De por qué la revolución bolivariana puede y debe pasarse de la Iglesia

Jesús Habló de Socialismo, no de Cristianismo

Con el perdón de quienes adoran fervientemente las catedrales, creo que ha llegado la hora de comprender que fueron los apóstoles, a través de sus llamados evangelios, y no Jesús de Nazareth, quienes pusieron en boca de este maestro una supuesta orden suya de crear la Iglesia en su nombre. El nazareno indefectiblemente sólo habló de principios éticos y morales tales como la Igualdad y la Justicia, los cuales tienen básicamente el valor de concebir una vida justa entre seres humanos y definen, a su vez, el concepto mismo de sociedad. Según él, o más bien según aquellas palabras suyas que fueron menos manipuladas por la Iglesia, la consagración de una sociedad justa era la voluntad misma del Creador del Universo, a quien solía llamar el Padre. Sin duda sus discursos tuvieron que haberse centrado de forma exclusiva y rigurosa en torno a dichos Principios, quedando de ellos excluida toda politización posible, toda centralización humana. Estos Principios son de carácter trascendente, divino y universal y no pueden, por consiguiente, ser apropiados ni representados oficialmente por ninguna institución humana. Simplemente no son elegibles para el "copyright", ni susceptibles de producir "royalties". Por lo tanto la Iglesia, esta institución súper poderosa y cuya holgada e influyente posición en nuestro mundo todos bien conocemos (y que además se auto denomina humilde y compasiva, sin escatimar para ello esfuerzos en auto proclamarse nada más y nada menos que intermediaria oficial entre nosotros y el Creador), es pues una institución que tiene que haber nacido de un grave error de interpretación de las palabras del galileo. Un error poco inocente, sin duda, y cuyas pistas han sido muy mal camuflageadas por la historia.

Pero vengamos a lo nuestro, a lo próximo en estas tierras bolivarianas. Duélale a quien le duela, la verdad es que nuestra revolución no puede tener curas, es decir, personas que adhieren a -y son legitimadas por- la Iglesia, organismo antidemocrático por excelencia y en nombre del cual fue perpetrado el mayor genocidio de la historia terrenal, donde fueron salvajemente exterminados alrededor de 70 millones de nativos americanos durante los primeros cincuenta años de la Colonia. Por ello (y sin hablar de aquellos curas de la oposición que conspiran abiertamente contra nuestro proceso), no resulta menos escandalosamente incongruente que representantes oficiales de esta religión pretendan hoy integrar las filas de nuestra revolución sin antes quitarse respetuosamente los hábitos de su confesión. ¡No hemos visto a ninguno hacerlo, ni si quiera por pudor!

Debido a esto debemos instar a tales personas, previo a su adhesión a nuestras filas, a abandonar su lealtad a semejante institución divino-monárquica, la cual encarna la negación misma de los principios defendidos por nuestra causa. No se puede ser leal a nuestra revolución siendo aún miembro del Vaticano, se trataría una actitud que supondría comportar el cinismo de una doble moral cuya "beatitud" pretendiere tomarnos dos veces por idiotas.

Por otra parte, a todas aquellas personas que se considerasen llamadas a ejercer ministerios de Dios en la Tierra (aún aquellas pertenecientes a las auto denominadas teologías revolucionarias y que dan aparentemente muestras de buena voluntad), debemos decirles que antes de adjudicarse el título de revolucionarias y poder ser admitidas como camaradas en nuestra revolución, deben liberarse a sí mismas de todo pretítulo (léase prejuicio) de carácter divino, y no mezclar su fe personal en los asuntos de orden social a los que nuestro proceso propone dar solución; pues estos asuntos, además de poder ser tratados y llevados muy bien a término sin la participación del tipo de subjetivismo comprendido en toda creencia o confesión religiosa, implican la solución de problemas cuyo origen y responsabilidad histórica residen en la participación directa -justamente- de la Iglesia. Por esto, debemos instar a todo aquel que quiera adherirse a las filas de nuestra revolución bolivariana, a declararse ante todo persona laica; y luego, o más bien sólo entonces, proseguir a participar en una lucha a la cual le invitamos, de paso, abiertamente pero que es, ante todo, lucha "de igual a igual", de "hombro con hombro"; que ni siquiera es "lucha junto al pueblo", sino "en tanto que pueblo" (que es lo que en última instancia ha logrado convertir a éste -al pueblo de siempre, el de todas las revoluciones de la historia- en "pueblo revolucionario"); es decir, lucha que es de la gente y para la cual basta por único título el de "gente"; lucha, en fin de cuentas, en la que no sólo es innecesario, sino incluso altamente peligroso, servirse de otra representatividad, adherencia o credo que la causa misma revolucionaria. Ésta ha de ser más que suficiente.

Se trata de la "causa revolucionaria" de una revolución que es, claro está, socialista. Y si bien el socialismo fue una idea existente en las palabras del hombre histórico llamado Jesús de Nazareth, éstas no legitiman en ningún momento la institución divino-monárquica creada posteriormente en su nombre y que las ha contradicho sistemáticamente durante siglos en forma patente y escandalosa.

Una forma oportuna y adecuada para todo cura simpatizante con nuestra revolución -así como para cualquier persona- de reivindicar las palabras del mencionado maestro moral, es la de sólo permitirse a sí mismo asumir nuestra lucha social revolucionaria tras un desconocimiento y desvinculación totales a la Iglesia, incluyendo cualquiera de sus formas. No está para nada en nuestros intereses revolucionarios la reivindicación de las iglesias cristianas ni de ninguna otra confesión religiosa, sólo la reivindicación de los valores morales esenciales de igualdad y justicia que tanto necesitan nuestros pueblos, y de los cuales las instituciones religiosas no pueden hacer un monopolio. Para nuestros profundos objetivos de transformación social, las adherencias de tipo religioso-institucionalistas están sobradamente de más.

No aceptamos, pues, ni debemos aceptar bajo ninguna forma, la utilización de nuestro proceso como vehículo de propagación de intereses religiosos. Nuestro proceso es y sólo puede ser laico, condición inexpugnable del socialismo. Luego, en la sociedad futura que deseamos, la cual solamente puede ser establecida bajo tales principios de Libertad, Justicia e Igualdad, las personas serán libres de interpretar el Universo como quieran.

xavierpad@gmail.com


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Xavier Padilla


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