Cómo fuimos tan obtusos, que casi nadie entendió el mensaje de Gallegos en "Doña Bárbara"…

  1. He aquí la perfecta descripción que hace Gallegos del gringo Míster Danger (el mismísimo que hoy nos bloquea y sanciona): "Decía llamarse Guillermo Danger y ser americano del Norte, nativo de Alaska, hijo de un irlandés y de una danesa buscadores de oro; pero se dudaba de que el apellido que se ponía fuera realmente el suyo, pues en seguida añadía: «Mister Peligro», y como era humorista, a su manera, con la ingenuidad de un niño, se sospechaba que se apellidaba así sólo por añadir la inquietante traducción". Lo de ingenuidad de un niño es se trata de una torpeza de Gallegos. No. Todo lo contrario, se trata de poner al descubierto la crueldad más miserable, del tipo de ojos azules, infantiloide, pero a la vez criminalmente patológico, de una frialdad delirante para robar y asesinar absolutas. Es un monstruo que se hace el simpático, el golfo para maneja mejor a la gente, con una zafiedad de cínica "indiferencia".

  2. Es por demás MÍTER DANGER, el típico aventurero de los que poblaron a principios del siglo XX Norteamérica, por eso el novelista agrega: "Por otra parte, había cierto misterio en torno a su persona. Referíase que en los primeros tiempos de su establecimiento en la región, varias veces había mostrado gacetillas de periódicos neoyorquinos tituladas siempre The man without country, en las cuales se protestaba contra cierta injusticia cometida con un ciudadano a quien no se nombraba, y que, a su decir, era él; y aunque nunca explicó de modo claro y satisfactorio cuál había sido aquella injusticia, ni por qué ocultaba su nombre bajo tal denominación, se le abrieron todas las puertas en espera de los ríos de dólares que iban a correr por la llanura".

  3. "Entretanto, míster Danger, por industria no hacía sino cazar caimanes, cuyas pieles exportaba anualmente en grandes cantidades, y por afición, tigres, leones y cuantas fieras le pasasen al alcance de su rifle. Un día, como diese muerte a una cunaguara recién parida, se apoderó de los cachorros y logró criar y domesticar uno, con el cual retozaba, ejercitando su perenne buen humor de NIÑO GRANDE Y BRUTAL. Ya el cunaguaro lo había acariciado con algunos zarpazos; pero él se divertía mucho mostrando las cicatrices, y éstas le dieron tanto prestigio como las gacetillas…. Poco después, la cabaña del cazador se convirtió en una casa dotada de una instalación interior bastante confortable y rodeada de extensos corrales de ganado. La historia de esta transformación que parecía indicar que el «hombre sin patria» había echado raíces en la tierra, tenía puntos de contacto con la de doña Bárbara".

  4. Toda esta pintura del gringo no puede sino haber sido tomada del bestial Teodoro Roosevelt. Pero he aquí cómo el retrato de aquel Míster Danger es tan similar al de los marines que masacraron tan horriblemente a los pueblos en Irak y en Afganistán, que se orinan sobre los cadáveres de los árabes asesinados. Míster Danger es el Departamento de Estado norteamericano que junto con el tirano (DOÑA BÁRBARA), se une para urdir negocios y planes macabros, siempre procurando deshacerse de aquellos que le hacen sombra. Así planifican Míster Danger y DOÑA BÁRBARA el asesinato de uno de sus burdos amantes, el coronel Apolinar. (Valga la pena señalar, ¡OJO!, que un oficial de nombre Apolinar, Apolinar Morillo, es quien dirige personalmente el asesinato del Mariscal Sucre ordenado por los que llegaron a ser presidentes de la Nueva Granada: José María Obando y José Hilario López)

  5. Fue en los tiempos del coronel Apolinar, y se estaban haciendo fundaciones en el hato de El Miedo, recién bautizado así. Míster Danger, enterado de la leyenda de los «familiares», quiso presenciar el bárbaro rito, que no podía dejar de practicar la supersticiosa mujerona, y con tal objeto fue a hacerle una visita, que por otra parte le debía, ya que era propiedad de ella aquel palmo de tierra donde había levantado su cabaña…. Ver al extranjero, oírlo expresar el deseo que lo animaba, enamorarse de él y trazarse su plan, todo fue para doña Bárbara obra de un instante. Hizo que Apolinar lo invitara a comer con ellos, le cargó la mano al servirles la bebida, a que ambos eran muy aficionados, y como el criollo era más débil y tenía la borrachera idiota, no se dio cuenta de las guiñadas de ojos con que el invitado y su mujer concertaron durante la comida la traición que le harían.

