A mis hermanos sacerdotes, con cariño

Hermanos en el sacerdocio, les escribo porque en la medida que pasa el tiempo se me hace más imperativo decir lo que percibo en la calle, en el templo, en alguna visita familiar, en fin, en el contacto diario con la gente. Son hombres y mujeres católicos que se acercan a mí para desahogar su malestar y algunas veces mas que eso, su rabia por el maltrato que han recibido durante una misa en la parroquia X. No es casual que casi todos y todas en su mayoría, son personas afectas al Presidente Chávez.

Vienen preocupados porque escucharon homilías que hace rato dejaron de serlo, porque se convirtieron en un verdadero discurso politiquero. Nuestro ministerio de la Palabra de Dios se ha visto en estos años confundido y enlodado en un discurso partidista, ni siquiera político en el mejor sentido del término.

Conozco a católicos que en varias oportunidades han frecuentado otros cultos en iglesias evangélicas, buscando llenar el vacío que les dejó un sacerdote en la misa dominical, y lo más triste es que algunos no encuentran llenarlo. “No quiero dejar a mi iglesia, pero como hago si voy y me siento irrespetado solo por estar a favor del Presidente Chávez, ese es mi pecado” me decía uno y concluía “me volveré ateo”. Yo realmente me quedo sin respuesta. Justificarlo no puedo porque la Eucaristía y nuestro ministerio no son para la división sino para la unión de los ánimos. Criticar de mis hermanos sacerdotes no quiero porque, en definitiva, son mis hermanos y no me gustaría que otro hiciera lo mismo cuando le hablen mal de mi, es el criterio evangélico de no hacer a otro aquello que no quieres que te hagan a ti.

No me queda entonces sino reflexionar y concluir en silencio ¡qué pobre e ineficaz es el servicio que le estamos prestando a la Iglesia pueblo de Dios!. Ese pueblo por el cual optamos un día cuando elegimos el sacerdocio como nuestro modo de servir Y conste que no me refiero a todos los sacerdotes, conozco sujetos muy ecuánimes que saben respetar y aprovechar los espacios sin caer en la diatriba política.

Le estamos fallando hermanos a nuestro pueblo creyente y estamos golpeando con una palabra denigrante la débil fe de nuestra gente. No olvidemos que la mayoría de los y las católicas venezolanas apenas si recibieron una catequesis elemental de primera comunión o de la confirmación. No tienen formación teológica y los culpables somos nosotros mismos que no les hemos dado la mejor formación para que tengan una fe sólida. Eso quiere decir que ante cualquier comportamiento arrogante y subido de tono que hagamos desde nuestra predicación, ellos se van. Así de simple, se van y no vuelven. Esta no es la época de la cristiandad y ni siquiera las décadas que precedieron al Concilio Vaticano II. Antes los espacios sociales eran la familia, la Iglesia y la escuela, una reforzaba a la otra. Hoy los espacios se han dilatado, son infinitos. Hoy las ofertas religiosas están a la orden del día. En el plan que vamos, menospreciando el parecer ideológico de nuestra gente desde el púlpito, a vuelta de unos pocos años nos quedaremos con nuestros templos vacíos. Lamentaremos entonces lo que, desde nuestra responsabilidad pastoral, nunca supimos interpretar como signo de los tiempos y seremos juzgados por la historia.

Estadísticamente se dice que del universo de personas que está con Chávez, el 90 por ciento es cristiano y de ese 90 un 80 por ciento es católico, luego, hermanos sacerdotes, si sabemos o sospechamos eso ¿porqué nos ensañamos contra ese 80 por ciento de los cuales una gran mayoría provienen de los estratos más humildes de nuestra población?

No puede ser que yo, sacerdote, influenciado por el veneno mediático, me deje llevar por esa corriente y termine tratando a mis hermanos y hermanas con la misma falta de respeto con que los tratan muchas empresas de comunicación.

Nuestras asambleas se van quedando solas y nuestras ovejas huyen despavoridas porque no reconocen esa voz como la voz del pastor, “a un extraño no lo siguen, sino que escapan de él, porque no reconocen la voz de los extraños” (Jn 10,5).

Prediquemos Palabra de Dios, no nos prediquemos a nosotros ni a nuestras ideologías. La misa es un espacio para que la gente salga con deseos de seguir construyendo un mundo más justo y humano en el que todos y todas se valoren como verdaderos hermanos sin distingo de ningún tipo. Un espacio para que la gente se comprometa a construir el sueño de Jesús, su reinado.

