La soberbia en la militancia: El veneno que destruye los liderazgos revolucionarios

"La soberbia no es grandeza, sino hinchazón…"

San Agustín

Toda revolución se sostiene en los hombros del pueblo organizado. Las élites por sí solas jamás han logrado transformar una sociedad: ha sido la militancia, con su esfuerzo anónimo, su entrega diaria y su fe en la causa, la que ha levantado movimientos, defendido territorios y sostenido sueños colectivos. Sin embargo, hay un enemigo silencioso que muchas veces no viene de fuera, sino que nace dentro del propio liderazgo: la soberbia.

La historia del siglo XX —y lo que llevamos del XXI— está marcada por revoluciones traicionadas desde sus propias filas. Procesos que comenzaron con la fuerza del pueblo y terminaron secuestrados por la arrogancia de cúpulas que olvidaron escuchar. Este artículo no es un lamento: es una advertencia urgente para quienes aún creemos que la transformación es posible, siempre que no olvidemos quiénes somos ni a quiénes servimos.

Cuando el liderazgo se convierte en un círculo de aduladores

En cualquier proceso revolucionario, cuando los dirigentes se rodean de halagos en lugar de verdad, el movimiento se desvía del camino. La soberbia se manifiesta como ceguera ante la crítica, como intolerancia al disenso, como represión hacia las voces incómodas.

Síntomas frecuentes de esta patología política:

- Decisiones tomadas entre aplausos, no entre argumentos.

- Asambleas convertidas en monólogos.

- Negación sistemática de errores, incluso cuando el pueblo los señala con claridad.

- Castigo a militantes críticos, relegándolos al ostracismo o difamándolos por "desleales".

¿Acaso no aprendimos del sectarismo que debilitó a la izquierda durante décadas? ¿No advertimos el peligro de repetir los errores que llevaron a fracturas en procesos como el de Chile post-Allende o el Sandinismo de los 90?

El costo político de la arrogancia:

Una militancia humillada se rompe. Y cuando se rompe, no se repara con discursos: se pierde para siempre. Los liderazgos que gobiernan desde la soberbia terminan erosionando la fuerza real del movimiento.

Las consecuencias son claras:

-Deserción de cuadros valiosos: militantes formados, valientes y con pensamiento crítico abandonan la lucha al sentirse ignorados o traicionados.

- Pérdida de legitimidad: el liderazgo ya no representa al colectivo, sino a sí mismo.

- Derrotas electorales y crisis internas: sin calle, sin pueblo, sin base movilizada, no hay victoria posible.

Lo advirtió Hugo Chávez en múltiples oportunidades: "¡Crítica y autocrítica, camaradas!" Porque sabía que sin honestidad interna, no hay revolución que sobreviva.

Renovar desde la humildad: liderazgo con conciencia de clase

La humildad no es debilidad, es conciencia. Es saber que el poder sólo se justifica si sirve para liberar, no para someter. Los liderazgos revolucionarios más sólidos han sido aquellos que han sabido rectificar, abrirse a la crítica y reconstruir puentes con sus bases. José Martí lo entendió al hablar de una revolución con todos y para el bien de todos.

Hoy más que nunca, necesitamos un liderazgo colectivo, donde el dirigente escuche tanto como habla, y se rodee no de aduladores sino de compañeros que le adviertan del error antes de que sea demasiado tarde.

Porque solo una militancia que se siente vista, valorada y respetada puede comprometerse en cuerpo y alma con una causa. Porque la revolución no necesita gurús ni dueños, necesita pueblo organizado, crítico y libre.

Quien ejerce el liderazgo: revise su soberbia. A quien milita con pasión: exija el derecho a la palabra. Porque sin humildad, no hay liderazgo duradero. Y sin militancia crítica, no hay revolución verdadera.

EL QUE TIENE OÍDOS PARA OÍR, QUE OIGA. Y EL QUE TIENE OJOS PARA VER, QUE VEA.

 

*Ingeniero

 

eliezcar65@gmail.com



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