  6. Sigue el relato de Gallegos: Entretanto los peones abrían de prisa la zanja donde sería enterrado un caballo viejo y derrengado, que sólo para familiar podía ya servir.

"–Lo enterraremos a punto de medianoche, que es la hora indicada –había dicho Bárbara–. Y nosotros tres solamente, porque los peones no deben presenciar la operación. Así es cómo debe hacerse, según la costumbre.

"–¡Bonito! –exclamó el extranjero (MÍSTER DANGER)–. Las estrellas arriba y nosotros abajo, echando tierra encima del caballo vivo. ¡Bonito! ¡Pintoresco!

En cuanto a Apolinar, ni estaba enterado de la costumbre, ni era ya persona capaz de hacer objeciones, y fue necesario que MÍSTER DANGER lo cargara en brazos para montarlo a caballo, cuando llegó la hora de partir, camino de las fundaciones distantes de las casas del hato.

Ya estaba abierta la zanja y amarrado a un poste de los corrales en construcción el caballo derrengado, víctima del bárbaro rito. Junto a la zanja había tres palas para los enterradores. La noche estrellada envolvía en sombras densas el paraje desierto.

MÍSTER DANGER desamarró el caballo y lo condujo hasta el borde de la zanja, dirigiéndole palabras compasivas, entre ruidosas risotadas que provocaban la hilaridad idiota de Apolinar, y luego lo arrojó dentro del hoyo de un envión formidable.

–Ahora, rece usted, doña Bárbara, las oraciones que sabe para que los diablos amigos suyos no dejen que se escape el espíritu del caballo, y usted apúrese, coronel. Ahora somos enterradores y hay que hacer las cosas bien.

Ya Apolinar se había apoderado de una de las palas y batallaba con las leyes de la gravedad para poder inclinarse a llenarla con la tierra amontonada al borde de la zanja, murmurando entretanto frases obscenas que parecían causarle gracia, pues se desmigajaba de risa a cada atrocidad que soltaba. Por fin logró llenar la pala y la balanceó torpemente, yéndose detrás de ella en cada vaivén.

–¡Qué borracho estás, coronelito! –acababa de exclamar MÍSTER DANGER, afanado en su papel de enterrador, paletada sobre paletada, con una rapidez extraordinaria, cuando advirtió que Apolinar soltaba la herramienta y se llevaba las manos a los riñones, cimbreándose y exhalando un gemido mortal, para caer luego dentro de la zanja, con su propia lanza hundida en la espalda.

–¡Oh! –exclamó el extranjero, interrumpiendo su tarea–. No estaba esta cosa en el programa. ¡Pobrecito coronel!

–No lo compadezca, don Guillermo. Él también me tenía sentenciada. Yo lo que he hecho es andarle adelante –dijo doña Bárbara, y tomando la pala que se había escapado de las manos del coronel, agregó–: Ayúdeme. Usted tampoco es hombre a quien se le agüe el ojo por estas cosas. Peores las habrá hecho usted en su tierra.

–¡Caramba! Usted no tiene pepitas en la lengua. MÍSTER DANGER no aguársele nunca el ojo; pero MÍSTER DANGER no hace cosas que no están en el programa. Yo soy venido aquí para enterrar familiar solamente.

Y diciendo así, soltó la pala, montó a caballo y regresó a su cabaña a retozar con el cunaguaro.

Pero guardó el secreto, primeramente, por no verse envuelto en un embrollo que podría complicarse con el misterio del «hombre sin patria», y luego porque para él, extranjero despreciativo, no había gran diferencia entre Apolinar y el caballo que lo acompañaba en su sepultura, y dejó prevalecer la versión de que el coronel había perecido ahogado en el caño Bramador, al tratar de atravesarlo a nado, y en apoyo de la cual, la única prueba fue el haber encontrado en el estómago de un caimán cazado en dicho caño, días después, una sortija que doña Bárbara reconoció como perteneciente a aquél.

