Estamos enfocando mal el problema del bolívar y la inflación

El lenguaje, en sus distintas formas, es la manera de expresar lo que percibimos y comprendemos de nuestro entorno, y en función de lo que percibimos y comprendemos, actuamos.

No es igual decir: "el bolívar pierde valor", que decir: "las cosas suben de precio".

Aunque ambas expresiones suponen la pérdida de poder adquisitivo de los trabajadores, al intentar buscar una solución al problema, el primer enfoque nos conduce a un callejón sin salida. Veamos.

Cuando decimos que el bolívar pierde valor, enfocamos la atención en el bolívar. Vemos que el problema está en la moneda y entonces decimos que hay que darle valor al Bolívar , respaldándolo con algo cuyo valor sea más estable o reduciendo la cantidad de bolívares circulantes para hacerlo más caro (por aquello de que el producto escaso y de uso común aprecia su valor en el mercado), o cualquier medida de carácter monetario que en teoría estabilice el valor de la moneda; y al buscar responsables, es obvio que la mirada se centra en el Gobierno, ya que constitucionalmente es el encargado de mantener la estabilidad de la moneda.

Resulta que decir que la inflación es siempre un fenómeno monetario ha sido siempre, una trampa ideológica, en la que hemos caído todos.

¿Acaso un billete de 100 deja de servir para comprar algo cuyo precio es 100, aún en momentos de inflación?

Un billete de 100, siempre servirá para comprar algo cuyo precio sea 100. Entonces es obvio que el dinero no pierde valor, lo que ocurre es que las cosas suben de precio y como los precios no tienen vida propia, significa que alguien los subió. Al darnos cuenta de esto tan obvio – aunque nos sintamos como el Rey desnudo – nos vemos obligados a dirigir la mirada hacia los precios y no hacia la moneda.

Milton Friedman fue el mayor y mejor apologista del latrocinio que supone la inflación. Hasta hoy nos ha hecho creer que el dinero sube precios. Le atribuyó al dinero una cualidad que no tiene (la de subir precios), pero se apoyó en la propaganda impulsada por Margaret Thatcher y Ronald Reagan, en el empeño de estos presidentes en combatir las ideas socialistas. La academia se sumó a esa acción político-ideológica.

El punto es que si entendemos que el dinero no pierde valor y que tampoco sube precios, nos centraremos en estudiar y analizar por qué y quién sube los precios. Sólo entonces encontraremos alguna o algunas soluciones para la inflación y el robo que ella es.

Para justificar el absurdo de decir que el dinero sube precios, hasta la academia se ha hecho eco de un burdo e irreal ejemplo, nos dicen:

Al dividir el valor nominal del dinero en circulación, entre la cantidad de cosas producidas en el país, se determina el valor de la moneda en el precio. Esto quiere decir que, si se imprimen billetes sin que la producción haya aumentado, el valor de la moneda baja porque al realizar de nuevo la división, correspondería más dinero por cada bien o servicio producido, mientras que, si la producción aumenta sin que se impriman nuevos billetes, el valor de la moneda aumenta porque al realizar la división, correspondería menos dinero por cada bien o servicio producido.

Esta hipótesis supone que los bienes y servicios salen al mercado sin precio, y es la cantidad de dinero circulante la que determina sus respectivos precios; luego, plantea que, ante un incremento de la masa monetaria frente a la misma cantidad de bienes y servicios, ese dinero se distribuye de forma igual entre todos los productos. Es absurdo pensar siquiera que los productos salen sin precio y es la liquidez la que se los coloca, y es igualmente absurdo pensar que un incremento de la masa monetaria termina distribuyéndose entre los productos de forma igualitaria. Esta teoría no es más que un sofisma.

Lo que realmente ocurre es que, al emitirse una masa extra de dinero, éste se distribuye en la sociedad por los distintos mecanismos sociales, como salarios, pagos, deudas, inversiones, etc. y ese dinero extra estimula el consumo; ese consumo extra pudiera genera una escasez de los inventarios regulares y frente a la escasez, el comerciante o productor se APROVECHA DE LA NECESIDAD de los consumidores y sube el precio de su producto a voluntad. Él no se ve obligado a subir los precios porque haya variado su estructura de costos; él sólo aprovecha su ventaja de poseer el bien o servicio que necesita el consumidor. En este mecanismo, podemos notar que el dinero es sólo una condición suficiente, pero no necesaria para que los precios suban por la demanda; lo que significa que ante un incremento de la liquidez pudieran o no subir los precios (como ha ocurrido muchas veces). La condición necesaria para que suban los precios en el escenario que acabamos de describir, es la voluntad del oferente – no sé si la expresión más idónea sea: la avaricia de los oferentes -.

La inflación es un mecanismo perverso de redistribución del dinero circulante y puede ser además un arma de guerra.

Alguien dirá: "cuando la inflación es de costos, los oferentes no tienen culpa". En estos casos, la especulación se da en niveles más altos del mercado incluso pudiera ser internacionalmente.

Lo importante es entender que ningún precio sube por obra y gracia del espíritu santo. Detrás de una subida de precios hay un ser humano con la ventaja de poder hacerlo y lo hace, por alguna razón. El dinero no tiene esa atribución, como ya lo evidenciamos.

Lo mismo pasa con el precio del dólar; alguien sube el precio del dólar. Al investigar las páginas del dólar paralelo (que son las que terminan marcando el precio de mercado) nos damos cuenta que no tienen nada que ver con oferta y demanda de divisas, ya que esas páginas representan menos del 1% de lo que se transa en el mercado cambiario. No son representativas del mercado, pero guían el precio del mercado. Recordemos que el que posee el bien o servicio que es demandado, tiene ventaja sobre el que necesita adquirirlo, y va a buscar vender al mayor precio posible, es ahí donde las páginas del dólar paralelo juegan un papel fundamental. Pero detrás de esas páginas también hay personas con determinadas intenciones.

No se han dado cuenta que en ninguna teoría económica se le atribuye a los comerciantes la subida de los precios.

Las escuelas económicas surgieron luego del triunfo del Liberalismo sobre la Monarquías Absolutas; vale decir: el triunfo de los burgueses sobre los nobles. Para ser más exactos: el triunfo de los comerciantes frente al Estado. De ahí el empeño del liberalismo de reducir siempre el poder del Estado.

Bueno, la burguesía insertó, hasta el día de hoy, su ideología en aquella naciente profesión donde se estudia el hecho económico. Por eso Marx catalogaba a los economistas como representantes científicos de la clase burguesa.

NO estoy cuestionando a mis amigos economistas, sólo hago un llamado de atención para que estudiemos profundamente las teorías y leyes económicas y comencemos a generar teorías y leyes que tributen a una sociedad y un mundo más equilibrado y justo (esa revisión debemos hacerla en todas las ciencias sociales).



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Juan Carlos Valdez


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