dólares y miles de bajas propias. Mucho más
sabiendo que la organización Al Qaeda tenía entonces solo 430 miembros
y tal vez ninguno en Irak o Afganistán.

Es bochornoso que el abominable acto terrorista que justificara la
guerra contra Osama Bin Laden haya demostrado ser una atroz creación,
con objetivos de política exterior e interna más macabros aún que
otros como la explosión del acorazado Maine en la bahía de La Habana;
el ataque a Pearl Harbor y los incidentes del Golfo de Tonkín, que
respectivamente sirvieron de justificaciones para las guerras contra
España en 1898, Japón en 1941 y Vietnam en 1964, por solo citar las
mentiras estadounidenses más famosas.

Mediante el control absoluto de la prensa corporativa, la cúpula
estadounidense ejerce una dictadura mediática a la que se debe la
ingenuidad con que la opinión pública acepta las versiones oficiales
de acontecimientos tales como el magnicidio de John F. Kennedy.
Es por ello previsible que, respecto a esta perversa actuación del
imperio contra su propio pueblo y el mundo a lo largo de una década,
la opinión publica estadounidense tarde en saber la verdad.

La serie de mentiras que dos sucesivas administraciones de Estados
Unidos han utilizado para ganar el apoyo a las guerras y colocar a la
ciudadanía de Estados Unidos al borde del fascismo, ofende la dignidad
de los buenos estadounidenses que, además de lamentar sus soldados
muertos y mutilados, soportan avergonzados la condena de todo el mundo
por las masacres de civiles, niños y ancianos, y por los escándalos de
torturas de prisioneros en que están comprometidas las fuerzas armadas
de su país.

Más aún porque, a partir de los acontecimientos de septiembre 11 de
2001, se multiplicó en aquel país el número de personas que han visto
cercenados sus derechos civiles y políticos por motivos de filiación
política, color de la piel, procedencia social o su condición de
inmigrante.

A 10 años de la tragedia de las torres gemelas del World Trade Center,
muchas interrogantes que sugieren que la acción terrorista fue
planeada, organizada y ejecutada con complicidad a nivel de la Casa
Blanca, permanecen excluidas del contenido informativo de los medios
de prensa corporativos que orientan la opinión pública estadounidense
y, en buena medida, la mundial.

Siguen pendientes de aclaración “detalles” tan importantes como si los
supuestos aviones atacantes no eran en verdad aviones-misiles con
explosivos en las alas y en los tanques de gasolina dirigidos por
control remoto mediante computadoras y actuando en combinación con
sistemas de demolición controlada, dado que es sabido que el colapso
de las torres gemelas fue el primer caso en toda la historia de un
rascacielos de acero que cae derrumbado de esa forma a causa de un
incendio; entre muchas otras interrogantes más.

Ahora se agregan las circunstancias del asesinato de Osama Bin Laden,
(de quien incluso se cuestiona si en verdad alguna vez existió), pero
para cualquier persona capaz de mantener un criterio propio, el enigma
que ha quedado claramente resuelto es que los dramáticos sucesos del
11 de septiembre de 2011 en Nueva York y la guerra contra el terror
con su secuela de muertes y sufrimientos son un espectacular montaje
por el que alguna vez la Humanidad tendrá que pasar cuentas a sus
promotores, ejecutores y cómplices.

manuelyepe@gmail.com


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Manuel E. Yepe

Abogado, economista y politólogo. Profesor del Instituto Superior de Relaciones Internacionales de La Habana, Cuba.

 manuelyepe@gmail.com

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