El País de Comiquita

Hasta que arrugó Raúl

Ya por fin arrugó Raúl. Fueron tres años de presión por parte de sus amigotes del FIM. Tres largos años que el gordo Raúl Salazar aguantó el constante acecho de sus panas militares retirados; aunque era fácil imaginar que cuando quedara sin chamba el gordo arrugaría rápidamente. No es la primera vez, ni tampoco será la última.

Es que desde que los tipos pasaron a retiro comenzó la presión para que el gordo se pronunciara.

- Pero bueno, Raúl, qué es lo estás esperando para pronunciarte- le increpaban los del FIM.

- Tengan calma- respondía el gordito con humildad.

- ¿Y hasta cuándo vamos a tener calma?- insistían.

- Esperen a que pase a retiro. Después de eso hablamos.

- ¿Por qué no te separas de una buena vez?- continuaban sus amigos presionándolos.

- Cóntrale, mano, es que yo tengo un compromiso con el hombrecito. Si me desmarco ahorita la Fuerza Armada se cae- se justificaba Raúl con un dejo de cierta imprescindibilidad.

- Justamente, chamo. De eso se trata. De que esta vaina se caiga de una vez y así salimos de este loco – insistían los del frente.
Y acto seguido seguían arreciando en argumentos chantajistas:

- Bueno, Raúl, lo que en esta vaina pase será de tu entera responsabilidad; después no digas que no te lo advertimos.

Aunque aparentemente lo dejarían tranquilo, ello jamás ocurriría ya que el gordo era demasiado importante para los planes conspirativos del frente, ya que teniendo al gordo de su lado, el frente apostaría por la desmoralización de la Fuerza Armada y zuas… el golpe vendría solito. Así que, gordito, olvídate que te van a dejar tranquilo. De manera que cuando Raúl abandona la cartera castrense, la presión se acentuaría.

- Okey, Raúl, ya cumpliste con los compromisos. Ya nadie te puede llamar desleal. ¿No crees que ya te llegó la hora? ¿Cuándo te pronuncias?
- Está bien. Déjenme unos días para pensarlo y en un par de semanas nos estamos hablando. Les habría dicho Raúl, en espera que se concretara un ofrecimiento que no lo dejaba dormir.

Para cuando llegaron nuevamente con la olla de presión debajo del brazo, ya el gordo tenía su decisión.

- Lo siento mucho, muchachos, pero vamos a tener que achantar un pelo – les diría Raúl al verlos llegar a su residencia.

- Y ahora, ¿qué carajo vamos a esperar? ¿Es que acaso te ofrecieron una embajada?- preguntaban al unísono los embajadores que fueron seleccionados para ablandar al kiludo.

- Ni más, ni menos. ¿Qué comen que adivinan?- preguntaba en forma de chanza Raúl, tratando de distender el ambiente con sus compañeros de armas y así evitar situaciones incómodas.

- ¿Se puede saber que necesidad tienes tú de aceptar ese ofrecimiento? ¿Acaso tú no te puedes negar? ¿Es que tú no te das cuenta que el tipo lo que te quiere es utilizar y mantenerte anulado?- argumentaban los sediciosos.

- Utilizarme y mantenerme anulado es bien relativo, porque mientras él me utiliza yo lo utilizo a él. Además, eso no debe ser tan malo… porque eso fue lo mismo que CAP hizo con mi general Ochoa Antich.

- Sí, claro que sí. Tienes razón.. pero… ¿cuánto le ha costado a mi general levantarse después de eso? Ochoa dejó pasar la oportunidad de su vida. Precisamente, por aceptar esa embajada, desperdició la oportunidad de ser presidente de este país y tú que aún estás a tiempo...

No bastaron los argumentos por muy convincentes que fueran. El gordo sabía que quedarse era una aventura; pero irse era la oportunidad de pasar un tiempo alejado de tanto ruido y de ganarse unos cuantos dólares, mientras depositaba mes a mes su pensión de retiro, que, por cierto, era bien suculenta.
No obstante, antes de abordar el air bus que lo llevaría con destino a la Madre Patria se le escuchó decir a sus amigos:

- Les prometo que a mi regreso las cosas serán distintas. Ustedes verán que apenas llegue comenzaré a definir el nuevo perfil. Ya lo verán….
Pasaron dos años de rumba, sabor y conga. El gordo comió, bebió y calló y por eso le pagaron bien. Y siguió comiendo, bebiendo, callando, cobrando y, de ñapa, engordando. Hasta que se le venció el tiempo, pero ya tenía preparado su nueva posición. Así que apenas bajarse del avión comenzó con su nuevo discurso:

- El presidente debe pedir perdón. El presidente no debe involucrar a la Fuerza Armada en la disputa política. El presidente debe moderar el vocabulario y bla, bla, bla, bla, bla, bla, bla…. El mismo viejo discurso con un nuevo y gordo personaje. Sus amigos del FIM lo aplauden, ya que al fin arrugó Raúl.


Esta nota ha sido leída aproximadamente 1551 veces.



Héctor Acosta Martínez

Profesor Universitario jubilado. Graduado en Historia. Especialista en Programación Neuro-Lingüística.

 elecoeco@gmail.com

Visite el perfil de Héctor Acosta Martínez para ver el listado de todos sus artículos en Aporrea.


Noticias Recientes:


Notas relacionadas