España, información, opinión pública o qué pasa en Venezuela

 En reiteradas ocasiones había leído las declaraciones del embajador de Venezuela en el Reino de España sobre el terrible tratamiento informativo que hacen los medios de ese país sobre el gobierno venezolano. Yo mismo he realizado investigaciones sobre el discurso informativo de la prensa española en torno a ciertos sucesos ocurridos en nuestro país. Lo que pocas veces había tenido ocasión era la de comprobar la magnitud del efecto que dicho discurso informativo había desencadenado, en cuanto a opinión pública, entre los algunos sectores de la sociedad española

Recientemente realicé un viaje a España para asistir a un congreso internacional de lingüística aplicada. Era uno de esos viajes en que, entre  lecturas de ponencia y discusiones académicas, uno a veces tiene el suficiente tiempo para descender a la tierra. Siempre que regreso a España, tengo la extraña sensación de que nos conocen menos. Mucho más, que a pesar de que no les interesa conocernos nada, están empeñados en formular juicios sobre la realidad latinoamericana sólo basándose en información obtenida a través de los  medios de comunicación. Nunca contrastan dicha información con otras fuentes de conocimiento. Para mí, es la sociedad de la pereza. De mi estancia allá se hace imprescindible reseñar dos “altercados” que tuve con dos españoles.

Un amigo colombiano me invitó a visitar a dos amigos suyos españoles. Era la típica invitación para tomarse unas copas de vino y charlar de sandeces. Como azar predestinado, surgió la conversación sobre la “terrible situación” que estamos viviendo los venezolanos.  Silogismo errado uno: Todos los venezolanos que vamos a España estamos escapando de la cruenta dictadura de Hugo Chávez. Mi respuesta fue inmediata “¿Cuál terrible situación?”  “Bueno, esa… la de Chávez”.  Yo, haciéndome el inocente, insisto “¿Qué pasa con Chávez?”. Inmediatamente mi interlocutor se da cuenta que no será despachado así de fácil. Entonces, la pregunta obligada “¿Qué piensas de Chávez?”. Mi amigo colombiano le advierte “Mirá que él es chavista”. Cara de estupefacción del otro. Yo me preparo. Esa no es respuesta para ser despachada así. No señor.  Le digo lo que pienso. Asombro del interlocutor. “Pero si es un dictador”.  “De donde sacas eso, amigo”. “Es lo que dicen la prensa”. Y ¡zas!, todo tiene sentido. De ahí en adelante, el cansancio de explicarle al incrédulo español que en Venezuela no hay dictadura desde 1958. Qué Chávez ha sido elegido democráticamente, que se ha sometido a referéndum revocatorio… etc. Mi incrédulo interlocutor, que no puede aceptar que los medios mientan, manipulen o engañen,  desconfía de mis afirmaciones.

Durante este intercambio de puntos de vista, lo que más me llamaba la atención era el hecho de que mi interlocutor no me creyera nada. Se le notaba la fuerte convicción de que yo no podía estar diciendo la verdad. Al mismo tiempo, me daba cuenta de que toda su opinión respecto a un problema como el venezolano estaba construida sobre la base de la información de los medios y del intercambio con otros venezolanos que renegaban de este gobierno. El asunto no era opinar sobre si este gobierno es malo o no, o sobre si Chávez tenía una forma de relación social poco cortés (cuestiones sobre las cuales se puede tener divergencias). La gravedad del asunto era afirmar que en Venezuela vivíamos en una dictadura al modo de Francisco Franco. El asunto era que esta tipo de creencia estaba siendo formulada por un español clase media, con formación académica universitaria, con cierto nivel de lectura, etc. La construcción y convicción de opiniones como la anterior me confirmaban que efectivamente la labor de los medios estaba hecha. Es más curioso aún, todo parece indicar que las personas saben que los medios manipulan, pero a pesar de ello, se resisten a creer que las informaciones que transmiten no sean ciertas. Por lo tanto, con respecto a la relación con los medios de comunicación social, su intervención y presencia social está tan bien anclada que a las personas no les queda sino relacionarse con ellos de un modo paradójico. Claro, he ahí el primer asunto: si el ciudadano no es capaz de visualizar cuál es el interés o los intereses de un medio sobre ciertos acontecimientos, se resisten a pensar en que éstos puedan querer, intencionalmente,  construir imágenes negativas o positivas de dichos acontecimientos. ¿Cómo hacía este español para llegar a alcanzar y a entender los intereses de los periódicos El País, La Vanguardia, El ABC, o de las televisoras TV Española o La Cinco o la Cuatro sobre el gobierno venezolano? ¿Qué ganaban estos con mentir, manipular, engañar? Ante la vista de un español cualquiera, nada. Conclusión concluyente: yo no podía estar en lo cierto.

