El problema de las revoluciones pacíficas y democráticas

El problema de las revoluciones pacíficas y democráticas radica en la imposibilidad de aplicar el “caída y mesa limpia”; es decir, una vez derrocado el antiguo régimen, “demoler” el viejo Estado burgués, y construir sobre sus ruinas el nuevo Estado socialista, ya que las fuerzas revolucionarias no pueden limitarse simplemente a tomar posesión de la máquina del Estado tal como está y servirse de ella para sus propios fines.

En el proceso revolucionario venezolano nos encontramos con que, al ser pacífico y democrático, se desarrolla en el marco mismo del Estado burgués heredado, de modo que los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias que existen y les han sido legadas por el pasado.

Una vez accedieron las fuerzas revolucionarias al poder, luego de las elecciones de diciembre de 1998, fue convocada una Asamblea Nacional Constituyente, donde se creó la nueva Constitución de 1999, bastante moderada, por cierto, a mi entender; pero, que significó el comienzo de un camino plagado de espinas, emboscadas y acechanzas hacia nuevos estadios de naturaleza política, social y económica.

Ahora bien, para poder entender cómo construir el socialismo, en la Venezuela del siglo XXI, debemos analizar el problema de la democracia en el sistema capitalista heredado de la IV República y su sistema de Democracia Representativa, en la cual cada cierto período de tiempo, el pueblo “elegía” (fraudes aparte) sus autoridades, en un ambiente, donde dos o más partidos de la misma tendencia ideológica (la ideología de la burguesía) se turnaban en el poder, para dar la apariencia de aquella tan cacareada alternabilidad que no era tal, ya que representaban los mismos intereses, los del capitalismo, los de la oligarquía dominante, de las trasnacionales y el imperialismo; es decir, algo que podríamos llamar, con gran exactitud, “la dictadura de la burguesía”.

Así las cosas, a la dictadura de la burguesía es necesario oponerle nuestra dictadura, la dictadura del proletariado, la dictadura del pueblo, la dictadura de los trabajadores, conocida hoy, gracias a la Revolución Bolivariana, como Democracia Participativa y Protagónica. ¿Y por qué a aquella dictadura debemos oponerle la nuestra?: simple y llanamente porque al tomar el poder, las fuerzas revolucionarias e iniciar el proceso de transición hacia el socialismo, no debemos olvidar que funcionamos dentro de una estructura estatal burguesa, que como tal, tiende a reproducirse a sí misma.

Pero, ¿cómo construir esa dictadura del proletariado dentro del vientre del Estado burocrático burgués?: a través de tres vertientes fundamentales: una, construyendo un poder paralelo al representado por la estructura estatal burguesa: el poder popular, representado por el poder comunal, el cual debe ir asumiendo el poder real progresivamente hasta sustituir completamente al poder burocrático estatal burgués. Otra, desarrollando, tanto cuantitativamente como cualitativamente las EPS (empresas de producción social), que asuman la titánica tarea de potenciar la productividad y por ende la producción nacional, bajo un nuevo sistema cogestionario, incluidas aquí, las redes socialistas de distribución de bienes y servicios. Y, finalmente, la construcción de un partido revolucionario capaz de organizar, coordinar y operativizar esa estrategia de construcción del nuevo modelo de sociedad. De esta manera el nuevo Estado irá naciendo mientras el viejo irá muriendo, la sociedad socialista irá naciendo mientras la sociedad capitalista irá muriendo.

De manera que se hace necesario abolir la propiedad monopólica que convierte el trabajo de muchos en riqueza de pocos, transformando las relaciones de producción respecto a la propiedad de los medios de producción, que hoy son fundamentalmente medios de esclavización y explotación del trabajo, en simples instrumentos de trabajo libre y asociado.

