La Soberanía no puede ser representada

Desde mucho tiempo atrás, el ejercicio de la soberanía ha oscilado, en un primer lugar, entre un minúsculo grupo de personas que se atribuyen a sí mismo la representación de la voluntad general de una amplia mayoría y, en un segundo lugar, el deseo secular de las masas por acceder realmente al poder y modificar sustancial y operativamente las relaciones instituidas a su alrededor. Esto es harto evidente en los diversos procesos de transformación que se han estado gestando en nuestra América, especialmente en la última década del siglo XX, extendiéndose hasta el presente, muchos de los cuales están siendo atacados por las elites dominantes mediante el caos interno, los fraudes electorales, la represión y, en última instancia, la intervención encubierta o descarada del imperialismo yanqui. Así, a grandes rasgos, hay un vuelco hacia la izquierda, pero hacia una izquierda nueva, sin viso alguno de reformismo, imponiéndose la necesidad de asumir un modelo democrático revolucionario, participativo y protagónico, que prevalezca por encima del modelo acostumbrado, el representativo. Tal cosa, sin embargo, trasciende lo meramente enunciativo, como se puede deducir del contenido de las demandas populares en cada país de nuestro Continente.

El hecho es que este fenómeno común de efervescencia social no se circunscribe nada más a lo estrictamente político, sino que va más allá al tocar aspectos relacionados con lo económico, lo social, lo cultural, lo ambiental, lo militar y otros que se han mantenido inalterables, prácticamente, desde los días iniciales de la Independencia a favor, por supuesto, de quienes usufructuaron (y usufructúan) el poder en todas sus formas. Para éstos, el anhelo legítimo (y constitucional) de los pueblos de vivir un bienestar material tangible y una vida digna en condiciones de libertad, justicia, igualdad y paz, enmarcadas en una autodeterminación y una independencia verdaderas, es simple subversión. No resulta nada extraño, por tanto, que siendo similares las condiciones a que son sometidos los pueblos de nuestra América, sean también similares las opciones que manejan para sobrepasarlas definitivamente. Es lo que ocurre con el caso de Hugo Chávez y el proceso revolucionario bolivariano, cuyos ecos se sienten desde México hasta Argentina y generan enormes preocupaciones y serias molestias a Washington, puesto que la revolución ahora transita la senda electoral y no el de la lucha armada; cuestión que, ciertamente, hace que Estados Unidos acaricie la vieja idea de regar golpes de Estado a lo largo de nuestro Continente, a fin de frenar el espíritu revolucionario que anima las luchas de nuestros pueblos, tal como lo hiciera ya exitosamente en el pasado.

Con un giro generalizado hacia la izquierda y con una propuesta socialista de nuevo tipo que sólo asusta a los reaccionarios recalcitrantes en yunta con el imperialismo estadounidense, no queda más que augurar que las masas populares latino-caribeñas en tránsito de alcanzar mayores niveles de participación y protagonismo democráticos, terminarán por producir el cambio estructural, tanto del Estado como de la sociedad entera. En esta dirección, los grupos revolucionarios y progresistas debieran estimular tales niveles al máximo, de modo que se le impongan –desde abajo- barreras al reformismo demagógico y oportunista, haciendo realidad cotidiana la revolución y, con ella, el verdadero poder popular. Tal convicción debe ser permanente, ya que “la soberanía –como lo señalara Jean Jacques Rousseau- no puede ser representada”. Vamos, en consecuencia, a un tipo de democracia y de revolución que se expresa en las vivencias diarias de las masas, algo que emerge con un contenido totalmente novedoso y subversivo porque supone un modelo de sociedad postcapitalista en el cual los viejos valores del capitalismo (propiedad privada, explotación indiscriminada de las personas y de la naturaleza, la maximización de la ganancia, la libre empresa, la competencia monopolística, el control del conocimiento y la información, entre otros) serían disminuidos y eliminados con el tiempo.-

*Coordinador Estadal del Movimiento por la Democracia Directa (MDD).


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Homar Garcés


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