En pago de su encubrimiento transformó en casa la cabaña y construyó corrales en tierra de La Barquereña, y de cazador de caimanes se convirtió en ganadero, o mejor dicho, en cazador de ganados, pues eran mautes ajenos, altamireños o miedeños, los que él herraba como suyos, y así pasó algún tiempo sin que doña Bárbara lo molestara ni él se ocupara más de ella, hasta que un día se presentó en El Miedo con este alegato:

–He sabido que usted piensa quitarle a don Lorenzo Barquero el pedacito de tierra que le dejó junto al palmar de La Chusmita, y vengo a decirle que usted no puede hacer esa arbitrariedad, porque yo defiendo los derechos de este hombre. Voy a administrarle esa tierrita, que es lo único que le queda, y usted no puede tampoco meter gente suya para sacar ganados que caminen encima de ella.

Mas los derechos de Lorenzo Barquero no hicieron sino pasar de las manos de un usurpador a las de otro, pues del producto de aquellas tierras no vio nunca sino las botellas de whisky que le mandaba MÍSTER DANGER cuando regresaba de San Fernando o de Caracas, con una buena provisión de su bebida predilecta, o los garrafones de aguardiente que le hacía enviar de la pulpería de El Miedo, y esto mismo sin pagárselo a doña Bárbara.

En cambio, el extranjero se enriquecía cachilapiando a su gusto. Era el resto del antiguo fundo de La Barquereña apenas un rincón de sabanas atravesadas por un caño, seco durante el verano, denominado Lambedero, cuyas barrancas salitrosas atraían el ganado de los hatos vecinos. Numerosos rebaños veíanse constantemente por allí, lamiendo la tierra del caño, y gracias a esto era sumamente fácil cazar orejanos dentro de los límites de aquel pedazo de tierra, que no tenía el mínimo de extensión que establecían las leyes del llano para tener derechos al común de las greyes no herradas que vagan por una llanura abierta; pero míster Danger podía saltar por encima de las restricciones legales y apoderarse del ganado de los vecinos porque los administradores de Luzardo siempre eran sobornados y porque la dueña de El Miedo no se atrevería a protestar.

Recogida así su cosecha, marchábase a venderla en cuanto entraba el invierno, y como durante la época de lluvias, lleno el caño del Lambedero, el ganado no acudía allí, se quedaba en San Francisco o en Caracas, hasta la salida de aguas, tirando el dinero en borracheras gigantescas, porque no le tenía apego, propiamente, y no le alcanzaban las manazas para despilfarrarlo.

  1. Para un hombre con imaginación como Gallegos, en 1904, a sus veinte años de edad, la figura de Theodore Roosevelt debió presentársele harto odiosa. Theodore Roosevelt era el Presidente de los Estados Unidos (1901-1909), y aparecía ante el mundo como un prepotente, soberbio y despiadado "deportista". Una especie de grosero cowboy, cazador de enormes animales (como le encanta a los reyes), además de soldado invasor que lideró en la guerra de Cuba un regimiento conocido como Rough Riders, los jinetes rudos, que en esta isla se comportaron como cobardes pero que la prensa amarillista controlada por Hearts y Pulitzer los presentaban como seres prodigiosos e invencibles. … Convertido en hombre duro y nacionalista por los poderosos medios gringos, Theodore Roosevelt una vez en la Presidencia, entró en la política mundial como una especie de Jesse Jackson pateando todos los tratados internacionales y arrebatando a lo macho lo que no se le entregaba "por las buenas". Nació así lo que se denominó la doctrina del Gran Garrote. Mandó al carajo al gobiernito colombiano que se oponía a negociar la construcción del Canal de Panamá bajo su mando y dijo que el Congreso neogranadino estaba conformado por «contemptible Little creatures» (despreciables pequeñas criaturas). Cosa impresionante porque así quedó manchada la dignidad de Colombia para siempre.

  2. Cuál sería la sorpresa que entonces recibió Gallegos, del cinismo galopante de aquella época, cuando se enteró que a Theodore Roosevelt se le otorgaba el Premio Nobel de la Paz. Nada de esto podía ser ajeno a un Gallegos tan agudo y observador, siendo que a principios del siglo XX, estaba en pleno apogeo el Corolario de la Doctrina Monroe puesta en práctica por Theodore Roosevelt, precisamente a causa del acoso de las potencias europeas contra Venezuela.