No perdamos de vista que la acción revolucionaria es un arte sometido a determinadas reglas. El desprecio de éstas conduce al fracaso. En primer lugar, no hay que emprender una revolución cuando no existe la decisión de afrontar todas las consecuencias; en segundo lugar, una vez iniciada la revolución hay que obrar con la más firme determinación y pasar a la ofensiva. La posición defensiva es la muerte de cualquier revolución. Por ello, es ya hora de que los comunistas expresen a la luz del día y ante el mundo entero sus ideas, sus aspiraciones, saliéndole al paso a esa leyenda del espectro comunista, inoculada en las conciencias de las masas por el viejo y apolillado macarthismo imperialista.

En el caso del intento fallido de reforma constitucional de diciembre de 2007 se ve claramente como el carácter pacífico y democrático de la Revolución Bolivariana hace más cuesta arriba el desarrollo del proceso revolucionario. Podemos ver como el poder económico de la burguesía, combinado con la fragilidad ideológica de la fuerza popular, sirvieron de caldo de cultivo donde se cocinó la derrota del 2 de diciembre del 2007. Recordemos, por ejemplo, aquella campaña mediática de la carnicería, entre otras, respecto a la propiedad privada, desarrollada por la burguesía a través de sus empresas de comunicación, que causó tanto daño en las sectores populares y de la llamada “clase media”, en el marco de la guerra mediática o guerra de cuarta generación.

En este punto, tenemos que hacer referencia al partido de la revolución, cuyo fin no consiste simplemente en conseguir votos. Porque es el partido quien debe operativizar el proceso revolucionario, no los poderes formales del Estado, léase Ejecutivo, Legislativo y judicial. Claro, que por tratarse de un Estado, gobernado por líderes del partido, los cuales no deben ocupar cargos de dirección en el mismo, por aquello de cobrar y darse el vuelto, aparte de la no menos importante razón de carecer de tiempo, debido a sus funciones propias como funcionarios de Estado, para realizar las tareas requeridas, éstos si están llamados a contribuir y a apoyar al partido en las tareas de construcción del socialismo. No son los ministros o ministras, funcionarios o funcionarias públicas, ni el Presidente, quienes están llamados a organizar, dirigir y coordinar el proceso revolucionario. Ellos deben coadyuvar en esa obra de construcción del proyecto revolucionario, siguiendo los lineamientos emanados del partido, acordados democráticamente en su seno, con la participación de todos sus integrantes.

Por otra parte, si bien es cierto, que sin partido revolucionario no hay revolución, no basta con crear un partido, y llamarlo revolucionario. Este debe cumplir con sus funciones, las funciones que un partido revolucionario está llamado a desempeñar. Es claro que una de las funciones del partido revolucionario es de carácter pedagógico en cuanto a lo ideológico. Es precisamente el partido el encargado de realizar ese trabajo en el seno del pueblo, es esa su función primordial. Para ello es necesario que cumpla con otra de sus funciones: organizar al pueblo, para poder llevar a cabo la función pedagógica ideológica y contribuir a elevar su nivel de conciencia, que en definitiva es lo único que puede garantizar la permanencia y el éxito del proceso revolucionario. Pero, ¿cómo podría llevar a cabo esta misión el partido, si sus propios cuadros fundamentales: directivos, delegados y voceros, con sus excepciones, obviamente, carecen de una formación intelectual e ideológica adecuada. Generalmente (decía Marx) las creaciones históricas por completo nuevas están destinadas a que se las tome por una reproducción de formas viejas e incluso difuntas de la vida social, con las cuales pueden presentar cierta semejanza; debemos tener el cuidado de no convertir al PSUV en una organización clientelar e inerte, al estilo de los partidos fracasados de la Cuarta República.

Y, finalmente, los cuadros del partido: directivos, delegados, voceros, etc., tanto de base como de cualquier nivel, por ser los sectores, supuestamente, más avanzados de la sociedad, tienen el deber de andar por los caminos, los barrios, los pueblos en busca, por lo menos, de los siete millones de venezolanos y venezolanas inscritos en el partido, para realizar el trabajo pedagógico, organizativo y de conducción revolucionaria que el momento histórico les demanda.


rafaelsotocarpio@hotmail.com


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