No nos pongamos en la acera del frente a lanzar piedras a esa multitud porque por ella nosotros optamos un día. Allí hay amigos tuyos y míos, parientes cercanos y lejanos, ahí está la gente que tuvo fe en nosotros y soñó vernos un día hechos sacerdotes. Son las viudas pobres del evangelio que dieron la única monedita que tenían para apostar por tu sacerdocio y el mío, quienes hoy nos miran escandalizados por nuestra arrogancia de púlpito en la que queda clarísimo que ni hemos orado y menos aun entendido el pasaje evangélico del Buen Pastor que da la vida por sus ovejas (Jn 10, 2-4). A ese modo de servicio estamos llamados todos en razón de nuestro compromiso.

Hermano sacerdote, nadie nos pide que debemos tener esta o aquella ideología, eso no te lo puede imponer nadie, menos mal. Cada uno, como ciudadanos venezolanos tenemos nuestro derecho a pensar y actuar de distinto modo en el contexto político. Pero esa dimensión no la podemos llevar al altar porque el día que tu y yo elegimos seguir a Cristo pobre, fue para servir y amar a todo el mundo sin distinción de credo, condición social, color político, etc. Lo que si estamos llamados es a ejercer nuestro profetismo anunciando a Cristo y denunciando lo que es injusto. A lo que sí estamos llamados es a desenmascarar la mentira y la trampa. Pero cuando lo hacemos con transparencia y apego al Evangelio, eso lo entiende y lo aplaude el pueblo a tal punto que lo saben diferenciar muy bien de un discurso cuando tiene tintes político-partidistas.

El que ha decidido seguir a Cristo tiene que ser un apasionado por la vida y la verdad; su fin es lograr que esa porción que te encomendó Dios para servirla sea cada día mas feliz y más fraterna, que se amen más. Que tengan vida y vida abundante.

Hagamos del eslogan de San Ignacio de Loyola el eje transversal de nuestra ser pastores: “en todo amar y servir”, solo esas dos palabras llevadas a la vida bastarían para hacer retornar a las ovejas que hemos espantado hace rato del rebaño.

Respetemos profundamente el modo de pensar de nuestra gente y no nos dejemos zarandear por la tentación de ser y hablar influenciados opinión pública. No olvidemos que esa opinión pública es mediática y mediatizada, y por consiguiente cargada de medias verdades o de mentiras absolutas que persiguen solo intereses egoístas de unos pocos. Mejor sería que observemos con mirada crítica las opciones del pueblo, que Dios desde allí nos está haciendo señas. Nosotros hablemos del Evangelio que es camino, verdad y vida. Enseñemos Biblia a nuestra gente. Ofrezcamos una formación sólida de la que hace rato somos deudores, por haber pasado la vida enseñando lo que dicen otros de Cristo y no lo que yo puedo contar de mi propia experiencia de encuentro y amistad con él.

Una predicación que lleva a la desunión y al alejamiento es el indicio más claro de que no estamos centrados en el proyecto de Jesús. No olvidemos el consejo de San Pablo a Timoteo su discípulo y sacerdote: “que sea un hombre de Dios”, un hombre que se ocupa de lo de Dios que son sus pobres, los que sufren, los que luchan por la paz y la justicia, los afligidos, los desposeídos, el sacerdote está llamado a ser el hombre de las bienaventuranzas (Mt 5, 1-11).

La Escritura nos enseña que nuestro servicio debe ser tan auténtico que la gente pueda percibir en nosotros “los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús” (Flp 2,5). ¿Dónde quedan esos sentimientos de Cristo en el sacerdote si un feligrés me comentaba que en una parroquia, el párroco al finalizar su arenga política dominical dijo: “y al que no le guste que no vuelva” ¿eso sería tener los mismos sentimientos de Cristo? ¿Cristo irrespetaría con tal prepotencia a su pueblo?

Ojala y mi humilde discurso deje alguna inquietud para ser reflexionada ante el crucificado. Que puestos delante del Jesús pobre y humilde, que hoy se nos manifiesta en el rostro de los crucificados de la tierra, se aumente nuestra coherencia entre ser seguidores de Cristo y parecerlo. Recordemos aquellas palabras que un día pronunciamos al recibir la patena y el cáliz para la celebración de la eucaristía: “Recibe la ofrenda del pueblo santo para presentarla a Dios; considera lo que realizas e imita lo que conmemoras, y confirma tu vida con el misterio de la cruz de Cristo”.


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Padre Numa Molina S.J.


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