“La revolución bolivariana está dejando atrás su fase de transición y se radicaliza”, le digo a un conocido, un vecino mío. Es un italiano dedicado al comercio que tiene más de cuarenta años en el país. Me aventaja en edad y no entiende mi preocupación. Con tono de sabihondo, sonriendo, seguro de sí, me remata diciendo: “Aquí no pasa nada. Es siempre lo mismo. Cambian los colores, la gente que está en el poder. Nada más. Igual se vive bien. Mira qué vista, qué cielo azul. No pasa nada, deja de agitarte. Aquí se gana dinero fácil. Tú ves cosas donde no las hay. Tú leíste demasiado. Ya eres así. Tal vez es poco lo que puedas hacer para remediarlo. Pero sal, diviértete, con todas estas chicas, guapas que andan por ahí… ¿eh?”.
En la tarde tengo una reunión para ver si escribo un libro sobre... algo. Escribir es mi oficio. Expongo el mismo punto de vista. Esta vez es una persona letrada la que me explica que yo, en tanto europeo repleto de ideología, no entiendo que aquí no va a pasar nada porque la palabra “revolución”, en Venezuela, significa simplemente “toma del poder”. A continuación me muestra unos libros y me cita a unos cuantos hombres de poder que así llegaron a adueñarse del país para sostener su afirmación. “Todos hablaban de la revolución y mira, siempre fue lo mismo. No pasa nada, ¡relájate!” “Será así – repongo yo – pero hasta donde sé, el término “revolución” implica, además de la toma de poder, la transformación de la estructura económica, social y cultural”. “No, no, esa son ideas de europeo”, insiste mi interlocutor. “Pero en la Rusia zarista pasó así, y también en muchos otros países. Sin ir más lejos, en Cuba pasó así, y sigue pasando”. “Nosotros no somos cubanos, ni rusos”. “Aquí no pasa nada”, concluye la persona letrada.
Me voy pensando. Ciertamente un punto a su favor tienen mi vecino y la persona letrada: los venezolanos no son rusos y no son cubanos. Pero ¿qué quiere decir eso con exactitud? No quiere decir lo obvio. Todos sabemos que un venezolano no es un ruso o un cubano. En el fondo, lo que me están diciendo es que algo de la cultura del común de los venezolanos funciona como antídoto a las revoluciones de izquierda. Por eso me dicen que soy europeo, mientras que el vecino reencauchado sostiene que leí demasiado y que no tengo remedio. Frase que también se las trae, porque quiere decir que no entiendo lo que sucede porque mis categorías y esquemas mentales resultan inadecuadas para comprender lo que pasa, o mejor dicho, según su entender, no pasa en Venezuela.
No puedo eximirme de uno de esos giros de pensamiento propios de “quien no tiene remedio” y me digo a mí mismo: “Pero, si es verdad que aquí nunca pasa nada, eso es ya algo, porque aquí algo debería pasar, y si no pasa es porque algo sucede que impide que pase”. Si mi vecino me oyera me mandaría a freír monos: lo de él es la bebida, las chicas, el dinero, el buen clima, y sobre todo, la tranquilidad: “Porque aquí no pasa nada”.
También pienso en mi interlocutor más letrado. Tal vez la Revolución Bolivariana sea sólo un parapeto, una fachada retórica para llegar al poder y mantenerse en él indefinidamente, pues yo nunca he sabido de una revolución que dijera: “Señores, hemos terminado. La revolución terminó. Aquí está el paraíso terrenal. La comunidad política perfecta, sin enemigos, estable, segura, justa. Cumplimos, nos vamos a casa porque el poder ya no hace falta. Vamos a casa a gozarnos los frutos de la revolución”. No, créanme, por más que haya leído, nunca escuché que haya pasado eso. Así que bien puede ser que “aquí no pasa nada” de mi interlocutor letrado signifique: “No te asustes o, mejor, no te decepciones, esa revolución de la que tú hablas, que cambia la estructura económica, social y cultural, no transita por estas calles. Aquí va sólo el poder; el poder que no hace la revolución sino sólo para hacer el poder. Por eso no pasa nada. ¡Cómprate tu casa! Aquí siempre va a haber espacios, grietas, fisuras por donde vivir. Eso sí, no te vayas a meter con el poder”.
Que no tenía que meterme con el poder lo aprendí en la escuela, cuando niño. Era muy represiva y poderosa… Me pregunto si la escuela que conocí en Italia en los años sesenta no era, en el fondo, una revolución disfrazada por las monjas (pues era un colegio de monjas). Porque si la revolución es la toma del poder, o un cambio en la toma de poder; si es sólo eso, bueno, el Vaticano es revolucionario. Tomó el poder hace siglos y no lo suelta ni de vaina, porque ellos están claros: el poder desgasta a quien no lo tiene. Aunque supongo que entre sus “congregaciones” algún cambio en el poder debe haberlo. ¡Fíjate! Tampoco en el Vaticano nunca pasa nada. Siempre las mismas palabras: rezamos que haya paz, que haya diálogo y fraternidad entre los hombres. Dios nos cuida a todos. Como que las retóricas son mejor que las ideologías.
El asunto es que yo le creo a Chávez. Tal vez sea uno de los pocos que lo haga sin seguirlo, esperando a ver qué hace, cómo hace lo que dice que va a hacer. Y cuando el Presidente de una nación dice que va a emprender una revolución, estando ya en el poder, yo suelo creerle. Así que, no sé, tal vez se equivoquen mi vecino y mi interlocutor letrado y yo tenga razón. ¿Por qué no creerle a Chávez? Desde hace años no hace sino decir que él quiere hacer la revolución, que la revolución avanza, que este es el año de la radicalización y cosas por estilo. Y gran parte de la clase media venezolana no le cree. Sigue pendiente de la oposición, de Súmate, de las primarias, de los candidatos, de los presidenciables – ¡que palabra tan bonita! – y parece estar de acuerdo con mi vecino: “Aquí no pasa nada. Nosotros los venezolanos somos democráticos y amamos votar. Nos gusta hacer las colas y votar. Sí, nos hemos abstenido. Pero no hubiésemos querido. Somos tan, pero tan demócratas, que no puede haber entre nosotros una revolución”.
Claro, pienso yo, porque una revolución pone fin a ese tipo de democracia del voto representativo, la democracia burguesa con su Estado de Derecho. No es que no se vote en la revoluciones. Se puede votar cualquier cosa, menos votar que no haya una revolución, si no ¿qué revolución es? Alguna vez habrá que preguntarse lo siguiente: para alguien que se dice un revolucionario, ¿qué es más importante, la revolución o la democracia representativa burguesa más o menos liberal? Hasta donde sé yo, creo que un revolucionario sacrificaría lo segundo en favor de lo primero. Porque las dos cosas son incompatibles. La revolución demanda un sistema político distinto, y una forma de hacer política muy distinta. En la revolución, los militantes son lo básico. No es que no haya ciudadanos en una revolución. Los hay, pero son ciudadanos militantes.
Yo sí creo que pasa algo. Creo que mi vecino, y mi interlocutor letrado reflexionan con esquemas superados, esquemas que el proceso revolucionario ha quebrado. No es que no piensen. Yo creo que todos los hombres lo hacen. Pero la forma de pensar depende de hábitos. Y estos hábitos están siendo cambiados. Tal vez, cuando la gente dice que “aquí no pasa nada”, lo dice para tranquilizarse; lo dice porque, en el fondo, están asustados. ¿Qué los asusta?