El siguiente caso fue aún más desesperanzador. De nuevo iba a visitar a otro amigo español de mi amigo colombiano. El chofer del taxi que nos conducía de un extremo a otro de Madrid comenzó a hablar de Venezuela con la plena convicción de que yo sería otro de esos venezolanos que andan por el mundo hablando peste de este gobierno. Al igual que con la experiencia anterior, este español fundamentaba todas sus juicios en las informaciones que obtenía de los medios. Al igual que con el caso anterior, no eran que me molestaran afirmaciones como las de que “ustedes los venezolanos se merecen un presidente que se comporte y hable mejor” (apreciación que pudiera ser tolerada y para algunos, hasta compartida). Lo alarmante eran afirmaciones como que “Uribe tiene muy buena cabeza mientras que el otro (Chávez) está mal de ella”, “en Venezuela se están muriendo de hambre, en los mercados no hay comida, están vacíos porque Chávez ha arruinado al país”, “el gobierno obliga a los venezolanos a dar, todos los meses, parte de su sueldo para financiar al partido del presidente”, “ Chávez no ha ganado nunca unas elecciones, eso lo dicen todos los organismo internacionales”, “En Venezuela no ha habido, desde que Chávez está en el poder, elecciones”, “los venezolanos están huyendo a otros países para escapar de la dictadura” y pare usted de contar. Todo esto me lo decía un chófer que según dejaba claro,  consumía información, principalmente de televisión y prensa. A todas éstas, de nada valían mis esfuerzos por hacerle entender que una cosa es pensar que un gobierno es ineficiente y otra muy distinta es pensar que dicho gobierno no es tan legítimo como el suyo, que ese está matando de hambre a los venezolanos, o que en Venezuela no hay prensa libre y, por tanto,  no puede haber democracia. El chófer, a pesar de mi insistencia de que “yo vivo en Venezuela, y eso no es verdad”, no aceptaba ninguna de mis aseveraciones. Para él, los medios no podían mentir. La retahíla de incongruencias, deformaciones, mentiras, informaciones a medias, etc., era de tal magnitud que no pude si no aceptar que, de nuevo, los medios habían hecho bien su tarea. Idénticos argumentos me ofrecía, una semana después, un amigo en Bruselas que trabaja en la Comisión Europea de Evaluación de Proyectos de Investigación. Lo lamentable del caso es que aunque le digas que no es verdad, que existe una severa manipulación informativa en Europa con respecto a Venezuela, no terminan de creerte.

Ahora bien, frente a unos medios que realizan un trabajo sistemático y tan antidemocrático en defensa de la “democracia”, ¿qué les queda a los ciudadanos democráticos? Una de las alternativas o posibilidades también la tuve esa misma noche: mi amigo colombiano me insistía en que me callara, en que no valía la pena discutir con ese señor. Yo por el contrario, me convencía cada vez más de que había que hablar. Que había que hacerlo. Y además, hacerlo cada vez más y mejor. Que había que desmontar la triquiñuela con argumentos. Intentar sembrar la posibilidad de que el otro, por lo menos, contraste sus informaciones.

Lo que vemos en este proceso todavía mucha esperanza, a pesar de las decepciones cotidianas,  tenemos que asumir su defensa con todo, y casi siempre, a pesar de todo.


sbermudez37@hotmail.com 


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Steven Bermúdez Antúnez

Profesor de Comunicación Social de la Universidad del Zulia (LUZ)

 sbermudez37@gmail.com

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