Crítica a la crítica de algunos dirigentes

Mario Silva: ante una ideología sin ética es mucho más sabia la negativa del pueblo

Muy útil la respuesta que ha dedicado el compatriota Mario Silva (http://www.aporrea.org/actualidad/a68557.html) al artículo en que crítico sus puntos de vista (http://www.aporrea.org/actualidad/a68525.html). En ella principalmente reafirma lo que decía en su primera entrega, y por lo tanto nos prueba que no estábamos equivocados: su análisis de lo ocurrido el 23N abriga una menguada estima por las razones pueblo. 

Centrémonos en esta frase que no admite reclamos ulteriores de descontextualización:

"...no me diga que la única forma que tiene [el pueblo] de expresarse ante la derecha endógena y los que han estado frenando la revolución, toma cuerpo dejando de participar y permitiendo que la ultraderecha haga metástasis sólo por una arrechera. Esa vaina es una falta de respeto al pueblo que usted exalta y echamos a un lado su necesaria formación ideológica."

El compatriota Mario Silva afirma aquí, claro y raspao, que el pueblo, "sólo por una arrechera", permitió a la ultra-derecha multiplicarse y ganar poder. Leyeron bien: "... sólo por una arrechera..."

Sugiere, como podemos ver, que estas arrecheras son pasajeras, o algo así como disgustos que no tienen tanto valor en el fondo, ni suficiente seriedad para trascender de ninguna manera; que el tiempo las calma...

¿Pero no estará el compatriota simplificando la importancia de las arrecheras? No me gustaría pensarlo, porque... ¿desde cuándo las arrecheras del pueblo son asuntos menores?

El perfil ideológico necesario para llegar a tal subvaloración del contenido de las arrecheras populares habla tomos sobre la madurez revolucionaria del individuo que la enuncia. Para trivializar, o restar importancia a las arrecheras populares, hay que empezar por una descalificación de los motivos de las mismas. Una descalificación tan deliberada como abusiva, pues ¿quién está en posición de valorar objetivamente estos motivos, a parte del pueblo mismo? ¿No es éste acaso quien mejor conoce sus problemas, las dificultades que enfrenta, y también sus soluciones y quienes tienen la capacidad —la responsabilidad— de resolverlos?

En el caso que nos ocupa, el 23N, ¿fue realmente el pueblo quien hizo que la ultra-derecha ganara espacios, o fueron más bien algunos de sus dirigentes (muy armados, ellos sí, de ideología) quienes lo indujeron a un desprecio de sus ofertas por el pésimo ejemplo que dieron de su compromiso, por la indiferencia que mostraron ante los problemas de la comunidad, por sus dudosas prácticas administrativas, por su falsa demagógia revolucionaria y por su arrogante, insultante autoridad?

Es muy cómodo, muy fácil responsabilizar al más pendejo —al que todo lo aguanta— de la falta de confianza que sus líderes le inspiran. Lo que expresa Mario Silva, ¿no equivale en el fondo a decirle a quienes se abstuvieron: "brutos, no ven que si nosotros no éramos buenos, ahora tendrán que aguantar a unos aún peores?"

Lo siento, pero es la idea que está implícita en el párrafo citado al comienzo, y ante ella el interpelado podría responder: "Gracias, pero prefiero sufrir (con mi honrada ignorancia ideológica) los embates del enemigo que los de mis traidores".

El pueblo no está obligado a responder de otra manera a un reproche que ya incluye la confesión de la propia mediocridad de sus dirigentes. Es el tipo de reclamo que no tiene ni puede tener bajo ninguna circunstancia la menor viabilidad MORAL. Que nos explique ahora el señor Mario Silva de qué lado habría entonces más ética, si en el pueblo o en sus dirigentes. Porque si por ética revolucionaria entendemos el respeto de un conjunto de principios que defienden la justicia popular, a mí me parece que el pueblo, en tanto que protagonista de cambios en una democracia participativa y protagónica, debe saber algo al respecto (a pesar de su falta formal de ideología). 

Por cierto, en cuanto al concepto "ideología" también hay que tener mucho cuidado y discernimiento. Permítanme resumir a continuación eso que aparentemente algunos dirigentes revolucionarios, como Mario Silva, tienen por discurso en cuanto a la ideología que necesita el pueblo: Que aquellos que tienen la fortuna de recibirla, o que ya han sido sustancialmente instruidos en ella, sí que saben lo que es la línea, la estrategia. No se dejan llevar por simples arrecheras pues la ideología les garantiza la esperanza de que más arriba, en "el frente", esta vez no se estarán burlando de ellos.

Ideología como fe, pues. Muy útil para seguir adelante. Y no pasar, además, por mal pensados. La conducta ideal que algunos, desde lo alto, no dudarán en llamar lealtad. En cambio, qué decir de esas arrecheras que otros, por falta de ideología, no saben controlar. ¡Esos cómo traicionan! Qué triste cómo la ignorancia les impide saber que a veces hay que callarse, cerrar los ojos y decirse: "lo que tengo ahí enfrente, en mis narices (este desastre), no es cierto". 

Hmm... Cómo pide a gritos ideología el pobre (para no sufrir de pesadillas)...

