Se cierne de nuevo
el fantasma de la inflación, pero justamente cuando eso ocurre no podemos
olvidar dos cuestiones esenciales.
La primera es que
la subida de precios, aunque siempre objeto del debate económico, es uno de los
fenómenos económicos conscientemente peor y más equivocadamente analizados,
pues las explicaciones teóricas de la inflación se utilizan para justificar
políticas radicalmente anti sociales.
La segunda, que la
inflación no solo tiene causas sino también y sobre todo propósitos porque, en
la mayoría de las ocasiones, los grupos con poder pueden mejorar la posición en
la distribución de la renta desencadenándola.
Es por estas dos
razones que conviene ser inteligentes y no dejarse llevar por los análisis tan
sesgados que pueblan los medios y los discursos políticos.
Respecto a los
precios al consumo en países europeos como España hay que señalar en primer
lugar que su alza no es del todo nueva. La realidad es que se está produciendo
desde la entrada del euro, aunque se viene disimulando gracias a la tramposa
configuración de los indicadores estadísticos, sucesivamente modificados para evitar
que adquiera rango oficial la efectiva sensación de pérdida de poder
adquisitivo que sienten los ciudadanos.
Y sobre la subida
de los precios de los alimentos, e incluso del petróleo y otras materias
primas, no hay que olvidar que justamente se está produciendo cuando los
especuladores han tenido que dejar los mercados financieros como consecuencia
de la crisis inicial de las hipotecas.
Pero ahora, como
siempre, sea lo que sea que esté ocurriendo, cuando los precios suben en mayor
o menor medida, las autoridades económicas de signo liberal no tienen en su
boca nada más que una misma cantinela: hay que moderar los salarios (porque los
precios suben -según dicen- como consecuencia de subidas previas en los
salarios) y hay que subir los tipos de interés (porque también dicen que si
suben los precios es que hay excesiva cantidad de dinero en circulación y para
reducirla hay que subir su precio).
El Banco de España,
por ejemplo, ya ha recomendado públicamente la congelación salarial a pesar de
que España es el único de los 30 países miembros de
la OCDE en el que el poder adquisitivo de los salarios está bajando desde 1995.
Y, por
su parte, el Banco central Europeo se empeña en subir los tipos a pesar de las
generalizadas voces que indican que eso, en lugar de favorecer a la economía e
incluso a los precios, provocará una mayor crisis. Aunque, eso sí, también
grandes beneficios para la banca y los propietarios de capital (sólo la subida
que se produjo hace unos días como consecuencia de la "indiscreción" de su
gobernador, ni siquiera como efecto de una medida formal, provocó un coste de
3.000 millones de euros a las familias hipotecadas, o lo que es lo mismo, un
mayor ingreso de esa misma magnitud a los bancos, lo que deja bien claro para
quién trabaja y al servicio de quién está el Señor Trichet).
En suma, siempre
una misma doble respuesta ante la inflación que se traduce inexorablemente en
una mejora de los beneficios y las plusvalías en el conjunto de las rentas y en
la mayor explotación y pérdida de poder adquisitivo de los trabajadores.
Pero las verdaderas
causas de las subidas de los precios hay que buscarlas en otros sitios. Veamos,
por ejemplo, el caso de los precios y los salarios.
Es verdad que si
los salarios subieran de modo continuado eso aumentaría los costes de las
empresas. Pero, ¿necesariamente se produciría entonces inflación, es decir,
trasladarían inevitablemente las empresas esos costes más altos a los precios
de venta? Lógicamente, sólo podrían hacerlo... si pudieran.
No es un juego de
palabras. Es que las empresas pueden subir los precios cuando suben los costes
sólo si tienen poder de mercado, si se enfrentan a una demanda cautiva (o, como
decimos los economistas, muy inelástica, es decir, que apenas disminuye cuando
sube el precio). Si eso no ocurre, las empresas que ven subir sus costes
salariales (u otros cualquiera) tienen que reaccionar de otro modo si no
quieren salir del mercado: mejorando la calidad, las condiciones de venta, la
productividad mejorando las técnicas de producción, etc.
¿Qué ocurre en
España? Pues que ni siquiera teniendo salarios más bajos las empresas son
capaces de hacer frente a las subidas de costes que soportan, y lo que buscan
es procurar tener poder de mercado e
imponer a los consumidores precios más altos que les proporcionen beneficios
extraordinarios.
Los economistas del
Banco de España que estudian la inflación, y sus responsables políticos, deberían
ser más perspicaces antes de decir siempre lo mismo: que hay que bajar los
salarios.
¿Por qué no
mencionan en el hecho de que en España, donde se quejan por precios más altos,
hay salarios más bajos y que crecen menos, pero beneficios empresariales siete veces más altos que en el entorno
europeo? Una muestra indiscutible de que no son los salarios lo que sube los
precios, aunque no parece que eso llame la atención la inteligentsia de Banco.
Lo que ocasiona la
inflación, al contrario de lo que los poderosos y los economistas a su servicio
nos quieren hacer creer, es el mayor poder de mercado de las empresas. Gracias
a él influyen en el gobierno para que acepte tarifas más elevadas, para que no
combata las estrategias anti competitivas y las que despilfarran millones de
euros para fidelizar a los clientes y así disfrutar de una demanda más rígida.
Y gracias a él pueden imponer a sus consumidores precios más altos.
Y esto
no solo pasa en España con los precios al consumidor.
Los
precios de los alimentos o los del petróleo están subiendo por la misma razón
de fondo: porque las grandes corporaciones imponen su ley, porque los gobiernos
las dejan hacer, porque hablan y hablan de mercados libres y de competencia
cuando lo que existe de verdad son mercados sumamente imperfectos, oligopolios
con más poder que los gobiernos y con influencia suficiente en los mercados
como para imponer precios que constantemente les garantizan beneficios
extraordinarios.
Siempre
hablan de salarios para explicar las subidas de precios, pero nunca se
refieren, por el contrario, a los enormes gastos financieros que imponen bancos
que actúan en mercados corruptos, en donde no ha existido competencia
prácticamente nunca. No hablan de los despilfarros en publicidad, en
financiamiento a grupos de presión, en inversiones irracionales, en los costes
que supone la especulación debido al riesgo que lleva consigo y que se trata de
conjugar logrando beneficios muy altos en las operaciones exitosas. No se dice,
por ejemplo, que si el coste de producción de un barril de petróleo de Arabia
Saudí es de unos 6 dólares, la especulación añade un coste de entre 30 y 40
dólares.
Ni,
por supuesto, tampoco hablan de los costes que imponen los grandes
intermediarios.
Diversas
organizaciones agrarias y de consumidores han calculado en España un Índice de Precios en Origen y Destino de los alimentos
(IPOD) que les ha permitido comprobar que los alimentos se encarecen de media
un 436% (y en algunos casos hasta un 900%) desde el campo hasta la mesa.
No se
habla, en suma, del PODER para maquinar sobre el mercado, que no es algo que
precisamente esté al alcance de los trabajadores, ni de su desigual
distribución.
Si
quisieran que los precios no subieran como están subiendo donde habría que
actuar es sobre ese poder antisocial, desigual y nefasto. Lo demás son excusas
con un único propósito: hacer que los beneficios suban sin cesar.