Valores fundidos en la fábrica y antieconómicamente separados en el mercado

¿Qué vale más: el Valor de Uso o el de Cambio? [i] (Primera parte)

Las cosas no valen sino lo que se las hace valer. Moliére.

Los valores de uso son valores porque representan cierta inversión de fuerza humana de trabajo[1]

Hay mucha carga subjetiva en esa célebre y molierana frase, sin embargo, este connotado actor y dramaturgo de comienzos de la era burguesa llegó bastante cerca de la interpretación correcta de esta categoría, el valor,   habida cuenta de que las conceptualizaciones materialistas científicas  u objetivas sobre el “valor” pertenecientes a Carlos Marx  aparecieron  unos 200 años después[2] de Moliére,  luego de unos 2 mil años transcurridos desde los prolegómenos introducidos por Aristóteles[3].

A pesar de eso, síguese especulando al respecto, continúase confundiendo el valor de uso con el valor de cambio[4], dos conceptos económica e históricamente unidos, pero radicalmente diferentes, además de  ser los conceptos más densos y representativos en lo filosófico, lo sociológico, político y hasta coloquialmente. Vivimos en un mundo cargado de “valores”. Podría afirmarse que la división de la Filosofía en Materialismo e Idealismo se mueve en su entorno, pero no debe perderse de vista que mientras el valor de  uso ha sido una constante que trasciende todos los modos de producción, no así el valor de cambio  cuya separación de aquel es histórica o transitoria.

Así, mientras el trueque fundía ambos valores en la producción preburguesa, en el capitalismo, vale decir en el mercado[5] , aparece la figura del capitalista que hace de la producción y del comercio simples fases de la circulación de su dinero (D-M-D’).  Durante el comercio preburgués y de la práctica del  trueque sólo circulaban las mercancías como valores de uso con determinado v. de cambio (M-D-M’); este último  servía para las equivalencias económicas e  intercambios propios de toda mercancía.

Ocurre que, por un lado, el  capitalista aporta valores de uso (medios de producción), y por el otro, el asalariado, valor de cambio (mercancías que este produce a partir de materias primas y de su propia creación de valores adicionales porque se trata de una especie de “compra” del sustento personal y familiar medido por su valor   más  el plusvalor impago[6]). Redundamos: las mercancías las  hace el asalariado, habida cuenta de que de poco o para nada sirven los bienes que nos ofrece la Naturaleza sin el aporte creativo del trabajador, salvo que este se mantenga en condiciones de simple recolector, pescador o cazador. Asimismo,  los medios de  producción del fabricante, herramientas,  las materias primas y demás aportes del capitalista, son simple trabajo muerto[7] listo para ser resucitado por la “divinidad” terrenal del trabajo humano.

En las sociedades mercantiles (todas han sido clasistas per se) ambos valores siguen aparejados, el uno como soporte del otro, como depositario de trabajo nuevo y  cuyo valor de cambio subsume todo el capital, el  invertido por el capitalista y revalorizado por el  valor de cambio aportado por el trabajador en forma de valor y de plusvalía,  de la que éste es expropiado y se la capitaliza.

Ahora,   mientras al asalariado le truecan  su “trabajo”, el mismo que   él entrega en  forma de un nuevo valor de uso con más valor de cambio que el poseído por las materias primas que él transforma en la fábrica, a cambio de dinero de intercambio  con el cual abastecerse de su cesta alimentaria, ya que como trabajador  asume funciones meramente económicas, el   capitalista busca más dinero en el mercado porque asume funciones meramente crematísticas. Ese dinero excedentario lo halla al vender la plusvalía; esta se convierte en nuevo capital en forma de ahorros conducentes  al acrecentamiento del mismo, a su concentración ilimitada gracias a la sucesiva expropiación extensiva a la de la propiedad privada dentro del seno mismo de la clase burguesa.

Valga la siguiente digresión: Buena parte de los expropiados por parte de los  expropiadores de la propiedad privada, además de los trabajadores,  son los propios capitalistas, habida cuenta de que entre ellos se da una inevitable competencia que va liquidando a los empresarios más débiles durante un indetenible proceso de expropiación de plusvalor, de compra de  acciones de las compañías anónimas donde el accionista mayor controla al resto de sus socios, y lo hace  hasta adueñarse de la mitad más una de aquellas acciones. Las bolsas de valores representa el mercado típico de estos escenarios donde se lleva a cabo semejantes procesos de expropiación intraclasita, aunque los trabajadores no son clientes de esos mercados, y sólo los trabajadores ingenuos   siguen comprando acciones  populares con las cuales desahogar sus insatisfechos deseos de convertirse en explotador burgués.  Otra cosa es que estos trabajadores usen la banca para depositar sus pequeñas economías ante tanta inseguridad familiar causada por una delincuencia  suelta y   libre por estas calles burguesas, y hasta defendida por el Estado puesto que este  da igual tratamiento  a honestos y delincuentes en materia de los burgueses derechos humanos que se instauraron desde los tiempos de la Revolución Francesa a favor de la burguesía y no de los trabajadores.

Seguimos: Por supuesto, la ilimitación crematística del  trueque  de dinero por más dinero le permite al capitalista desentenderse de   toda  limitación mercantil, inclusive al margen de lo que ocurra en las fábricas, al punto de que desde ese momento los valores de cambio y el dinero que los representa pierden toda relación de equivalencia cuantitativa entre  ellos y los valores de uso que supuestamente los soportan o respaldan. Los valores bursátiles asumen el rol de “valores de uso” (útiles para hacer dinero), o sea, meros valores de cambio dinerario que representan valores de uso como depositarios de valores de cambio.

Esa es la única y verdadera explicación científica de las crisis crónicas e inevitables del sistema burgués. Se trata de la más perfecta mercantilización de la economía ya que a pesar de que los clásicos dieciochescos dejaron  claro que la riqueza de las naciones  venía dada por los productos del trabajo campesino y artesanal, y no de la acumulación de dinero ni de piedras preciosas, ni de pinturas groseramente cotizadas en las galerías de las más prestigiosas pinacotecas, nos encontramos que durante esta fase imperialista  y  financiera la burguesía en funciones sigue comportándose como en los viejos tiempos de la prehistoria del capitalismo[8].

Sigue







[1]  Carlos Marx, El Capital, Libro Primero, Cap. I, Subc.I (Cartago).

[2] Ob. Cit., Subc. II. 

[3] Ob. cit., Libro Primero, pássim.

[4] Carlos Marx, Obra cit., Cap. I, Subc. III, Nota 17 /Cap. V.

[5] La noción  de mercado no parece hasta que el comercio alcanza un gran desarrollo, y este se manifiesta desde el siglo XVI de esta era cristiana.  Es en el mercado donde cobra una “antieconómica”  autonomía el interés por el valor de cambio como medida de los valores de uso, al    punto de que ese interés termina privando sobre el segundo. Esta separación la realiza el capitalista cuando adopta funciones crematísticas, más allá de las meramente económicas. Cf. Ob. cit., Cap. IV, Nota 6.

[6] Recuérdese que el trabajador asalariado crea primero valores de uso donde deposita el valor de cambio de su trabajo, y luego recibe el salario; paga primero y después recibe el valor de uso cuyo valor de cambio  se halla en el dinero.

[7] Ob. cit., Cap. VII.

[8] Ob. cit., Cap. XVI.



[i] http://www.sadelas-sadelas.blogspot.com     marmac@cantv.net

 


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Manuel C. Martínez M.


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