II

No obstante, lo verdaderamente doloroso es constatar que frente a la corrupción, frente a la avasallante ineficiencia de la clase dirigente (o de una buena parte de ella), pueda llegar a ser tan valiosa la ignorancia ideológica del pueblo. ¡Ésta le permite contrarrestar dichos males! ¿Cómo hablar entonces si quiera de inferioridad política por ignorancia ideológica, cuando ésta pasa a ser el elemento que regula la calidad del proceso, y que exige directamente a la clase dirigente una mayor solidez ideológica (ideología con ética)? Una paradoja amarga, inmensa, pero cierta.

Quiero precisar que no tengo ningún reconcomio personal con el compatriota Mario Silva (con él hasta la muerte, como con todo compatriota de esta lucha), es sólo que el debate de las ideas no admite complacencias, y uno debe siempre saber, con responsabilidad intelectual, lo que está implicado en las cosas que dice. En su forma de abordar el problema, el compatriota subestima y responsabiliza al pueblo por asuntos en los que más bien habría que apelar a la vergüenza de sus líderes. En cuanto a mí, no defiendo ingenuamente, ni enaltezco románticamente la "sabiduría popular", como sugiere el compatriota en su respuesta. Simplemente no tengo el tupé de degradarla frente a la ineptitud política de quienes no habiendo estado a la altura de sus misiones pretenden ahora convertirse en dadores de lecciones. Claro que el pueblo necesita de ideología, de herramientas para la lucha, de claridad proactiva al servicio de su autoliberación; son necesidades permanentes, eternas; pero no es por faltarle eso al pueblo que muchos de sus dirigentes (supuestos "cuadros" de la revolución) fallaron y echaron por tierra la confianza de tantos compatriotas. Basta de confundir las causas y señalar al soberano cada vez que algo no marcha bien. Mucho menos si constatamos, a propósito, la inmensa cantidad de medios que esta revolución ha puesto en manos de sus líderes para hacer avanzar el país. ¿Es que no nos dará nunca pena, camaradas, comparar esos recursos con los de Cuba?

III

Intentemos más bien reciclar para la revolución las arrecheras del pueblo, en vez de desecharlas. Quiero decir, entenderlas en su significado positivo. Busquemos su utilidad en vez de asociarlas a un menoscabo ideológico, o a una discapacidad del pueblo. Se me ocurre una analogía bien osada al respecto: esas arrecheras en realidad equivalen, en los procesos revolucionarios, a lo que "la mano invisible" del mercado estaría supuestamente destinada a hacer en economía. Obviamente, en el terreno económico esto es una enorme falacia, un mito, un invento acomodaticio, una excusa de poderosos; pero no así en la revolución: en ella las "arrecheras" del pueblo funcionan como un verdadero dispositivo de reajuste, bien real, tangible, y que nada tiene de invisible... Son en realidad eventos sociales que catalizan en forma automática y precisa la injusticia social, venga de donde venga. Es más, son señales de alarma ante las cuales los dirigentes revolucionarios deben reaccionar y coger línea (si de verdad tienen solidez ideológica). En vez de descalificarlas, de tomarlas por expresiones de ignorancia política, más les conviene escucharlas. Los verdaderos líderes saben respetarlas como virtuales instrumentos de medición (tanto de la eficacia y contundencia de la opresión propiciada por el enemigo, como de la eventual ineficiencia de la administración propia). Si estas arrecheras no son detectadas y tratadas a tiempo, ello es exclusiva responsabilidad de los líderes de la revolución en situación de poder, y tanto más si éstas se extienden hasta la víspera de importantes fechas comiciales, cuando ya es demasiado tarde pretender revertir las tendencias. Llegados a tales fronteras, ya no pueden haber muertes políticas ante las cuales sorprenderse.

IV

El pueblo es la vida de un país, es quien vive la injusticia, y también quien indefectiblemente "pare" los medios de su propia liberación. Los dirigentes son su instrumento para lograrlo. Pero es él quien los legitima, quien los autoriza, y sobre todo quien los responsabiliza ante la colectividad. Los líderes son una suerte de "honorables subordinados". Su única dignidad está basada en el servicio, su mayor virtud en la lealtad. Si le fallan al pueblo, éste se arrecha y se los dice, se los va diciendo todos los días, en "crescendo". Si no le hacen caso, si no lo escuchan, si siempre le salen con que hay "otras prioridades primero", se arrecha aún más, pues no soporta el insulto circular de tales redundancias. Es así como llega un día en que el pueblo... toma serias medidas.

Y en ese momento, vayan a hablarle de IDEOLOGÍA...

V

Más allá del grado de preparación o ignorancia ideológica que tenga un pueblo, lo que tienen que evitar sus líderes es que el mismo coja esas "arrecheras" (de las cuales ningún nivel ideológico podrá privarlo si, como suele ocurrir, éstas son bien fundadas). Frente a dirigencias distraídas, ineptas e incluso hasta corruptas, tales arrecheras son su sistema inmunitario, sus defensas naturales mismas.

Pero son esas casi-malcriadeces del pueblo, precisamente, las que requieren de mucho estudio por parte de nuestros responsables públicos para consolidar su ideología. Si éstos quieren realmente aprender algo acerca de la naturaleza de la posición que encarnan en un proceso de cambios, y por tanto de la gestión que llevan a cabo, es allí donde encontrarán la respuesta: en el pueblo, en su estado de ánimo. Es la prueba de fuego.

VI

¿Qué más decir sobre estas "arrecheras" que, según Mario Silva —y tantos otros— sabotearon el proyecto político?

Que no se puede construir nada empezando por el techo.

VII

¡Patria, Socialismo, o Muerte! ¡Venceremos!

xavierpad@gmail.com



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Xavier Padilla


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