  3. Nuestro país padecía del saqueo permanente de los oligarcas que controlaban la hacienda pública y que lo mantenían en inestabilidad y bancarrota total. Dependíamos sólo del café y el cacao lo que nos constreñía a depender del mercado capitalista internacional. A cada bajón de los precios de estos dos productos el país entraba en una gran convulsión, y el ingreso del Estado estaba sujeto a lo que entraba por los derechos de aduana. Entonces teníamos que vivir de empréstitos leoninos que implorábamos al extranjero, pero éstos sólo los podían negociar los gobiernos a través de los llamados grandes cacaos, que por tradición del sistema imperante eran los únicos que podían optar a ser ministros de hacienda. Era la alta clase propietaria la única que se beneficiaba de estos empréstitos, y la hacienda pública terminaba siendo la caja chica de los oligarcas y de quienes los colocaban en el poder.

  4. El 13 de febrero de 1903, Estados Unidos apareció como el apaciguador del conflicto mundial contra Venezuela, y Cipriano Castro cometió el garrafal error de aceptar a esta potencia como árbitro imparcial. Ante estos hechos de la intervención europea en Venezuela se irguió el imperio y declaró que ésta representaba una amenaza a la seguridad estadounidense. Con este acuerdo, Estados Unidos mataban dos pájaros de un solo tiro: reducía a cero la acción revolucionaria mundial de Castro contra el asedio de Europa y sacaba del juego a Francia, Italia, Alemania e Inglaterra de esta zona del continente; aplicaba Estados Unidos lo que se denominará el Corolario Roosevelt con el que imperio gringo iniciaría un período de invasiones, protectorados e implacables controles en el continente, mediante la imposición de feroces dictaduras.

  5. De aquí en adelante el Corolario Monroe se aplicará sin tapujo sobre todo el hemisferio, con el señuelo de que con ello se estaba protegiendo la seguridad nacional norteamericana. Por otro lado, con la doctrina del Destino Manifiesto se desataba la guerra a los países "salvajes". Lamentablemente este concepto de "salvaje" o "bárbaro", discutido y elaborado por los pensadores más reaccionarios de Norteamérica, tuvo un efecto devastador sobre nuestros pueblos. Entonces en América Latina nos vimos como seres inferiores por poseer en nuestros territorios extensas poblaciones indígenas, y consideramos al indígena, al gaucho, al llanero, al negro, bárbaros por el sólo hecho de vivir en el campo, en la selva, o por el color de la piel que llevaban. Entonces se le metió, insisto, en la cabeza a muchos de nuestros intelectuales, en todo nuestro continente, desde la Patagonia hasta el Río bravo que para progresar debíamos matar al indio (o al centauro) que llevamos dentro. Asociamos la "indolencia", la "incuria", el "abandono", la "dejadez", con todo lo que llevase sangre india o negra, cuando jamás nadie se detuvo a considerar que el tipo de trabajo importado de Europa nada tenía que ver con el modo de vida de nuestros indígenas o criollos.

  6. Muy sabiamente escribía Jean Marc de Civrieux, estudioso de las etnias de Venezuela, que la resistencia pasiva del indio al trabajo de estilo importado fue el motivo determinante de enfrentamiento entre indios y conquistadores y uno de los factores principales de los atropellos, rebeliones y genocidios. Y añade: "La cuestión del trabajo explica por qué el indio se resistía a poblar los repartimientos, encomiendas y reducciones, porque dedicaba todas sus energías, una vez reducido, a recobrar la libertad para poder atacar los pueblos de españoles y las misiones, desde sus propios refugios en la selva. Otros motivos bien conocidos eran el fanatismo de los invasores, su intolerancia religiosa y cultural, su sed de oro y de riqueza fácilmente adquiridas". Desgraciadamente esto nunca se entendió, y entonces nos dedicamos a tratar de destruir una barbarie que se suponía se encontraba en todo aquello que no venía de Europa o Estados Unidos, cuando precisamente lo sano y noble de nuestra tierra estaba en aquella gente que no había sido envenenada por los valores de la intriga, el odio bestial de la civilización, la maldición de la tecnología que se desarrolló para la guerra, para el exterminio lento y pertinaz del mismo hombre. Entonces en esa trampa de la benefactora civilización, cayeron casi todos nuestros intelectuales en América Latina, principalmente Sarmiento en Argentina y Gallegos en Venezuela.



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José Sant Roz

Director de Ensartaos.com.ve. Profesor de matemáticas en la Universidad de Los Andes (ULA). autor de más de veinte libros sobre política e historia.

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