Parte II

El Che y la revolución pacífica en Venezuela (II)

El proceso popular constituyente activado en 1998 implica una peculiar transición revolucionaria, que se adecua a circunstancias concretas distintas a las relacionadas con los tres imaginarios de la lucha revolucionaria del siglo XX: la insurrección general, la guerra popular prolongada y el foco guerrillero.

Sabemos que el Che fue un artífice de la lucha revolucionaria, inspirada en este imaginario político. Las ideas del Che, como las de cualquier pensador, deben ser analizadas en su horizonte ideológico y su contexto histórico. Sacarlas de allí para construir recetas o guiones de revolución, constituye un grave error. No es momento para “indigestiones ideológicas”, sino para determinar el carácter específico y particular del momento histórico en que se despliega la revolución bolivariana, su política de acumulación de fuerzas, su estrategia, su táctica, su proyecto estratégico.

Hay quienes olvidan una lapidaría conclusión del análisis de Marx: una sociedad nueva, de transición hacia el socialismo no se ha desarrollado aún sobre su propia bases materiales, sobre premisas políticas, formas ideológicas y culturales exclusivamente propias; sino al contrario, es todavía una sociedad que lucha por salir precisamente de la sociedad capitalista, que presenta todavía en todos sus aspectos, en el económico, jurídico, político, moral y en el intelectual, el sello de la vieja y particular sociedad capitalista de cuya entraña procede. En esta fase intermedia hay múltiples mixturas y defectos que son inevitables en las primeras fases de la transición hacia el socialismo, tal y como brota de la sociedad capitalista después de un largo y doloroso alumbramiento.

Por tanto, no es desde el voluntarismo o la soviética “conciencia del deber social”, que se produce un “salto revolucionario”. Hay que evitar recaer en formas de jacobinismo político, vanguardismos de aparato o propaganda adoctrinadora. Las lecciones del fracaso de la experiencia soviética, indican que hay que pasearse por nuevos paradigmas: la construcción desde abajo de un cuadro de acumulación de fuerzas, de prácticas económicas, políticas y culturales alternativas, de nuevas lógicas de sentido y significación, en un movimiento de protagonismo popular revolucionario instituyente.

La transición al socialismo es un proceso largo, lleno de defectos, con sellos de la vieja sociedad, para el alumbramiento de una sociedad socialista. No se trata de saltos desde el vacío, sin puntos de apoyo. Tampoco de “calco y copia”. La dialéctica revolucionaria es tanto supresión de lo negado, como su conservación y superación. El curso de la historia no sigue una única línea de voluntad, de “buena conciencia”, sino que es resultante del choque de múltiples series y líneas de lucha, de continuidad/discontinuidad, de praxis contrapuestas y sus formas de conciencia, en la que todo lo que es suprimido es también conservado, bajo una nueva forma, en lo nuevo.

La noción marxiana de “aufhebung” diferencia la crítica marxista del capitalismo de la mera denuncia de los males de éste, o de una abortada superación voluntarista del capitalismo, decretando el año cero de la revolución (Robespierre dixit). Es precisamente al olvidar el sello del jacobinismo en los métodos de lucha revolucionarios, lo que incide en llevar a cabo una revolución de una elite revolucionaria, aún con la finalidad abstracta de romper las cadenas de las mayorías. Se olvida así la ruptura marxiana con el imaginario jacobino de la revolución.

En contrapunto, se trata de afirmar una revolución de las mayorías para las grandes mayorías (Manifiesto Comunista), y esto incide en la propia concepción de la lucha desde una diversidad de partidos (¿Por qué olvidar la negativa marxiana de un partido único?), desde un frente único revolucionario. Construcción de una nueva democracia, construcción de la voluntad colectiva de una mayoría política, métodos de dirección, organización de la lucha revolucionaria profundamente democráticos, tanto como las condiciones lo permitan y la ventaja sobre el adversario histórico lo exija.

El leninismo, en su concepción de la relación partido-clase, fue mucho más jacobino-blanquista, que continuador del pensamiento marxiano. Luchaba contra la autocracia del Zar y su policía política. Esto lo justifica parcialmente. Pero, ¿y que hay del Che en este punto?

Nada distinto a la exaltación del “modelo de partido” del manual soviético de Otto V. Kuusinen, del marxismo-leninismo en el análisis de la relación partido-clase, del relato de la “dictadura del proletariado”, y su apreciación del rumbo de la lucha de entonces: “se pierde casi totalmente la posibilidad de que esta parte del mundo se produzca un tránsito pacífico hacia el socialismo” (Che Guevara: el partido marxista-leninista). No es extraño observar como se copian frases del Che, en núcleos del propio PSUV: “Debiera ser un organismo ligado a las masas y por cuadros estrictamente seleccionados, de una organización centralizada y elástica a la vez”. Esto se llama: “calco y copia”.

En el caso del Che, La ligazón a las llamadas “masas” sigue siendo exterior, sobre-impuesta, basada en el método de la consulta desde arriba, desde quienes ya presumen haber alcanzado las condiciones subjetivas necesarias para el salto revolucionario, garantizado por el “supuesto saber de la lucha”: el “marxismo-leninismo”.

¿Se habrán enterado que el leninismo organizativo es la absorción del imaginario jacobino-blanquista de los métodos de lucha? Que la exterioridad en el saber y en la decisión política entre el “núcleo dirigente” y las “masas” es un postulado anti-marxiano. Que esta máquina de lucha reproduce axiomas de la fábrica capitalista y su división política del trabajo:

“El partido del futuro estará íntimamente unido a las masas y absorberá de ellas las grandes ideas que después se plasmarán en directivas concretas; un partido que aplicará rígidamente la disciplina de acuerdo al centralismo democrático, y al mismo tiempo, donde existan permanentemente la discusión, la crítica y la autocrítica abiertas, para mejorar el trabajo continuamente. Será en esta etapa un partido de cuadros, de los mejores, y estos deberán cumplir su tarea dinámica de estar en contacto con el pueblo, transmitir las experiencias hacia las esferas superiores, transmitir a las masas las directivas concretas y ponerse en marcha al frente de estas. Primeros en los estudios, primeros en el entusiasmo revolucionario, primeros en el sacrifico; en todo momento más buenos, más puros, más humanos que todos los otros, deben ser los cuadros del partido.”

Y termina el Che con la frase de Martí que afirma una elemental ética de la dignidad: “Todo hombre verdadero debe sentir en la mejilla el golpe dado a cualquier mejilla de hombre”.

Estamos de acuerdo con Martí, pero no con el Che. No hay elite revolucionaria más humana que otro humano.

No creemos en esto: las masas en su lugar, abajo; la elite revolucionaria en el suyo: arriba, mandando.

Ese partido no prefigura ningún socialismo: ¿Se enteraron?

jbiardeau@gmail.com


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Javier Biardeau R

Articulista de opinión. Sociología Política. Planificación del Desarrollo. Estudios Latinoamericanos. Desde la izquierda en favor del Poder constituyente y del Pensamiento Crítico

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