La mala leche del buhonero

El trabajador informal que vende la leche en 20 bolívares fuertes, lo hace en bolsas que llena con la leche de Mercal. Así, a un producto de la cesta básica, regulado en aproximadamente 12 bolívares fuertes le hacen rendir una ganancia que tiende al 100%. Un simple cambio de empaque es todo el trabajo que hace, cosa requerida para cometer su fechoría, pues sería mucho el descaro venderle al pueblo un producto de exclusiva localización en mercados solidarios con un precio sobrepuesto.

Lo anterior es una burla, más cuanto a veces el precio lo disparan hasta los 25 bolívares fuertes. El consumidor, bajo el chantaje de la escasez, paga lo que le pidan, y cuando paga, sin poder hacer nada, perpetúa un cínico ardid de viveza de un vendedor que pertenece a su propio estigma, a su comunidad, a su misma condición social, es decir, un hombre sencillo de barrio que a título de no tener empleo (como es el argumento de la economía informal) un buen día decide echarle la vaina a sus propios conciudadanos. Como si dijéramos, pueblo contra pueblo.

Ello me hace recordar una frase de Abraham Lincoln sobre la unidad y la solidaridad: "una casa dividida contra sí misma no se puede sostener", lo cual, trasladado al contexto en su sentido semántico y no circunstancial, evidencia una moralina inaceptable y una deplorable falta de solidaridad de un comerciante que, más allá de una informalidad que eventualmente puede licenciarlo para muchas cosas, se coloca al margen de la ley y al lado de la trampa y el expolio contra su propia gente. Si el comercio informal, el buhonerismo, es expresión de una gran pobreza y descomposición social en Venezuela, como lo presenta la feroz prensa opositora hoy para resaltar la indolencia y el fracaso de una política de empleo, estoy de acuerdo, pero no en el sentido de esa crítica política dirigida, cínica ella (antes denigraba de los informales), sino en el sentido de la perversión moral que comporta dicha descomposición. Voy más allá: hay que tener arrestos de traidor y carencia del sentido de pertenencia para, en nombre de una necesidad propia (el empleo), crear otra calamidad en otro orden (el alimentario) para con los suyos mismos, como el peor enemigo. Como si se pudiera decir que los alimentos escasean para el pueblo porque los tiene el mismo pueblo, bajo condición de acaparamiento, secuestro o como se quiera denominar al trabajo de lo que, sin duda, es una organizada mafia que trafica con la necesidad del venezolano. Es un absurdo, es inmoral, es desleal… que el mismo producto destinado a venderse solidariamente en abastos para esos fines, para la gente más necesitada, sea secuestrado de los anaqueles y revendido por la misma gente necesitada, sin comentar que al sacarlo del empaque se transgreden las normas higiénico sanitarias.

Si el comercio informal pretende volver a copar las calles del casco central de la ciudad para, en nombre de su argumento de marginación social, cometer las tropelías descritas, que cuenten con mi voto desaprobatorio. No se puede pretender institucionalizar un delito a cuenta del chantajeable acto de mea culpa de un Estado que los reconoce como cierto en su expresión de desempleo, lo cual, por cierto, es un trabajo digno de investigación, en la precisión de determinar, científicamente, cuánto es el buhonerismo y la informalidad sinceros, y cuánto es el tramposo y traidor de pueblos que allí se cuela. No se puede institucionalizar un mecanismo de conjuración de una carencia social para que cree, a su vez, más carencia en la población. Quien ejerce el comercio informal revendiendo alimentos de la cesta básica con súper precios, estafando, acaparando, más allá de su condición de justificante necesitado social, más allá de buhonero, es un delincuente que merece cárcel, donde por lo menos ejercerá su derecho a alimentarse sin dañar a otros.

Es un hecho que no se consigue el preciado polvo lácteo, en general, sin hablar de marcas, a menos que se vaya a ciertos mercados de caché, donde sospechosamente sobra. Ahora mismo estoy presenciando una cola en Capitolio, Av. Baralt, donde la gente se trajina en una fila para comprar una lata de “Canprolac” en Bs.F. 18 en una ¡tienda farmacéutica!. Pero también sé, a ciencia cierta, que desde principios de año los buhoneros están vendiendo en bolsitas la leche de Mercal. Ellos mismos, sin retruécano alguno en la lengua, te dicen en voz alta, cuando le preguntas la marca, que es la leche de Mercal sin el empaque. Las medidas solidarias creadas para paliar la pobreza, es aprovechada por la pobreza misma para empobrecerse más, como un autoflagelante.

Ciertamente hay una situación de escasez a escala internacional y nacional, reconocida por el gobierno a la hora de generar o importar, pero ello no se tiene que convertir en una razón para que el pueblo, por obra y gracia de los miserables traficantes, acaparadores y revendedores, sufra más para conseguir el producto. La pregunta de rigor que hay que formularse, para extender más las suspicacias sobre este problema es “¿Por qué tengo yo que comprarle a un buhonero lo que debería conseguir en su debido abasto, es decir, en Mercal, para hablar nomás de esta marca solidaria, ahora “buhonera”?

Al responder notamos cómo se extiende la red de los sinvergüenzas que lo que hacen es medrar a costa de las necesidades de la gente. Alguien en Mercal, sin duda, es el proveedor de los informales, porque no es posible que uno de ellos compre las inmensas cantidades que compran para la reventa cuando es sabido, público y notorio que no se permite la venta de más de dos bolsas por persona. ¿Quién responde por esto? A riesgo de cansancio, no voy a mencionar aquí a quién le corresponde tal labor de investigación. Ya soy un disco rayado (poner enlaces). Es evidente que existe un entramado, un cónclave, una mafia o lo que sea que hace reverdecer a la autoridad competente como inepta.

La mafia debe ser detenida rápidamente, pues para efectos políticos, esos que buscan procurarle una mayor suma de felicidad al pueblo y se frustran en el intento, y ganan o pierden elecciones, la cosa se complica más cuando a la carencia se le suma el estigma de ausencia de autoridad. El sentimiento de indefensión de la población en materia alimentaria no rinde ni pingües ganancias, sino pura pérdida.

El comercio informal, el buhonerismo, aceptados en su corolario y legítima expresión de desempleo, con derecho al reclamo de un trabajo, se pervierte y deriva en delincuencia cuando se coloca en el plan de traficar con la miseria del llano pueblo, del cual también es expresión. Bajo tal perfilamiento de inmoralidad a la cual es obligado por su situación personal o familiar de necesidades, según justificación propia, debe ser tratado con la severidad que observa la ley, y puestos a esperar, si es necesario, la construcción del centro comercial donde serán reubicados, con todo lo que de sucedáneo tenga esta medida, porque ya sabemos que atiende a la expresión formal de un problema y no lo corrige en sus cimientos, que no es más que el fortalecimiento de una economía generadora de empleos (cómo dije, hay que investigar cuál es el verdadero perfil del buhonerismo, cuánto es expresión y cuánto perversión).

Y a quien contraargumente que los pobres delincuentes –hablo de los que aprovechan la condición de informales para delinquir y no de los reales necesitados- se quedarán sin trabajo y sin comer mientras esperan, yo, consumidor final, le respondería que también tengo necesidades, y no precisamente de que me hurten y me pongan a hacer indignantes colas para comprar un envase de leche.

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Oscar Camero Lezama

Escritor e investigador. Estudió Literatura en la UCV. Activista de izquierda. Apasionado por la filosofía, fotografía, viajes, ciudad, salud, música llanera y la investigación documental.

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