Cacho 'e vaca

Cansado del escarnio que le producía el ser llamado “Cacho’evaca”, un hombre juro dar muerte a quien tuviera la osadía de repetírselo. Como residía en un pequeño pueblo, pronto la noticia se propagó y, a sabiendas que no juraba en vano, evitaron pronunciar el apodo que motivara semejante amenaza. Cuando el hombre creía haber logrado sembrar el temor entre quienes lo conocían, llegó al pueblo un forastero que por casualidad se tropezó con él:

–¡Buenos días! ¿Cómo está el amigo?–saludó el recién llegado, esperando ser correspondido de manera similar; pero, poco acostumbrado a recibir un trato amable, “Cacho’evaca” permaneció silencioso mientras especulaba sobre la verdadera intención del saludo: “¿Amigo? ¡Amigo el ratón del queso! El queso lo hacen de la leche; la leche la da la vaca; la vaca tiene cachos. ¡Lo que me quiso decir fue Cacho’evaca”. E inmediatamente procedió a cumplir su juramento, dándole muerte a quien lo había saludado cordialmente. El lamentable suceso natural que afectó a Caracas el pasado viernes 18 y en el cual fueron arrastrados decenas de vehículos por la corriente de agua producida por el torrencial aguacero que cayó sobre la capital, sirvió una vez más para que la oposición irracional mostrara su mentalidad “cacho’evaquista”, al pretender culpar al gobierno hasta de que hubiera llovido. Las televisoras capitalinas acusaron a Chávez de que por estar encadenado no habían podido transmitir oportunamente la noticia, impidiendo que los grupos de Protección Civil acudieran a tiempo para brindar la ayuda necesaria; mientras que el Comandante del Cuerpo de Bomberos de Caracas declaraba a través de ellas que desde que se iniciaron los problemas estaban colaborando y que más de seiscientos bomberos se encontraban en labores de rescate.

Luego se manifestó la “genialidad política” y el “verbo periodístico” en boca de Alfredo Peña –quien en cada discurso no puede ocultar el malestar de sentirse velado por la sombra de quien ataca y a quien debe su efímera e irrepetible posición– pretendiendo deslastrarse de su propia culpabilidad acusando al gobierno actual de los ranchos propiciados por los gobiernos que una vez criticó y ahora aspira restaurar; el comportamiento equivocado de quienes arrojan a las corrientes de agua desde la basura cotidiana, hasta neveras y carrocerías de vehículos, olvidando que su condición de alcalde lo obliga a recoger la basura y a educar al ciudadano; el tamaño de los embaulamientos de las quebradas, como si éste fuese determinado por el gobierno de turno, o calculado en función de alguna lluvia esporádica.

Si como lo señala la prensa capitalina, la UCV había advertido al MINFRA sobre el embaulamiento erróneo; no hay que olvidar que la mayoría del personal que integra este ministerio ingresó a él durante la IV República y algunos “se esmeran” –como en casi todos los entes públicos– en cumplir cabalmente la orden externa de obstaculizar los procesos administrativos en el marco del plan establecido, que bien pudiera llamarse “golpe institucional”, y en cumplimiento de las instrucciones recibidas “del norte”: minimizar los aciertos gubernamentales de Chávez; acusarlo hasta de los desastres naturales que ocurran en el país; culparlo de los problemas sociales heredados desde la colonia; sembrar el temor entre los creyentes de que seremos las primeras víctimas apocalípticas, si Chávez continúa en el poder; contribuir a crear el caos en los servicios públicos; propiciar el desempleo; promover la escasez de alimentos; encarecer las medicinas; relacionarlo con la guerrilla colombiana y el terrorismo internacional; tergiversar el más cotidiano de los sucesos nacionales.

En ese mismo contexto, Peña, procedió a maximizar los daños evaluándolos en
miles de millones de bolívares –la expresión es más efectivista que “algunos millardos”–, mientras las cámaras se esforzaban en multiplicar las imágenes de las pocas decenas de vehículos que fueron arrastrados por la corriente y él se hacía la víctima por no recibir recursos del gobierno; sólo le faltó decir que si lo reelegían a él y revocaban a Chávez, no volverían a caer torrenciales aguaceros sobre Caracas.

Ahora sólo falta que las investigaciones documentales de Manuel Caballero demuestren la Culpabilidad de Chávez por la ocurrencia del terremoto de 1812; Marta Colomina aporte evidencias de la intervención del Presidente en la resistencia iraquí; Napoleón Bravo exagere su sonrisa sardónica mientras le muestra al televidente un video en el que Chávez le da instrucciones a Marulanda sobre como colocar la bomba que estalló en Arauca después que Uribe abandonó su temporal despacho presidencial; y Marcel Granier entreviste a algún general disidente que afirme haber visto a Chávez –junto con la milicia cubana acantonada en Venezuela– colocando la bomba en PDVSA.

Aunque ya debe estar en Washington una Comisión de la Coordinadora Democrática pidiendo la intervención del “ejército imperial” para evitar el pronosticado terremoto de Mérida, como un castigo de Dios por permitir que Chávez continúe como Presidente.


Mérida, 19 de Julio del 2003


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Luis E. Rangel M.


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