El silencio ante el oprobio

Existen muchas formas para ser cobardes, canallas y ruines, existen muchas formas para matar sin apretar el gatillo, de violar sin tocar un cuerpo y todas se compactan en el silencio; guardando silencio ante el oprobio violentamos y asesinamos doblemente: nos convertimos en cómplices de los delitos más crueles. Cuando nos escudamos en ideologías y religiones como pretexto para esconder nuestra mediocridad y miseria de ingratos deshumanizados, alevosos y altaneros. O peor aún cuando decimos que no tenemos ninguna ideología y ninguna postura política por ende no nos involucramos creyendo que eso nos salva de problemas y nos permite estar en paz con todos: porque lo importante es no incomodar a nadie.

Hay muchas formas de evadir la realidad y pretender que nada sucede: volteando a ver a otro lugar, metiéndonos dentro de nuestras burbujas, viendo y fingir que eso no es real o que porque no sucede enfrente de nuestra casa, dentro de nuestras cuatro paredes, porque no toca a nuestra familia directamente no nos puede afectar. Tomando la postura del que señala con el dedo acusador creyéndonos superiores y limpios, ajá limpios por mantenernos al margen: que afecte a otros a los que se meten en camisa de once varas por estúpidos que total en este mundo todo está dicho y hecho y no hay nada qué cambiar solo seguir los patrones y más cuando éstos nos benefician a nosotros que solemos obtener nuestros objetivos pasando sobre los demás; o que cobardemente no luchamos por estos porque sabemos que para luchar se necesitan agallas y más cuando las luchas son colectivas y buscan derribar imperios y normas, eliminar injusticias e impunidad; nos dedicamos a señalar porque es mejor estar del lado del ingrato que del que pone el pecho. Nosotros que tuvimos la suerte de no sufrirla ni lucharla como otros, porque nacimos con privilegios.

Cuando sabemos que el beneficio principal lo tendrán otros no nosotros directamente, esos otros: los más golpeados del sistema y los de la alcantarilla en la escalera de las clases sociales, entonces nos desligamos porque el pastel entero no será para nosotros, azadones: que todo es para dentro. Y cuando el odio nos inunda o más bien lo exhalamos y nos entra el miedo de solo pensar que los de la alcantarilla tengan acceso a nuestros derechos y peor aún a nuestra comodidad. Nos irrita solo pensar que esa gente pueda comer tres tiempos al día, que esos niños puedan tener techo, ropa y calzado como los nuestros o peor aún que puedan ir a la escuela y jugar con ellos, ¡el acabose que sean amigos!

¿Qué haremos sin sirvientas y sin jardineros? ¿Sin los jornaleros que corten la caña, las verduras, el café?¿Sin los cargadores de bultos en los mercados? ¿Qué haremos sin el que nos lustra los zapatos? ¿Sin casas de citas y bares? ¿Qué haremos sin la que nos limpia la caca del perro y de los niños? Es ése el miedo, que un día las cosas se emparejen. Sumado nuestro racismo porque como mentes colonizadas nos creemos anglos, arios siendo mestizos y cuando la realidad nos golpea solo al vernos al espejo, nos desquitamos con los que físicamente se ven como nosotros y que creemos inferiores, porque hagamos lo que hagamos y pensemos como pensamos la raíz ancestral siempre estará como huella milenaria de nuestro origen aunque reneguemos de ella.

Es cobarde muy cobarde haber salido de una clase social por esfuerzo propio, suerte de la vida, o como quiera que haya sido y; desde otra postura de beneficio económico actuar como el patrón abusador contra los que un día fueron nuestros vecinos, amigos, conocidos o simplemente un cofrade de la misma clase social. Eso hace el silencio, nos convierte en cómplices del abuso. Es muy cobarde también independientemente de la clase social, ideología y religión fingir que nada pasa, solapar y ser parte de la manipulación mediática, colaborar en la desinformación, aplaudir el abuso de poder o no decir nada. No decir nada es como aceptar, dar por hecho, es una palmadita en la espalda del abusador. Qué bueno que nosotros tuvimos la suerte de no sufrir hambre ni frío, que tuvimos el beneficio de la educación superior, y tuvimos techo, la comida caliente, lo básico para sobrevivir, ¿por qué nos negamos a que otros tengan lo mismo?

Los derechos y las obligaciones están a la par, van de la mano tenemos el derecho a guardar silencio y la obligación de no hacerlo, tenemos la obligación de denunciar, levantar la voz, de por lo menos no quedarnos en la mediocridad de ver el abuso hacia los otros y cobardemente escondernos dentro de nuestra burbuja porque es mejor que ni hieda ni apeste. Y muy a pesar de nuestra cobardía, de nuestra ingratitud, los pueblos seguirán su camino en una lucha imparable, por más que los traicionemos, por más que guardemos silencio, por más que escupamos nuestra raíz ancestral, por más que finjamos no ver, porque los pueblos tienen algo que nosotros no y que no se puede comprar con dinero, contactos, sobornos, violencia ni silencio: agallas, los pueblos tienen agallas.



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Ilka Oliva Corado

Escritora y poetisa guatemalteca. Se graduó de maestra de Educación Física para luego dedicarse al arbitraje profesional de fútbol. Hizo estudios de Psicología en la Universidad de San Carlos de Guatemala, carrera interrumpida por su decisión de emigrar a Estados Unidos en 2003, travesía que realizó como indocumentada cruzando el desierto de Sonora-Arizona.
Es autora de doce libros: Historia de una indocumentada. Travesía en el desierto de Sonora-Arizona; Post Frontera; Poemario de luz de faro; En la melodía de un fonema; Niña de arrabal; Destierro; Nostalgia; Agosto; Ocre y desarraigo; Relatos; Crónicas de una inquilina y Transgredidas, publicados en Ilka Editorial.
Una nube pasajera que bajó a su ladera la bautizó como “inmigrante indocumentada con maestría en discriminación y racismo”.
Sitio web: https://cronicasdeunainquilina.com/

 cronicasdeunainquilina@gmail.com      @ilkaolivacorado

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