El Testimonio del General Medina sobre el 18 de Octubre (VII)

El daño causado a Venezuela con el golpe de Estado del 18 de Octubre de 1.945, representó un vergonzoso retroceso, con él se cortó todo el esfuerzo que se hizo por implantar en el país un digno y prospero régimen democrático. He aquí otra parte de la narrativa hecha por propio General Isaías Medina Angarita, cuando en aquella fecha ejercía la Presidencia de la República.

“Por la conversación telefónica que tuve con el Jefe enviado en la mañana de ese día, comprendí que allí reinaba un ambiente de desconfianza y que, efectivamente, no sabía él con quien contar para defender al Gobierno, pues en el mismo Cuartel de Artillería donde él se encontraba, había ordenado a algunos oficiales que tomaran posición en las azoteas con las tropas que comandaban, para defenderse del ataque exterior que preveía, y tan pronto como estos oficiales llegaron a la parte alta volvieron sus armas contra él y ordenaron a las tropas disparar contra quienes se habían manifestado leal al Gobierno. Me informó también que en el Regimiento de Aviación pasaba algo raro, puesto que el Comandante de la guarnición había querido acercarse al acantonamiento y había sido rechazado; que, por su parte, había ordenado al Comandante de ese Regimiento que hiciera un reconocimiento desde un avión sobre el Cuartel Páez, cuyas puertas estaban cerradas y donde se oían muchos disparos, pero poco después volvió a llamar para significar que ese Comandante también había sido hecho prisionero. Le di las instrucciones que creí acertadas para tratar de conservar aquella importante plaza e inmediatamente ordené por telégrafo la marcha a la ciudad de Valencia de los batallones acantonados en Mérida, Trujillo y Barquisimeto y destaqué dos Jefes de experiencia con instrucciones para el Comandante de la Guarnición de La Victoria.

Mientras tanto, ya se tuvieron noticias de que el Cuartel San Carlos había sido recuperado por las fuerzas leales al Gobierno. En el curso de estos acontecimientos comisioné a tres de los más altos Jefes que estaban a mi lado en el Ambrosio Plaza para que conferenciaran acerca de la situación en general y en vista de las circunstancias de que estaban enterados. En conversación con algunos de los Jefes, tuve oportunidad de significarles que no deseaba atacar a la Escuela Militar, o por lo menos detener su ataque lo más posible, conservando todavía el más intimo deseo de mantener alejados de la lucha a los cadetes, jóvenes todos en edad escolar, cuyas familias los habían entregado al Gobierno para su formación moral y profesional, sin considerarse ellos, por nuestras leyes, en servicio militar activo, pero los oficiales dirigentes del golpe no tuvieron escrúpulos de naturaleza alguna y lanzaron a esos adolescentes a la lucha armada y a la insurrección. Algunos oficiales que nos acompañaban en el Cuartel Ambrosio Plaza y que pocas horas antes habían ratificado su juramento de lealtad al Gobierno, con las tropas que mandaban se pasaron a la fila de los rebeldes, grave hecho que sembró la desconfianza hasta en lo que creíamos leales, pues ya no se podía saber cuanto había penetrado el espíritu de deslealtad en las filas del Ejército, ni con quien se podía contar para la defensa del Gobierno.

En medio de la creciente inseguridad y confusión que todos estos hechos traían, me mantuve firma en la decisión de no atacar a la Escuela Militar, ni al Cuartel de Miraflores, únicos puntos en poder de los rebeldes en Caracas. Pensaba que al tenerse la seguridad de que la insurrección no se había extendido al resto del país, esos pequeños focos tendrán que rendirse rápidamente y así se evitaría un inútil derramamiento de sangre. Ante la insistencia de muchos de los que me acompañaban de que no solo no tenía objeto mi permanencia en el cuartel, sino que mientras estuviera allí podía algún oficial desleal, matando al Jefe del Estado, crear un desconcierto favorable al triunfo de la insurrección, opté por retirarme del Cuartel y esperar el resultado definitivo de la acción de Maracay. Cuando supe que se había perdido esa plaza y que con ella habían caído en poder de los rebeldes las más modernas unidades y el mejor armamento, la situación que se me planteó fue de una trágica sencillez”

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José M. Ameliach N.


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