Dicen que los mancos se juntan para rascarse. En las últimas décadas, dos corrientes políticas aparentemente antagónicas —la izquierda tradicional y la nueva derecha libertaria— han encontrado un inesperado punto de convergencia en su crítica a la globalización. Aunque sus fundamentos ideológicos son diametralmente opuestos, comparten un escepticismo hacia las instituciones internacionales y una retórica centrada en la soberanía. Mientras la izquierda denuncia el imperialismo como una herencia colonial y un mecanismo de dominación económica, la derecha antiglobalista rechaza el multilateralismo en nombre de la autonomía nacional y la identidad cultural.
Ambas corrientes han desarrollado un discurso soberanista que las lleva a cuestionar organismos como el FMI y la OMC. La izquierda latinoamericana, representada por gobiernos como el de Andrés Manuel López Obrador, legado en Claudia Sheinbaum en México o Luis Arce en Bolivia, critica a estas instituciones por perpetuar la dependencia económica del Sur Global. Por su parte, figuras de la derecha libertaria como Javier Milei en Argentina o Donald Trump en Estados Unidos desprecian el "globalismo" al considerarlo una amenaza a la autodeterminación nacional. Un ejemplo claro fue la retirada de Estados Unidos del Acuerdo de París en 2017, justificándola en la defensa de su economía interna.
Los datos reflejan esta tendencia: según el Banco Mundial, en 2023, el 70% de las medidas proteccionistas implementadas globalmente provinieron de gobiernos con discursos antiglobalistas, ya fueran de izquierda o derecha. Ambos bloques también han buscado alianzas con potencias no occidentales. México, bajo el gobierno de AMLO, fortaleció lazos con China, su segundo socio comercial, mientras que Trump, pese a su retórica antichina, incrementó el comercio bilateral con Pekín en un 8% durante su primer mandato.
Sin embargo, las diferencias entre ambos movimientos son notables. La izquierda antiimperialista promueve el intervencionismo estatal y las políticas redistributivas. En Bolivia, el gobierno del MAS destinó en 2022 el 12% del PIB a subsidios sociales, reduciendo la pobreza extrema del 38% al 11% desde 2006. En contraste, la derecha libertaria apuesta por la desregulación y el recorte del gasto público. Milei, por ejemplo, eliminó 12 ministerios en Argentina y congeló programas sociales, justificándolo por un déficit fiscal del 3,5% del PIB.
En el plano internacional, la izquierda fomenta la integración regional con un enfoque solidario, mientras que la derecha privilegia acuerdos bilaterales que favorezcan sus intereses nacionales. Trump renegoció el T-MEC para beneficiar a la industria estadounidense, y Brasil bajo Bolsonaro redujo su participación en organismos como la CELAC.
Ambas corrientes caen en contradicciones. Gobiernos de izquierda como el de Venezuela, cuya deuda con China supera el 50% de su PIB y que ha firmado acuerdos petroleros con empresas estadounidenses, critican el imperialismo mientras dependen de inversiones extranjeras. La derecha, mientras denuncia el "comunismo global", fomenta alianzas con gobiernos autoritarios como el de Viktor Orbán en Hungría o el de Vladimir Putin en Rusia, cuyas prácticas políticas contrastan con sus supuestos valores libertarios.
En el ámbito social, la izquierda impulsa agendas progresistas (México legalizó el aborto en 2023), mientras que la derecha promueve discursos reaccionarios. Nayib Bukele en El Salvador, aunque antiglobalista, combina una política de mano dura con medidas neoliberales, ignorando que, según la CEPAL, el 26% de su población vive en pobreza.
El antiimperialismo de izquierda y el antiglobalismo de derecha son respuestas a un orden internacional percibido como injusto, pero sus caminos divergen radicalmente. Mientras la izquierda prioriza la equidad —aunque a veces a costa de la eficiencia económica—, la derecha defiende una soberanía que suele beneficiar a élites económicas. Ambas corrientes, sin embargo, enfrentan el dilema de cómo resistir la globalización sin quedar atrapadas en sus propias contradicciones. Mientras tanto, seguirán juntándose para rascarse.