Libia y la nueva doctrina militar

Los acontecimientos bélicos que han promovido el imperialismo y sus aliados subalternos de la OTAN y el sionismo internacional, posteriores a la desaparición de la Unión Soviética, confirman que los cambios que se viene operando en la esfera económica y financiera del Capitalismo, en su fase global y en estado de crisis sistémica, están siendo acompañados por importantes modificaciones en las estrategias militares dirigidas a adecuarse a un tipo de conflicto no nuclear pero distante al tradicional conflicto convencional del uso intensivo y extensivo de las armas de infantería y de artillería de campo que prevaleció durante los últimos años.

Los estrategas del Pentágono y de la OTAN llegaron a la conclusión definitiva que el “equilibrio del Terror” de la amenaza de la destrucción total del enemigo conllevaba la posible destrucción total del planeta y todo signo de vida, por lo que, dado la inmensa capacidad de poder de fuego acumulada en los arsenales nucleares y su aparente hegemonía, hacia innecesaria su existencia, lo cual se evidenció en el último acuerdo START entre la Federación Rusa y los Estados Unidos de América de reducir una parte importante de sus arsenales nucleares y algunas políticas de control en el desarrollo de nuevas tecnología bélicas de tipo nuclear, concentrando ahora sus esfuerzos en el uso de otros medios tácticos de base nuclear, de “daño relativo”, que pudiera permitir la victoria sobre un hipotético enemigo no nuclearizado, sin provocar un daño generalizado que hiciera inservible su dominio y explotación.

Junto a ello, los centros de investigación y experimentación de nuevos sistema de armas concentran sus estudios en el uso intensivo y masivo de diversos instrumentos aéreos – aviones y misiles de ataque y defensa - con diversos tipos de plataformas móviles y fijas, que favorecen – con el uso de tecnologías de alta precisión – el daño sorpresivo, impune e insuperable al enemigo, con un mínimo de riesgos y de costos materiales y humanos, lo que le genera una ventaja estratégica casi imposible de equilibrar, salvo en la etapa de dominio de terreno, en el cual deben hacer uso de los clásico agrupamientos de tropas que deben capturar, sostener y avanzar en el control del terreno enemigo hasta su derrota total, lo cual no necesariamente es una operación forzosa, por cuanto, el daño destructivo y el terror causado a la fuerza enemiga y al pueblo agredido es de tal naturaleza, que tales operaciones pueden producir la rendición o, la negociación desventajosa del pueblo agredido.

Articulado con lo anterior, el crecimiento de una cultura de la paz y de rechazo de la guerra en las poblaciones originarias de los Estados imperialistas, ha obligado a los centros mundiales del poder militar a avanzar en un proceso de profesionalización y “merceranización” de las fuerzas armadas, que ha significado la eliminación del llamado Servicio Militar, a que estaban obligados todos sus ciudadanos hombres en capacidad de combatir, la masiva incorporación de la mujer como fuerza de apoyo logístico y de combate, la incorporación de migrantes no nacionales y la contratación de empresas de seguridad en capacidad de realizar actividades diversas de protección de personalidades e instalaciones, custodia de prisioneros y labores de inteligencia, pero sin el control legal que le es aplicable por las convenciones internacionales a los miembros de las fuerzas armadas.

Estos enormes cambios científico-técnicos de la guerra y de concepción militar imperialista, pareciera imposible que pudieran ser superados, neutralizados o afectados por los Estados de escaso o mediano desarrollo, que han tenido que apelar, a partir de la Guerra de Vietnam, a la doctrina de la “Guerra de todo el pueblo”, en donde se compensó el desequilibrio en los medios bélicos, con el apoyo del pueblo, el dominio del terreno y la utilización de tácticas de infantería irregular para impedir, la consolidación territorial del enemigo, enfrentando sus vanguardias, atacando sus retaguardias y concentrando importantes fuerzas para atacar grandes concentraciones enemigas imposibilitadas de auxilio terrestre que, junto con la movilización política mundial y el uso de la propaganda dentro y fuera del Estado agresor, finalmente provocó su derrota, a un precio humanamente elevado, solo compensado por los valores supremos de la Dignidad y la Soberanía de un pueblo.

La Guerra de todo el Pueblo” tiene, sin embargo, la limitante de que el territorio en donde se desarrollan tales eventos militares es el territorio del pueblo agredido, permitiendo al agresor la ventaja de disfrutar de la seguridad y la tranquilidad de su población, el funcionamiento normal de sus instituciones políticas y sociales y el desarrollo normal de su economía, mientras, por el contrario, los pueblos agredidos y su aparato de gobierno, se ven sometido a un terrorífico ataque indiscriminado dirigido contra sus fuerzas combatientes y su población civil, lo cual provoca grandes pérdidas humanas, enormes daños materiales y un estado de indefensión ante el apoyo de organismos internacionales, el silencio de los pueblos de las fuerzas agresoras y la neutralización de los Estados que solo se atreven a condenar moralmente al agresor.

A la luz de los emblemáticos acontecimientos en Libia, los Estados de escaso y mediano desarrollo, especialmente propietarios de grandes yacimientos de materiales estratégicos y de energía y por ello, convertidos en objetivos militares del imperialismo y sus aliados subalternos de la OTAN y el sionismo internacional, tienen la necesidad de dotarse, no solo de una política que favorezca la unificación de Estados, gobiernos y naciones a favor de la Paz y la Seguridad Internacionales, sino de una doctrina y una estrategia militar que se adecue a las nuevas realidades de la guerra imperialista mundial, caracterizada por el uso intensivo de sus sistemas de armas altamente destructivos, su sentido espacial global, el desconocimiento al Derecho Internacional Humanitario, el uso de los organismos internacionales para legitimar sus guerras de rapiña contra el patrimonio de los pueblos y la mercenarización de sus tropas. Un factor fundamental de la nueva “Guerra de Todo el Pueblo” en el siglo XXI es el territorio bélico y será necesario prepararse para ello o, capitular ante el enemigo.


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Yoel Pérez Marcano


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