La venganza de un revolucionario

…soldadito boliviano / armado vas con tu rifle / que es un rifle americano / soldadito de Bolivia. / Te lo dio el señor Barrientos / regalo de mister Johnson / para matar a tu hermano1

En la revolución no cabe la venganza, y la mejor prueba es un artículo que leí este mes.

No podía creer lo que transcribo:

«En agosto del año pasado, un hombre se presentó en el periódico El Deber (Santa Cruz, Bolivia) para agradecer a los médicos cubanos que habían curado a su padre anciano de un grave problema de catarata, totalmente gratis. El paciente resultó ser el suboficial retirado Mario Terán, asesino del Che.»2

Recordé entonces la actitud generosa, por ejemplo, de los sandinistas triunfantes, cuando en 1979 no tomaron represalias contra los criminales de la derrotada Guardia Nacional, a quienes luego alquiló Ronald Reagan para ejercer el terrorismo contra el pueblo nicaragüense.

Qué contraste con los oligarcas, lúmpenes y militares que se enfrascaron en una orgía de sangre contra los comuneros vencidos en París en 1871. Qué contraste con Alfredo Fanchiotti, el comisario que mató por la espalda a los piqueteros Darío Santillán y Maximiliano Kosteki; con Lynndie England, la reservista-torturadora de Abu Ghraib; con Edwin Dimter, el verdugo de Víctor Jara; con William Calley, el responsable de la matanza de campesinos vietnamitas en la aldea de My Lai.

Y que no se diga que esa concepción del mundo llamada ideología no cumple un papel determinante en tales actitudes. No es el propósito de estas líneas trazar una división maniquea entre «buenos» y «malos», pero elementalmente, permítaseme salir del paso afirmando que entre los sistemas enfrentados hay una notable diferencia cualitativa.

(«Siempre contrastaba nuestra actitud con los heridos y la del ejército, que no sólo asesinaba a nuestros heridos sino que abandonaba a los suyos.)

(…ordenó Fidel que se entregaran a los prisioneros todas las medicinas disponibles para el cuidado de los soldados heridos»…)3

(“…él pudo escapar. Pero traía un grupo de gente enferma que no se podía desplazar a la misma velocidad que él. Cuando el ejército comienza la persecución, decide pararse y dice a los enfermos que sigan. Entretanto el cerco se va cerrando. […] A los que venían en la persecución directa, el Che los aguanta. Cuando él va a continuar, el cerco se cerró y entonces se produce el enfrentamiento directo. Pero si él hubiese salido con los enfermos, se habría salvado”.)4

Volviendo al texto citado, José Steinsleger hace alusión a la Operación Milagro, concebida por Fidel Castro e implementada por los gobiernos de Cuba y Venezuela para operar de la vista a pacientes sin recursos. Cientos de miles de latinoamericanos que jamás hubiesen podido afrontar los costos de semejantes cirujías han recuperado la vista o mejorado su visión gracias a esta iniciativa.

Y en las puertas de estas clínicas oftalmológicas no hay comisarios indagando a los candidatos. Nadie debe llenar un formulario declarándose chavista, miembro del Partido ni admirador de Fidel Castro. No, simplemente vienes, te operas, y a casa sin meterse la mano en el bolsillo y sin entonar consignas. Listo. El que sigue.

Hoy sabemos que aquel 9 de octubre de 1967 Terán debió embriagarse para dispararle a ese revolucionario maniatado, herido y desarmado que le recomendó que dejase de temblar. «Va a matar a un hombre», le recordó el Che.

¿Qué habrá sentido ese sujeto cuando lo que él creyó destruir, borracho y muerto de miedo, volvía triunfante 40 años después para devolverle la vista, no para vengarse?

Aunque de alguna manera, sí, esta zancadilla de la historia es la particular venganza del Che. Mario Terán podrá ahora volver a ver formas y colores, leer, calcular distancias, apreciar la belleza, o ver un partido de fútbol. No entenderá nunca, claro, que aquel revolucionario ejemplar, sin odio ni revanchismo, ha vuelto a ganar otra batalla.

En 1977, evocando ese día en la escuelita de La Higuera, el verdugo declaró a Paris Match en una entrevista: «En ese momento vi al Che grande, muy grande, enorme».

Pero Mario Terán será ciego para siempre.

*Escritor y periodista


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Agustín Prieto*


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