En el marco del Día de las Madres, quiero expresar mi más sincera felicitación y reconocimiento a las madres venezolanas. En especial, a las maestras venezolanas: mujeres que, siendo madres y profesionales de la educación, enfrentan con admirable entereza un panorama laboral lleno de desafíos.
En la Venezuela actual, ejercer la docencia representa mucho más que una profesión: es una manifestación diaria de compromiso social y vocación de servicio. Las maestras, en su mayoría mujeres que también lideran hogares, desempeñan su labor en condiciones ampliamente señaladas por diversos sectores: bajos ingresos, escasa seguridad social, falta de estímulo y limitaciones estructurales en los planteles.
La educación en Venezuela sigue en pie gracias a mujeres que, a pesar de las dificultades, no se rinden. Ellas continúan asistiendo a sus aulas con determinación y un profundo sentido de misión. Desde lo más profundo de mi corazón, mi mayor reconocimiento a su trayectoria, resistencia y enorme humanidad.
Son conocidas las situaciones que afectan el bienestar del magisterio, en especial de las maestras que cumplen doble o triple jornada entre el hogar, el aula y las labores de rebusque.
Cada día se hace más pertinente la importancia de promover un clima de diálogo, comprensión, respeto, consenso y entendimiento hacia la labor educativa, en concordancia con los principios constitucionales y los estándares internacionales sobre derechos laborales.
Con décadas de formación universitaria, muchas de estas educadoras han sido referentes en sus escuelas y comunidades. Son profesionales que han dedicado su vida a formar ciudadanos, incluso cuando las condiciones materiales no acompañan su entrega. Su ejemplo —silencioso, constante y generoso— constituye una reserva ética para el país.
El llamado a las comunidades, a las familias y a todos los sectores preocupados por el futuro de la nación es a respaldar moralmente a estas mujeres. La maestra venezolana es la columna vertebral de la educación pública.
No solo transmite conocimientos, también sostiene emocionalmente a generaciones de niños y adolescentes. Su aporte merece ser visibilizado y valorado.
No se trata de asumir una postura de confrontación. Se trata de reiterar que el rescate de la educación debe ser una tarea compartida por todos los venezolanos, que convoque voluntades más allá de lo político y gremial.
Porque la reivindicación de la mujer madre venezolana que educa es una deuda nacional. Y porque apostar por el fortalecimiento del magisterio es, en el fondo, apostar por el país que todos sueñan.
Si alguna empresa puede unificar el espíritu nacional en estos tiempos difíciles, es la de construir una escuela digna, con docentes bien remuneradas, estables y reconocidas como agentes de transformación.
La educación debe ser la gran causa colectiva del presente, o del momento en que exista una verdadera voluntad política de cambio. Una causa tan necesaria y desafiante como lo fue la gesta de Independencia.
Dios bendiga a las madres venezolanas, en especial a las madres maestras —activas y jubiladas—, pilares de una Venezuela que jamás se rinde ni se rendirá.