Luces y virtudes sociales. La tarea robinsoniana

Simón Rodríguez (revolucionario inabarcable en sus aspiraciones de redención social, inagotable en su devenir de sempiterno maestro andariego, insoportable a la tradición castradora procedente de la vieja Europa, interesante al afán indomable de una verdadera civilización humanista y emancipada, insobornable frente a la mediocridad de las castas ufanas de instituciones y de privilegios antisociales, e iconoclasta escandaloso ante la verdad metafísica que le niega espacio a la razón) nos enseña «aunque Instruyendo se eduque INSTRUIR no es EDUCAR». Producto de su experiencia educativa y del estudio directo de las sociedades norteamericana y europea de su época, Rodríguez volverá a nuestra América a contribuir con el proceso en desarrollo de la independencia, ahora con gobiernos autónomos que buscan crear nuevas instituciones en nombre de la libertad, la igualdad y la democracia pero que, en esencia, mantienen la misma estructura y las mismas relaciones de poder del orden colonial recién abolido.

Para él es una cuestión fundamental lograr, a la par de la independencia política, la independencia anticolonial, lo que no pocas veces le causará que choque contra los usos y las costumbres de las clases sociales dominantes, las cuales no aspiran a otra cosa que el usufructo del poder detentado antes que la instauración de un régimen auténticamente democrático e igualitario donde el pueblo sea el verdadero protagonista. Formar, en consecuencia, la conducta social será una de sus premisas principales y hará todo lo posible para que Simón Bolívar y quienes le suceden en el poder puedan llegar a entenderlo. Esto lo recalca cuando sentencia que «la América no debe IMITAR servilmente sinó ser ORIJINAL». Critica a aquellos que viven de los frutos de la ignorancia en que viven los sectores populares, incluso a costa de las promesas de reformas que jamás llegarán a concretarse. Así, con el fin de alcanzar las condiciones y las cualidades que constituirían la sociabilidad en las naciones de nuestra América recomienda cuatro tipos de instrucción: instrucción social («para hacer una nación prudente»), instrucción corporal («para hacerla fuerte»), instrucción técnica («para hacerla experta») e instrucción científica («para hacerla pensadora»).

Anticipó, además, que «la sabiduría de la Europa y la propiedad de los Estados Unidos son dos enemigos de la libertad de pensar... en América». Lo que esto ha representado para los diversos países que conforman nuestra América merecería una mayor extensión de análisis, sin embargo, es indudable que es uno de los elementos de mayor peso que ha incidido históricamente en la perdurabilidad del estado de subdesarrollo, de explotación de recursos y de subordinación neocolonial de todo el territorio al sur del río Bravo. De ahí su insistencia en formar ciudadanos que fueran activos, críticos y creativos en cuanto a la construcción de un orden social totalmente distinto a las sociedades jerarquizadas de Europa y Estados Unidos, por lo que le asignaba una influencia decisiva a la educación popular, el instrumento vital mediante el cual los sectores populares dejarían de ser víctimas de la expoliación de los sectores dominantes y serían autores de su propio destino.

El espacio/tiempo poscolonial nuestroamericano le servirá al Maestro Simón Rodríguez para determinar tres aspectos a ser asumidos en las nuevas naciones para asentar su soberanía:

1) la ruptura creadora del discurso colonial en vista de su incompatibilidad con los principios de la libertad, la justicia y la igualdad que éstos adoptaran como propios desde 1810, formando parte del formalismo constitucionalista que se hará costumbre en éstas;

2) la necesaria formación política e ideológica de los nuevos ciudadanos, de modo que el simple hecho de nacer bajo un sistema republicano fuera complementado por una vocación conscientemente adquirida que les permitiría consolidar y ampliar los valores y los principios republicanos, convirtiéndose -en consecuencia- en verdaderos ciudadanos, sin los prejuicios, vicios y conveniencias de los grupos gobernantes;

y 3) la búsqueda inacabada de lo siempre original, traducida en su celebérrima frase "O inventamos o erramos". En oposición permanente a los resabios del sistema colonial, el Maestro Rodríguez antepondrá siempre la educación republicana, impartida indistintamente a niños y adultos, con preferencia los pertenecientes a los sectores populares. Esto lo hará precursor de las nuevas pedagogías que impulsarán educadores como Paulo Freire pero, sobre todo, lo convierten en uno de los adelantados de lo que hoy denominamos pensamiento decolonial, tan imprescindible para que los pueblos de nuestra América se deslastren de todos los obstáculos y la carga ideológica que les impiden acceder a la madurez y a la plenitud del ejercicio de su soberanía, marcando de este modo su independencia total y definitiva.

 

 



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Homar Garcés


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