El arte de tratar con respeto a los trabajadores de una institución

Es una práctica habitual que una persona que ejerza en algunas circunstancias de la vida responsabilidades de gobierno o tenga una prorrata de poder sancione a unos para aviso de los otros. Sancionarlos, humillarlos, vejarlos, declararlos personas no gratas, incluso hasta perseguirlos simplemente porque incidieron en una crítica en favor del bienestar de los trabajadores y la justicia social, es una insuperable ineptitud. Hay quienes no les agrada que le expongan la verdad en su cara. Como argumentó en su momento José Gervasio Artigas: "Con la verdad no ofendo ni temo". Ministros, Viceministros, Directores, Coordinadores que se agravian cuando un trabajador le comunica que está haciendo las cosas mal y tienen la desvergüenza de tomar represalias contra esos trabajadores, que son padres de familia y madres hogareñas. Me he esforzado por comprender la actitud de estas personas expuestas políticamente y de funcionarios con cierto cargo de responsabilidad, pero cuantas más cosas reprobables había visto en esa clase de personas, cuantas más arbitrariedades e injusticias eran las que me rodeaban, me representaban gráficamente una imagen templada de su peculiar personalidad.

Si yo trato con respeto a los trabajadores que están bajo mi mando y escucho sus inquietudes, sus desavenencias, sus necesidades; no hay cabida para la disputa y no habrá contagio colectivo para fomentar la violencia, pero reconozco que asumir las dos premisas mencionadas anteriormente es un oficio que sienta mejor en un hombre que ejemplifique la moral, la ética, el liderazgo y que este guiado por grandes sentimientos de amor.

Es la ineptitud una condición abominable y la encontramos en magnánimas porciones en esas personas que dirigen, coordinan y mandan. Son tan torpes que no les importa el trabajo, ni el gobierno, ni la patria, ni la revolución; lo único que les interesa es aplastar a ese trabajador, extinguirlo como a una cucaracha, simplemente para ganar puntos con su regente y dar un mensaje subliminal al resto de los trabajadores, para que éstos se comporten como un perrito de taxi, digan si a todo y mantengan su boca inmutada y no hagan algarabía, a expensas, incluso de su propio infortunio.

Basta comunicar que, así como fui objeto de esta ineptitud institucional, otros trabajadores padecieron esta actitud detestable más agresiva, hasta el punto de que fueron considerados personas no gratas. Nunca se observó este panorama en el gobierno del comandante Chávez. No pretendo aquí realizar denuncias personalizadas, ni señalizar a los transgresores. Mi intención es hacer un llamado a la reflexión, porque no ganan absolutamente nada, asumiendo una postura de guerra en contra de los trabajadores, fomentando una cacería de brujas y amedrentándolos con despedirlos. Es una actitud torpe de esas personas que tienen responsabilidad con altos cargos, cuando de lo que se trata es de unir, sumar y organizar.

Estos torpes útiles no han comprendido el proyecto revolucionario y en mi opinión creo que nunca lo entenderán, porque su objetivo no es el de profundizar la revolución bolivariana, el de llevar la máxima felicidad y el bienestar a nuestro pueblo, no; su objetivo está es en vivir con lujos, que sus hijos se vayan a vivir y estudiar en el exterior, incrementar sus cuentas y llenar sus arcas; establecer sus propios negocios a expensas de los recursos del Estado, es decir, garantizar su futuro y el de su familia en un periodo no muy lejano. Mientras que los trabajadores que laboran bajo su mando, son sometidos, humillados, vejados, amenazados, perseguidos y otros vetados. Con total y absoluta firmeza puedo decir que ninguna intimidación me pasma, ni ninguna degradación me hiere, por más que califiquen con palabras degradantes mi personalidad. Y termino este ensayo con la frase de José Gervasio Artigas: "Con la verdad no ofendo ni temo".

 

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Jorje Pirela

Docente e investigador

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